Brasil va a unas elecciones presidenciales tras una intensa campaña marcada durante meses por la polarización, la violencia y en medio de un ambiente salpicado por corrupción. Luego de casi 30 años de democracia, aún arrastra los fantasmas de la dictadura impuesta por los militares en 1964, y el temor de la comunidad internacional es que la sétima potencia económica del mundo caiga de nuevo en manos del autoritarismo.
El gigante suramericano irá este domingo 7 de octubre a las urnas en una contienda atípica, en la cual el que fue el candidato más popular, el expresidente Luiz Inácio Lula Da Silva, no está en la contienda tras quedar en firme su condena a prisión. Por otro lado, Jair Bolsonaro, un ultraderechista nostálgico de la dictadura castrense, lidera las encuestas con suficiente peso como para causar preocupación sobre el futuro de la joven democracia.
Esta elección también decide el tipo de decisiones que se tomarán alrededor de la empresa estatal más grande de Latinoamérica, Petrobras, con más de 87 mil empleados y una producción de 2,5 millones de barriles de crudo de petróleo al día.
Los contendientes en esta carrera electoral luchan también contra un ánimo apático por parte de los ciudadanos, testigos en los últimos años del caso de corrupción más grande (destapado por la investigación Lava Jato) en la era historia democrática, la destitución de la presidenta Dilma Rousseff y la recesión más profunda de los últimos 100 años que devaluó la moneda un 12% en los últimos tres meses.
En el 2017, solamente el 13% de los brasileños estaba satisfecho con el sistema democrático, el porcentaje más bajo en Latinoamérica, según datos de la encuestadora Latinobarómetro.
Brasil es el único país entre las 10 economías más grandes del mundo que mantiene el sufragio obligatorio, lo que significa que toda persona alfabetizada mayor a 18 años se expone a una multa si no ejerce su derecho al voto.
Esta disposición posiblemente ayude a evitar un alto abstencionismo; sin embargo, difícilmente amortigüe el desencanto generalizado con el sistema político.
Si se cumplen las expectativas de intención de voto recogidas en las encuestas, el domingo difícilmente Brasil tendrá nuevo presidente. Son 13 candidatos en la carrera por llegar al palacio del Planalto (sede del Gobierno) y, para triunfar en la primera vuelta, alguno de ellos tendrá que lograr el 50% más uno de los votos.
No parece probable que ninguno consiga ese apoyo. Entonces, el pulso final tendrá lugar el 28 de octubre.
Ambiente peligroso
En total, son 142,8 millones de brasileños convocados para escoger al presidente y vicepresidente, así como a los miembros del Congreso bicameral, cuya composición podría quedar muy fraccionada y tornar más difícil el desafío para quien ocupe el cargo presidencial.
La ultraderecha de Jair Bolsonaro y la izquierda de Fernando Haddad, pupilo y heredero de la candidatura que iba a ocupar el exmandatario Lula Da Silva, están a la cabeza de las encuestas.
Esa polarización exacerba los ambientes de extrema violencia que se vive en el Brasil de hoy. Solo durante los primeros ocho meses del 2017 Amnistía Internacional registró el asesinato de 58 activistas defensores de los derechos humanos. Cada año, en promedio, hay 60.000 homicidios y de cada 10 personas que mueren asesinadas en el mundo al año, una es brasileña.
Las declaraciones de Jair Bolsonaro, el candidato con mayor apoyo para la primera ronda, son las que más preocupan a la comunidad internacional.
Ese excapitán del Ejército es conocido por sus comentarios misóginos, homofóbicos, racistas y por un discurso que reivindica la tortura durante la dictadura. Su posición sobre los derechos humanos alimenta el ambiente de violencia contra los activistas en Brasil.
Además de lidiar con la violencia, el candidato que gane la silla presidencial también tendrá que estabilizar un Estado colapsado por la corrupción. Las investigaciones Lava Jato sobre sobornos de compañías del sector privado que ganaron contratos con el Estado brasileño dejaron a más de 100 políticos bajo investigación y 12 ya han sido encarcelados.
Más de 30 políticos involucrados son candidatos a reelección para los puestos en juego en estas elecciones y al menos seis de esos tienen asegurado un puesto, según las encuestas de intención de voto.
Entre los políticos investigados se encuentra el expresidente Lula da Silva, condenado a 12 años de cárcel por corrupción y quien, a pesar de su situación, era el aspirante presidencial favorito antes de ser inhabilitado para estos comicios.
Tampoco se libra de señalamientos el actual presidente, Michel Temer, quien ya logró evitar un juicio político en el Parlamento gracias a alianzas políticas.
La influencia de la exposición de los casos de corrupción sobre la percepción pública es abrumadora. Durante el 2011 los brasileños identificaban como principales problemas la atención médica y la seguridad. La corrupción se mantenía muy abajo en la lista con un 9%, pero para el 2017 era el principal problema percibido por un 62% de la población.
La deslegitimación del sistema político echó leña a la candidatura de Bolsonaro, una “cara nueva” que no se comporta como ningún otro candidato y que con su visión autoritaria satisface los deseos de orden de sectores dispuestos a imponerlo incluso a costa de las poblaciones más vulnerables del país.
Regiones opuestas
La polarización en las posiciones políticas en los candidatos a la cabeza tiene puntos ciegos entre los electores descontentos. A dos semanas de la votación de la primera ronda, uno de cada cinco brasileños no tenía candidato.
En un país con la extensión de Brasil, 166 veces más grande que Costa Rica, la cercanía a los votantes es el primer factor estratégico a considerar. Los aspirantes se afanan por conquistar regiones que se identifican con ellos.
Bolsonaro cuenta con el apoyo del sur de Brasil, históricamente antipático con el Partido de los Trabajadores (PT), y que hasta las últimas elecciones apoyaba al partido Movimiento Democrático Brasileño (MDB, oficialista).
En la región del noreste, donde nació Lula, quien ganó la confianza de los posibles votantes es Haddad, que se beneficia de la lealtad al PT: el candidato podría lograr el respaldo de un 71% de los electores. El lema de campaña “Lula es Haddad, Haddad es Lula”, adoptado una vez que el exmandatario declinó su candidatura, se impone allí y refleja la herencia lulista.
Los seguidores más fieles y seguros de su voto son quienes siguen a Bolsonaro y Haddad. Sin embargo, paradójicamente, estos candidatos son también los que tienen mayor cantidad de rechazo de parte de los ciudadanos.
Las polémicas declaraciones de Bolsonaro motivan que un 46% no lo apoye; en tanto que Haddad heredaría los votos y el fervor por Lula, pero también el odio que el exmandatario despierta en ciertos sectores de la población. Un 29% de quienes votarían dicen que nunca lo harían por él.
“El hecho de ser opciones con tanto rechazo tiene serias consecuencias para el país. Trae un problema de legitimidad, que dificultará la aplicación de la agenda de reformas, y significa que, sea quien sea el ganador, tendrá mucha resistencia en el Congreso”, explicó Thomaz Favaro, analista de la consultora de riesgos Control Risk.
Los otros candidatos se mantienen estancados en sus bajos niveles de apoyo electoral. Por ejemplo, las posibilidades de entrar con fuerza en la contienda para Gerardo Alckmin (Partido de la Social Democracia Brasileña, PSDB) murieron con el crecimiento de Bolsonaro en los estados donde la oposición al PT es más acentuada. De poco sirve que tenga una de las mayores maquinarias políticas y el mayor tiempo de propaganda gratuita en televisión.
A pesar del estancamiento, los porcentajes que mantienen los otros aspirantes alcanzan para aumentar la incertidumbre sobre el resultado.
Votos decisivos
Los otros factores considerados decisivos por medios de comunicación y analistas, y que podrían cambiar considerablemente las intenciones de voto, son las preferencias de las mujeres y de los evangélicos.
Captar sufragios de la población femenina es difícil para Bolsonaro, cuyo discurso agresivo en cuanto al género les parece poco atractivo a muchas votantes. En Brasil, las mujeres constituyen el 53% del electorado. Según una encuesta a nivel nacional, realizada por la forma Ibope, el 36% de los hombres apoyaría al exmilitar y solo un 18% de ellas lo respaldaría.
Las declaraciones machistas del candidato han dado pie a una movilización femenina de repudio que se hizo patente en una marcha de miles de mujeres en más de 70 ciudades de Brasil. El movimiento “Él no, él nunca” tuvo el apoyo de cuatro candidatas a la vicepresidencia, de partidos con diferentes ideologías políticas, quienes además prometieron no permitir un retroceso.
La fuerza electoral de Bolsonaro se concentra en el voto conservador y principalmente en el voto evangélico, que viene creciendo en el país más católico del mundo y ahora representa un 27% de la población, según datos de Latinobarómetro.
El ultraderechista encuentra eco en un sector opuesto a la despenalización del aborto, a los derechos humanos para la población LGTBI y otras luchas que, en cambio, defienden Haddad y su candidata a vicepresidenta, la joven feminista Manuela D'Ávila.
Bolsonaro recibió apoyo público en las principales iglesias del país que le ganaron un 37% de los votantes evangélicos. Sin embargo, según las encuestas, este apoyo podría no ser suficiente para ganar la silla presidencial y se mantiene en empate técnico para segunda ronda.