“Lo peor es el frío, el resto Dios lo provee”, asegura Faraón (nombre ficticio) mientras engullía un plato de gallo pinto con salchichón en el Parque Cañas, en San José.
El pasado jueves 9 de agosto, este hombre, de 49 años, acababa de darse un duchazo en el bus del programa Chepe se Baña que le ayudó a aclarar las ideas.
Cuenta que había dejado su natal Limón, seis meses atrás, para trasladarse a la capital pues, según sostiene, en San José hay más oportunidades para los habitantes de la calle.
“Limón es peor que San José, por lo menos aquí hay Chepe se Baña, veo que reparten comida. En Limón no dan nada, es muy fuerte la vida en la calle”, relata entre bocado y bocado.
Faraón forma parte de una población cercana a las 3.300 personas que, de acuerdo con estimaciones preliminares de las autoridades, viven en la indigencia en Costa Rica.
“No es una decisión que uno tome de la noche a la mañana (vivir en la calle), es la vida que a uno le tocó. Las personas que la vivimos, la afrontamos”, sostiene.
El limonense afirma que a los ochos años, cuando cursaba cuarto grado de escuela, un compañero le dio a probar marihuana y que a los doce años ya deambulaba en las calles.
Poco a poco, perdió el contacto con su familia. “Tengo tías y tíos, pero yo soy aparte, yo uso hierba, y por eso no puedo vivir con ellos”, cuenta con cierta amargura.
44 años de adicción
Muy cerca de Faraón, sentado en una angosta banca, Alex Méndez intentaba calentarse bajo el sol ataviado con la ropa que recién le habían regalado, luego de bañarse.
Su historia como indigente está marcada por el consumo de marihuana desde los 12 años, pero sostiene que “nadie empieza en la calle fumando droga”.
Afirma que antes de caer en la adicción, se encargaba de hacerle mandados a quienes consumían y distribuían hierba, a cambio de una paga de entre ₡2 y ₡3, suma nada despreciable en 1974.
Luego, en 1988, probó el crack por primera vez. “Siempre he estado con la droga que está en la palestra, con la droga de moda, hasta llegar al crack que es la más adictiva que he probado", asegura.
Méndez ya lleva 44 años consumiendo droga y 13 años viviendo a la intemperie, pero sostiene que aún le cuesta adaptarse.
El sol, la lluvia, el frío de la madrugada y el hambre lo atormentan a diario, pues admite que prefiere invertir el dinero que consigue en droga que en comida.
“Yo no me acostumbro a vivir en la calle. Me hace falta el baño, me hace falta la privacidad, no me he acostumbrado, pero no es tan fácil salir de ahí cuando casi toda su vida ha sido de esa manera. Es como el Hotel California, ¿ha escuchado esa canción? Entre más busco la salida más voy para adentro”, sostiene.
Droga y envejecimiento
Un estudio hecho en el año 2000 por la Municipalidad de San José reveló que unas 800 personas vivían en ese entonces en las calles de la capital y que nueve de cada diez de ellas consumían drogas.
Este último dato se mantiene. Según el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), entre un 50% y un 70% de los indigentes desarrollan dependencia a más de una sustancia. Suelen empezar con el alcohol y la marihuana.
Según el IAFA, el año pasado un total de 905 habitantes de calle ingresaron a alguno de sus tres programas de tratamiento para las adicciones.
Mariela Echeverría, jefa del Departamento de Servicios Sociales de municipio josefino, aseguró que el número de habitantes de calle en la capital aumentó a 3.000 y advirtió que la tendencia seguirá.
“El que no salió a la calle por un problema de adicciones, que le generó que lo expulsaran, una vez que está en calle también inicia el consumo, pues es una estrategia que le ayuda a evadir el problema que lo tiene ahí y le quita el hambre, el sueño y el frío”, aseveró Echeverría.
El ayuntamiento capitalino cuenta, desde hace casi 10 años, con el Centro Dormitorio y Atención Primaria para Habitantes de Calle. Durante este tiempo, se calcula que unas 5.000 personas han llegado a dormir y comer allí.
Dicho dormitorio enfrenta ahora nuevos retos, como lo son el envejecimiento y las migraciones. Los encargados estiman que para diciembre, la mitad de las camas disponibles (102 en total) serán ocupadas por adultos mayores.
“Esa es una población a la que hay que atender de distinta manera, pues ellos no quieren irse para un albergue porque no quieren perder su independencia”, contó Echeverría.
Otro reto reciente que afrontan es el incremento de nicaragüenses que están llegando a hacer fila para alojarse en el dormitorio durante la noche.
“Por política tenemos que una persona que llega por primera vez, tiene cuatro noches seguidas de campo fijo, porque hay que hacerle toda una valoración”, sostuvo la funcionaria.
La llegada de migrantes, sumado al hecho de que los adultos mayores y las personas con discapacidad tienen prioridad para recibir albergue, está dejando poco espacio a los otros indigentes habituales.
Desempleo y violencia
Robert Ortega, de 58 años, perdió su empleo hace dos meses. Esto, aunado a una serie de acontecimientos en su vida, lo condujeron a irse a vivir a la calle.
Ortega, de mirada triste y expresión distante, asegura que no es consumidor de ninguna sustancia. Él también acaba de ducharse en el bus de Chepe se Baña.
“Me han pasado algunas cosas tristes y otras alegres. Pero la más triste es que se murió mamá, ella se murió el 26 de diciembre, vivía en Miami. Entonces desde ahí ya me empecé a poner triste”, recuerda.
Como si fuera poco, su única hermana también falleció recientemente.
A Ortega, además de encontrar un lugar dónde dormir, le preocupa su hijo de 17 años.
“Yo sé que tal vez él debe estar molesto conmigo, porque tal vez cree que yo no lo quiero ver, no me interesa o soy irresponsable, pero es que son situaciones que han pasado, Al estar yo sin trabajo pues no lo puedo ayudar”, comentó el hombre de 58 años.
Javier Vindas, director general del IAFA, explicó que los habitantes de la calle suelen sufrir múltiples problemas como depresión, bipolaridad, trastorno de ansiedad o de personalidad.
Vindas indicó que muchos de ellos suelen ser sobrevivientes de violencia familiar o social y que, además, deben enfrentarse al rechazo.
Rosa Vargas, por ejemplo, cuenta que su familia la sacó de la casa a los 16 años cuando ella quedó embarazada de su primer hija y que su pareja la inició en el mundo de las drogas dándole desde marihuana hasta piedra y cocaína.
“Tengo 16 años que vivo en las calles (...) Mi familia me tiró a las calles, me tiró a prostituirme y después me quitaron dos chiquitas (…) Yo necesito cambiar (…) Yo no quiero dormir en las calles más”, asegura esta vecina de Guápiles.
"Subsistir en esa vida no es fácil, “a veces tengo que acostarme con hombres, a veces ando así, pidiendo comida”, admite luego de haberse cambiado de ropa y de tomarse unos 20 minutos para maquillarse.
Vargas asegura que quiere recluirse en un centro para desintoxicarse y recuperar a su familia.
En el caso de Roxana Rojas, su orientación sexual fue el detonante para que la familia la echara de la casa. Rojas, de 56 años, vivía en Guadalupe, y hace más de 40 años es habitante de calle.
“Mi papá nunca me aceptó, él intentó matarme con una pistola porque yo solo me vestía de mujer“, relata Rojas. Ella tiene una hermana que vive fuera del país, quien tampoco quiere tener contacto alguno.
Garantizar sus derechos
La población de calle va en aumento, según Mariela Echeverría, del municipio josefino. Ella lo asocia con el consumo de drogas, mientras que Anabelle Hernández, coordinadora del equipo de Personas en Condición de Calle, del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), lo atribuye a varios factores como el desempleo, la pobreza y las migraciones.
Por su parte, Javier Vindas, director general del IAFA, aseguró que solo el 6,5% de los consumidores de drogas desarrollan una dependencia. “Son los menos y dentro de ese porcentaje, una cantidad más pequeña desarrolla tendencia a ser habitante de calle, pero son los más vulnerables”, sostuvo.
En 2016, el Poder Ejecutivo aprobó la Política Pública para la Atención de Personas en Situación de Abandono y Situación de Calle, la cual busca reivindicar los derechos de esta población. Establece las tareas de diversas instituciones, como municipalidades, IMAS, IAFA, entre otras, para dar respuestas a estas personas.
Hernández explicó que “en la directriz y el decreto ejecutivo, lo que se hace es una invitación a los municipios para que vayan implementando programas a favor de la población”. Sin embargo, reconoció que la respuesta depende de los compromisos y los recursos de los gobiernos locales.
El IMAS tiene registradas en la Ficha de Información Social de Personas Institucionalizadas y Casos Especiales (FISI), un total 3.285 personas en situación de calle, alrededor del país. Pero Hernández aseguró que el número es mayor, pues es una población cambiante y es difícil saber cuántos son con exactitud.
La FISI registra 2.907 hombres, 377 mujeres y uno intersexual. La mayoría son costarricenses en un rango de edad de entre los 40 y 64 años, que habitan principalmente en San José.
“La política tiene un plan de acción con tres ejes: prevención, fortalecimiento y reconocimiento de derechos; es intersectorial e interinstitucional, que trabaja con mayores de edad que deambulan en las calles del país, con alto consumo de sustancias psicoactivas, personas con discapacidad, adultos mayores y orientaciones sexuales diversas, por lo que la política responsabiliza a diferentes actores de la sociedad”, acotó Hernández.
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Retos de los municipios
De acuerdo con el IMAS, en este momento hay alrededor de 25 municipios con algún plan para atender a las personas que viven en las calles.
Ejemplo de ello es la Municipalidad de Cartago que en mayo anterior inauguró el Centro Municipal de Desarrollo Humano e Inclusión Social.
Dicho centro tiene capacidad de prestar alimentación y baño a 80 personas por turno y cuenta con 28 plazas de dormitorio; el ayuntamiento estima en 100 la cantidad de indigentes que hay en ese cantón.
El centro es administrado por la Asociación Diaconía y desde el 14 de julio inició la atención.
Por su parte, la Municipalidad de Heredia planea la construcción de un centro que espera abrir en el 2021.
En este momento, cuentan con un equipo interdisciplinario que realiza un abordaje de atención primaria con esta población (unas 69 personas), a la cual se escucha y se refiere a instituciones correspondientes.
En Alajuela, la municipalidad tiene un presupuesto de ₡60 millones para iniciar un centro de atención. Lo que pretenden es alquilar un edificio y que este sea administrado por alguna asociación.
La regidora Flora Araya dijo que la idea es “empezar con algo” en lo que queda de este año o a inicios del 2019. Un censo hecho por la Fundación Lloverá Comida, hace dos años, contabilizó 201 indigentes en Alajuela.
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Por su parte, la iniciativa Chepe se Baña, de la Fundación Promundo, ha venido trabajando en la atención de estas personas, brindando duchas, comida y ropa limpia.
Entre octubre del año pasado y abril del 2018, realizaron 50 intervenciones en parques josefinos, donde brindaron cerca de 4.400 baños.
Mauricio Villalobos comentó que esta población se mueve mucho, pero está migrando hacia los barrios del sur, por lo que próximamente estarán trabajando con mayor énfasis en esas zonas.
Además de cubrir las necesidades básicas, la iniciativa también busca alejarlos de las drogas, al menos por algunas horas, mientras reciben los beneficios de las intervenciones. Villalobos comentó que entre octubre anterior y abril, calculan que lograron sumar 22.000 horas cero consumo, durante todas las actividades que realizaron con los habitantes de la calle.
“Cada vez que un habitante de calle se va a bañar, pasa entre seis y ocho horas alrededor del bus esperando una ducha y es tiempo que no consume, es tiempo que ganan ellos y gana la ciudad”, finalizó Villalobos.