“Un fantasma recorre Europa...”, pero esta vez no es el fantasma del comunismo, como escribieron Marx y Engels en El manifiesto comunista. Esta vez, es de signo opuesto, pero al igual que aquel preocupó al Viejo Continente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, este otro fantasma se expande y agita el mismo terreno en el siglo XXI.
Los partidos de esa tendencia siguen ganando terreno y se abren paso en países que, como España, hasta la semana anterior se consideraban inmunes al “contagio”. En el nuevo Parlamento de Andalucía, Vox será la voz de la ultraderecha posfranquista: 12 diputados estarán presentes en un hemiciclo de 109 escaños.
Es el más reciente asalto de esa fuerza y es casi seguro que no será el último. ¡No le pierda la vista!, y esté atento al año que se aproxima. En la misma España habrá comicios locales y en otras comunidades autónomas, y posiblemente el país deberá asistir a elecciones generales anticipadas, dada la debilidad del gobierno minoritario del socialista Pedro Sánchez.
La atención se centrará en ver si Vox replica en esas contiendas el éxito logrado en tierra andaluza.
Le advierto: hay más, pues en mayo del 2019 los países de la Unión Europea (UE) irán a las urnas para escoger el Parlamento comunitario, en el cual la derecha extrema tiene presencia y todo apunta a una consolidación de esta.
Habría que decir, como el recordado narrador de beisbol Buck Canel, “no se vayan, que esto pone bueno”... ummm, mejor digo, muy difícil.
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Quizás resulte una paradoja señalar que este envalentonamiento de la ultraderecha tiene lugar cuando se conmemora el fin de la Primera Guerra Mundial, uno de cuyos detonantes fue el nacionalismo, que es una de las bazas de esos grupos que aspiran a una refundación del continente. El presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió sobre ese paralelismo entre lo ocurrido hace 100 años y el momento presente: “Me sorprenden las similitudes entre los tiempos en que vivimos y los de las dos guerras mundiales”.
Aludía a esa exaltación extrema de lo propio frente a lo externo que también contribuyó a sazonar el caldo de cultivo que llevó al otro gran enfrentamiento mundial (1939-1945) y que no se circunscribió solo a Europa. De la misma forma, el avance de la derecha dura también ha contagiado a Estados Unidos y a Brasil, para citar dos casos en América.
El mensaje de lo ‘anti’
Si usted lee los discursos de los líderes de la extrema derecha –Matteo Salvini, Marine Le Pen, Heinz-Christian Strache, etc.–, con facilidad encontrará ejes comunes.
Los inmigrantes constituyen uno de los “enemigos” señalados. Se los ve como un peligro para la identidad nacional y cultural, responsables también de la pérdida de empleos, una acusación que es fácil de asimilar en países donde la tasa de paro, en muchos casos, se sitúa del 10% para arriba.
“Argumentos fáciles –simplistas más bien– como el manido ‘vienen a quitarnos el trabajo’ o el ‘se llevan todas las ayudas sociales’ calan con rapidez en las clases trabajadoras y medias del país”, señala Fernando Arancón, especialista en geopolítica y entornos estratégicos.
Y en países como Hungría, donde la presencia de migrantes no es numerosa (entre otras razones porque el gobierno de Víktor Orbán ha endurecido el control de las fronteras instalando cercas), el blanco de esos movimientos son los gitanos, señalados como culpables de hechos de delincuencia.
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Otro factor concomitante es que tales grupos explotan la antinomia nacionalismo-integración. La defensa del Estado nacional concebido en la Europa moderna se erige como un caballo de batalla contra los proyectos de integración, como la Unión Europea, y la globalización. Ambas son vistas como elementos que diezman los fundamentos de la nación. En la misma línea, políticas como la adopción del euro como moneda común o posiciones conjuntas en foros internacionales son objeto de rechazo.
El historiador Timothy Snyder, de la Universidad de Yale, lo conceptualiza así: “Estos movimientos de extrema derecha no pueden hablar del futuro (...) La manera en la que funcionan es tratando de llevar a los electores al pasado”.
Siempre, en la explotación del discurso nosotros y los otros, la ultraderecha enfila baterías contra todo aquello que considere nocivo para su idea de unidad interna. De allí que antisemitismo o el rechazo a los musulmanes se inscriba en esa visión.
Vox encuentra un enemigo adicional: el independentismo en Cataluña por cuanto, según posición, atenta contra la idea de una España única, fuerte y unida, tal cual la proclamó la dictadura de Francisco Franco.
No escapan a la ofensiva de la derecha extrema los cuestionamientos a la UE, por lo cual el presidente Macron ha urgido a la adopción de reformas que revitalicen el bloque comunitario, entre ellas dotar a la Eurozona de un presupuesto de inversiones para alentar el crecimiento (vista con recelo por Alemania), el fortalecimiento de la política exterior y la creación de un ejército que aminore la dependencia del paraguas de Estados Unidos en materia de defensa.
Arremetida política
Empero, iniciativas como la anterior chocan con una realidad: Macron y la canciller alemana, Ángela Merkel, enfrenta malos momentos en sus feudos. El primero ha visto cómo se desploma su porcentaje de aprobación ciudadana y sus propuestas para introducir reformas en la educación, el empleo y la economía alborotaron un avispero encabezado por los “chalecos amarillos”, un movimiento social heterógéneo y espontáneo que surgió del rechazo al alza de un impuesto a los combustibles, pero ha incluido otras demandas.
Para Merkel, el panorama no es alentador: salió muy maltrecha de las elecciones generales de setiembre del 2017 cuando la Unión Demócrata Cristiana (CDU)sufrió el peor descalabro electoral desde 1949, en tanto la ultraderecha representada por Alternativa para Alemania (AfD) se alzó con un 12,6% de votos y 92 escaños en el Parlamento federal (nunca antes había estado presente en este).
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A duras penas, la canciller logró forjar una coalición con sus rivales socialdemócratas, pero ello no oculta el hecho de que es un gobierno pegado con alfileres.
La AfD ha conseguido triunfos en parlamentos regionales, en tanto la CDU y sus aliados en el Gobierno federal –los socialdemócratas y los socialcristianos de la CSU– han sufrido varapalos.
STANDING OVATION
— DW Español (@dw_espanol) December 7, 2018
Se despide la mujer más poderosa del mundo. Angela #Merkel se retira de la secretaria general de su formación, la conservadora CDU. La emotiva despedida de la canciller después de 18 años en la jefatura en ##noticiasDW con @anuscaplasencia.#madeforminds /em pic.twitter.com/xHcoVVsWNK
Hoy, la realidad es que la extrema derecha es la principal fuerza de oposición en el Bundestag y que esa fuerza no cesa en su ofensiva por explotar el odio a los inmigrantes, una razón de su éxito electoral.
Merkel intentará llegar al término de su cuarto mandato en el 2021 y no aspirará a más. El 7 de diciembre, además, entregó las riendas de la CDU.
Unos más y otros menos, los partidos tradicionales –socialdemócratas, democristianos y liberales– soportan la arremetida de la far right a lo ancho y largo de Europa. Y, ante esa presión, no faltan los que ceden a la tentación de pactar con la fuerza emergente.
Le cito casos: en Austria cogobierna con los conservadores de Sebastián Kurz desde diciembre del 2017; en Italia está presente en el gobierno de la mano del Movimiento 5 Estrellas (populista); Amanecer Dorado (neonzai) es la tercera fuerza política en Grecia desde el 2012; los Verdaderos Finlandeses son parte de la coalición de gobierno desde el 2015; las últimas elecciones este año mostraron un avance de los Demócratas de Suecia (18% tercera fuerza) y, por último, la irrupción de Vox en Andalucía. No son los únicos casos, solo una muestra.
Ante este panorama, las próximas contiendas en las urnas en Europa estarán marcadas por la expectación de cuánto puedan avanzar los ultraderechistas y cuánto sería el desmoronamiento de las fuerzas tradicionales.
Resulta válida la advertencia del historiador Snyder: no hay que dar por sentado que la democracia es para siempre. “La democracia no es algo automático”.