Mi designación como técnico de la Selección Costarricense de Fútbol me llena de orgullo y emoción. De orgullo porque, por primera vez en mi carrera como entrenador, se ha depositado en mí la responsabilidad de conducir los destinos de una escuadra nacional. Y no cualquier escuadra, sino la Sele, un combinado que supo ganarse un lugar de importancia en el ámbito internacional y la admiración de los hinchas de todo el mundo hace apenas cuatro años, en el Mundial de Brasil. Emoción, porque no puedo dejar de esperanzarme con un objetivo: alcanzar la clasificación para el Mundial de Catar 2022.
El día que fui presentado como nuevo entrenador tricolor, sentí que estaba un paso más cerca de cumplir el sueño de todo un país y el mío propio: “estar presente en una Copa del Mundo”. Lo manifesté así porque así lo sentía... y así lo siento. Estoy enormemente agradecido por la confianza consignada por el presidente de la Fedefútbol, Rodolfo Villalobos, y toda la comisión. Esta es una oportunidad maravillosa en un contexto venturoso: hallé una directiva seria, un complejo deportivo que está entre los más importantes de Latinoamérica y una promisoria cantera de jóvenes valores que sin dudas se ensamblará a la perfección con los jugadores más experimentados.
Aunque oficialmente mi trabajo comenzará el 2 de enero del año próximo, ya he asumido este compromiso con la seriedad y el entusiasmo que merece. Mi última visita al país para ver partidos de la liga local y atender los requerimientos de la prensa resultaron el puntapié inicial de un proceso claro y transparente. Para mí, todos los jugadores costarricenses deben ser observados y analizados. Los que compiten como legionarios y los que integran los planteles de los clubes de la liga local. Sin excepción. Yo elegiré a los que considere los mejores para cada posición en cada convocatoria, según mi manera de entender el fútbol. No seleccionaré según el color de una camiseta o por la cantidad de sellos que tenga un pasaporte.
En mis primeros dos viajes a Costa Rica, he escuchado muchas veces una palabra singular: recambio. Yo estimo que debe imponerse la prudencia a la precipitación. La gente no es descartable, mucho menos aquella que lleva en sus maletas toneladas de experiencia, sacrificio y amor por la camiseta. He conocido a muchos de los mundialistas y me ha gustado su adhesión a la causa, su amor por los colores patrios. Son personas preocupadas, honestas, con una grandeza que hay que aprovechar.
¿Quiénes mejor que ellos para transmitir a los más jóvenes la invaluable experiencia de haber llevado con gallardía el escudo de la Selección sobre el pecho? Hay un componente más que me acompaña en este proceso, que merece ser destacado: el cariño que me prodiga la gente. Los abrazos, los pedidos de fotos, las frases de aliento me han cargado de buena vibra. La calidez costarricense derriba cualquier frontera y al amparo de su acogedora tierra me siento como en mi propio país.
Todo ese afecto ha atravesado mis poros y ha encendido un fuego interior que ilumina mi ánimo y me impulsa a querer salir ya mismo al césped a devolver tanta gratitud, con un equipo que nos guste y nos represente a todos. Quiero una selección comprometida, que sea protagonista en todas las canchas. Que convoque, que emocione y que gane. ¡Que anime la pasión, cristalice tanta ilusión y que en cada punto de reunión popular a lo largo y a lo ancho del país nos haga sentir orgulloso!