La experiencia comenzó mucho antes de que le tocara su turno al olfato o al paladar. Estaba a punto de conocer, por fin, la que, al parecer, es la fruta prohibida de nuestros tiempos en el sudeste asiático.
Se llama durian y en Singapur engrosa el listado de las prácticas que están vetadas y que, en caso de incumplimiento, se castigan con multa; una de al menos 500 dólares singapurenses (unos $375 estadounidenses, o más de ¢215.000) por subir al metro con esta fruta, aunque sea guardada.
Su fuerte olor, repugnante en opinión de muchas personas, se encargaría de delatar a quien se atreva a llevarla. Y la misma disposición rige en autobuses y taxis, así como en muchos hoteles.
Por eso, resulta tan curioso y hasta contradictorio que, justo por estos días, los restaurantes McDonalds de ese país están anunciando con vistosos rótulos su nuevo postre de temporada: McFlury de durian.
Lo que oí decir, además, era que el mal aliento que dejaba al comerlo perduraba al menos un par de días, aun si después se hacía un buen cepillado de dientes con abundante enjuague bucal.
Aquella colección de anécdotas sobre la mala reputación de la fruta, de aspecto y tamaño similares a los de la guanábana, y de la cual hay más de 10 variedades, solo exacerbó mi curiosidad.
Temor y deleite
El autobús se estacionó frente a un puesto con unas cinco mesas y, al bajar, me envolvió un olor invasivo y penetrante. Recordé a quienes me lo habían descrito como “olor a vómito” o a “media maloliente de un pie sudado”.
Solo una mesa estaba ocupada, pero mi temor se disipó cuando vi las expresiones de placer de los cinco comensales de rasgos orientales cada vez que se llevaban a la boca los carnosos pedazos amarillos de la fruta.
Luego sabría que en torno al durian se polarizan las opiniones: es fuente de amores y de odios.
Elegimos la variedad y el ejemplar de entre una bandeja con varias decenas. y la señora del puesto procedió a pesarlo. Casi 2 kilos para un precio de 40 dólares singapurenses (unos $30, es decir que estaba lejos de ser barato, más de 17.000 colones).
Junto con el pedido, nos llevó vasos con agua y mencionó la opción de ordenar agua de pipa para acompañar el “plato fuerte”. Pero lo más inquietante era la caja de guantes plásticos desechables colocada sobre la mesa. Aunque la cáscara del durian posee espinas prominentes, los guantes tenían un único objetivo: evitar que el olor se quedara en las manos o, peor aún, bajo las uñas.
Por un momento, la experiencia gastronómica parecía la antesala de un procedimiento médico. Manos a la obra. O a la boca más bien. La fruta tiene una especie de compartimentos donde están los trozos de pulpa, pero la mayor parte es “cascarón”. ¡Qué fruta tan cara!
Incongruencia en el paladar
La gente del grupo con el que iba decidió que probáramos por turnos. Cuando me toco a mí, pellizqué con aprensión la carne del durian. Primero, un pedazo muy pequeño. Al primer contacto con la lengua, hubo una explosión cremosa de varios sabores incongruentes. Conforme masticaba, apareció de fondo un sabor que a mí me pareció a licor, y en primer plano, destellos mezclados de ajo y de caramelo. Luego de tragar, la sensación “etílica” fue la que más permaneció. Me animé a dar el segundo bocado, convencida de que se trata más de un mito urbano. Y terminé mi experiencia con una tercera vez.
Entre tanto, en la mesa de al lado, la familia iba ya por su quinto durian compartido. Y como si fuera poco, al salir le pidieron a la vendedora una docena de trozos de pulpa pelada para llevar.
No voy a decir que a mí me encantó, pero estuvo lejos de resultarme nauseabundo.
En cuanto al aliento, creo que desapareció ese mismo día, tan pronto me di una cepillada doble con triple ración de enjuague.
Más tarde, mi curiosidad me llevaría a averiguar cuáles beneficios nutricionales aporta esta fruta a quienes la consumen. Aparte de ser una estupenda fuente de vitamina C y de muchas de las vitaminas del complejo B, se dice que posee grandes concentraciones de hierro, calcio y zinc, y se le atribuyen propiedades para tratar afecciones tan diversas como colesterol alto, estreñimiento, flatulencia, hipertensión y anemia.