Un cambio completo en la rutina: trabajar y estudiar desde casa, el sitio de ocio y descanso se transformó también en oficina y escuela.
Se le suma el temor a un contagio de una enfermedad con la que nunca nos habíamos enfrentando y la inseguridad económica que provoca un contrato suspendido, una jornada laboral reducida o la pérdida de nuestro trabajo, o, en el caso de trabajadores independientes, la pérdida de clientes.
A la lista debemos agregar el descontrol de nuestros horarios para comer, para dormir, para trabajar o estudiar. Hacemos menos ejercicio...
Esto se transformó en tierra fértil para los trastornos del sueño. Y cada hábito y cada preocupación, la ansiedad y la tristeza que generan, pueden ser parte del abono.
“Si yo tuviera que resumir esta época de pandemia en una palabra sería ‘incertidumbre’. Y la incertidumbre impacta en todo. Impacta en nuestra salud mental, y esta en nuestro sueño, y nuestro sueño a su vez impacta de nuevo en nuestra salud mental y en la física”, resumió el psiquiatra Adrián Montealegre.
Marta Vindas, coordinadora de Salud Mental de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) añade: “nos haya tocado o no vivir la enfermedad, la enfermedad nos cambió todo. El aislamiento físico de otras personas que no viven con nosotros, los horarios de las rutinas, ahora gastamos menos energía. Es no tener control de mi nueva realidad”.
Esto se ha visto en diferentes partes del mundo. Un estudio, publicado en la revista Current Biology, que exploró cómo la “nueva normalidad” afectó el sueño en Estados Unidos y Europa, concluyó: la cotidianidad de los últimos meses hace que la gente duerma más, pero duerma peor.
Costa Rica no es la excepción. Entre marzo y octubre de este año, la CCSS giró 409 órdenes de incapacidad a 342 personas por trastornos relacionados con el inicio del sueño o insomnio.
Por otra parte, un cuestionario abierto realizado en América Latina y del que Costa Rica formó parte, señaló que el 46% de las personas dormía menos, y el 56% se acostaba más tarde de lo habitual.
Dos perfiles muy diferentes
En este mal dormir hay dos tipos principales de personas: quienes por sus preocupaciones (principalmente económicas o de salud) no pueden dormir, y quienes, por sus hábitos, no logran mantener la “higiene del sueño” para dormir con calidad.
“En la población sin trabajo la ansiedad es indescriptible”, señala Montealegre. “Y en muchos de quienes siguen con trabajo hay más horas laborales y más carga por miedo a perder ese trabajo. En ambos casos este no es buen ambiente para un buen dormir".
En las personas con ingresos recortados o casi nulos el impacto puede ser mayor, pues, aunque se trate de recortar gastos, las principales facturas siguen cobrándose mes a mes, y muchos de quienes tuvieron acceso al bono Proteger ya no cumplieron su tiempo de recibir ayuda.
“Hay personas, como en el sector turismo, que tuvieron meses de actividad varada. A esto le sumamos que muchos patrones no solo tenían la carga de no llevar dinero a su hogar, sino de que sus empleados tampoco lo harían”, expresó el psiquiatra.
Por otra parte, están quienes sí tienen trabajo, pero laboran en la casa con hábitos que no ayudan a un buen sueño: se desvelan, se despiertan 10 minutos antes de que comience su jornada laboral y encienden la computadora; trabajan desde el cuarto, no tienen horario de comidas y no hacen separación de su espacio de trabajo y el de descanso.
“Hay gente que trabaja en el cuarto, esto va en contra de una buena higiene del sueño”, destacó Montealegre.
Liliana Estrada, médico subespecialista en Medicina del Sueño, es de la misma opinión: “ahora en el dormitorio hacemos de todo: ver tele, trabajar, comer. Entonces, cuando llega el momento de dormir, mi cerebro no sabe a qué voy cuando entro al cuarto”.
“¿Usted no va a orinar en la cocina, verdad? Porque sabe que para eso hay un baño y que la cocina no es para eso. ¿Entonces por qué trabaja y come en el dormitorio? ¡El dormitorio es para dormir!”, agregó.
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Los daños a la salud
El psiquiatra Harold Segura afirma que la salud física y mental sufren. Hay efectos directos e indirectos de varias malas noches acumuladas. También hay efectos inmediatos, y otros que son a más largo plazo.
“Al inicio se podrán tener síntomas como enojo e irritabilidad; las personas se pueden volver más violentas y van a tender hacia el conflicto con los demás. Eso no solo afecta la salud emocional de la persona, también de quienes están alrededor”, aseveró Segura.
Además, la coordinación de movimientos y el autocontrol se pierden, y esto aumenta la propensión a accidentes de cualquier tipo. Esta situación pone en jaque la seguridad y bienestar del individuo.
A mediano plazo, el rendimiento laboral y académico de la persona puede comenzar a flaquear y esto también afectaría su permanencia en el puesto.
A más largo plazo, los trastornos del sueño pueden ocasionar problemas neurocognitivos, como problemas de memoria. También pueden darse bajas en el sistema inmunitario, lo que expondría a la persona a enfermar más. Los síntomas gástricos, como diarreas o gastritis también pueden verse.
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FUENTE: Clínica Mayo || DISEÑO / LA NACIÓN.
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¿Qué hacer?
Según los especialistas consultados, lo más importante es hacer un diagnóstico de todos los hábitos que no contribuyen a la calidad de nuestro sueño. Y, con base en ellos, hacer un plan en donde cambiemos todas esas malas costumbres que hemos cultivado durante los últimos meses.
“Es revisar qué hace mal cada persona e ir probando estrategias para dormir. Algunas no nos gustarán, como sacar el televisor del cuarto, o como ejercitarnos por las mañanas, pero todo esto nos hará bien”, destacó Marta Vindas, de Salud Mental de la Caja.
La especialista añadió que en caso de quienes tienen problemas financieros, hablar las cosas con la familia, ser transparente y tomar en conjunto decisiones para una mejor administración pueden ayudarle a las personas a hallar soluciones, y así, a mejorar su sueño.
FUENTE: Adrián Montealegre, psiquiatra || DISEÑO / LA NACIÓN.
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