“Hay ocasiones en que uno solo quiere sentarse a llorar porque no sabe qué hacer. Las deudas se juntan y no hay trabajo. Hasta he vendido ceviche para sostenerme. Una vez me llevé 20 a una universidad y vendí 10 ese día. Hasta café con pan casero vendí y trabajé en jardinería pero que va: no te alcanza”.
Así resume “José” (nombre ficticio) la estrechez económica de hace unos meses y que hoy medianamente controla con sus ingresos como chofer de Uber. Él vive en Goicoechea con su esposa, dos hijas de 15 y 13 años, y el menor, de 8.
“Estoy en Uber porque las cuentas siguen y, con 50 años, nadie te da trabajo. Soy técnico en redes de computación pero las compañías quieren muchachos de 25 años. Te excluyen. He metido currículos por todo lado pero nada. Cuando me sale un trabajo en lo mío, doy gracias a Dios; pero es muy ocasional”, contó José, quien lleva ocho meses como Uber.
Al principio manejó el carro de otra persona, a quien le pagaba cuota, pero desistió porque no resultaba rentable. Con una deuda bancaria por un préstamo de su casa, hace pocos meses prefirió vender un vehículo suyo para adquirir uno nuevo y dedicarse a Uber tiempo completo.
Con todo y ese carro propio, asegura trabajar de 12 a 14 horas diarias; a veces sin descansar feriados o fines de semana. Las deudas del vehículo, de la casa y los gastos del hogar, afirma, se lo imponen.
“Me levanto a las 4:30 a. m. y salgo a las 5 a. m. Me llevo un sándwich y un café en botella. A media mañana, paro a comérmelo con el café ya frío. A veces es solo pan con mantequilla. Procuro devolverme a la casa a almorzar como a las 2 p. m., descanso un poco y vuelvo a salir para volver a parar hasta las 11 p. m.”, detalló.
Si bien con Uber logra pagar sus cuentas y deudas, José también percibe injusto el balance general para conductores como él.
“Uber se lleva hasta 28% de lo que genero; con eso hubiera pagado la gasolina. De un viaje del Registro Nacional a Cartago te ganas ¢5.000 pero perdiste una hora. Aún así, prefiero eso a nada. Esto no es una opción, es una necesidad”, recalcó.
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Según José, en el país hay personas quienes administran hasta 150 carros dedicados a Uber, que son alquilados a personas desempleadas pero con licencia de conducir.
“Esos son quienes engordan la billetera y los maltratados somos los choferes, esa es la otra cara de Uber, la que explota la necesidad ajena. Este carro es mío, lo estoy pagando y todo bien, pero conozco mujeres que les guardo enorme respeto, quienes son jefas de hogar con tres chamacos y trabajan hasta 16 horas para juntar la cuota y dejarse algo ellas”, comentó.
Es hasta después de reunir la cuota por el alquiler del vehículo que los choferes empiezan a generar su ingreso, por lo cual suelen esclavizarse en jornadas mayores a 12 horas.
“Es una explotación brutal, convierten a esas personas en esclavos. Si solo los dueños de cada carro fueran Uber, los taxistas no se tirarían a la calle a protestar como lo hacen”. Aparte de eso, los episodios angustiantes son comunes, relató José, quien una vez llevó a una adolescente al Mall San Pedro, iba para el cine. Cuando bajó del carro, unos taxistas supuestamente empezaron a insultarla por viajar en Uber. José decidió subirla otra vez y llevarla hasta el parqueo interno del edificio para alejarla de la gritería.
“Viera qué pecado; estaba toda alterada y llorando. Traté de animarla diciéndole que por ¢500 de parqueo era más importante su seguridad y la mía”. También dice haberse librado, hasta ahora, de los taxistas y de los oficiales de Tránsito, pero sí conoce casos donde otros conductores Uber han perdido placas o la posesión de sus carros. A su criterio, las calles se han vuelto una cacería.
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“He visto a mi esposa llorando, encomendándome a Dios. Esa vara es dura. Uno trata de darle fuerza pero cuando ya llegaste a la calle, eso te llega. Te golpea porque te acorrala, ya no sabés a quién acudir”, afirmó José con la voz entrecortada.
A falta de trabajo, Uber
Supuestamente, sin otra opción laboral, conductores de Uber aseguraron dedicarse a esa actividad por necesidad. A continuación algunos testimonios.
“Salí el 23 de enero de mi último trabajo y pasé tres meses en entrevistas. Nada. En este país te cierran las puertas porque te perciben muy calificado o por edad".
“Si no estuviera en esto, tendría que vender el carro por una deuda de un lote donde el plan era construir casa propia. Eso se congeló. Hoy alquilo casa, pago el lote y pago las cuentas del mes con Uber, pero es muy complicado".
“Es una lucha diaria saber que vas a salir sin saber con qué te vas a topar. Es un nerviosismo constante cuando se trata de ir a San José, donde se hacen operativos a cada rato. Sin embargo, ni modo, hay que salir”.
“Pagar los pañales, los alimentos de mi hijo, de mi señora, la luz, el agua… obviamente esto es una salvación. Entiendo a los taxistas, créame que no es mi intención quitarle el sustento a otros. Son familias como la mía y no soy egoísta, pero también debo velar por los míos”. “Alejandro”, 40 años de edad y dos meses en Uber. Vive en Alajuela con su esposa y dos hijos (de 7 años y otro de dos meses).
“Trabajé en labores de seguridad pero ese gremio anda muy marginado y por eso empecé en esto con un carro alquilado y luego saqué un préstamo para uno propio”.
“Por ese alquiler del carro le daba ¢115.000 a ese señor y además yo ponía la gasolina. Trabajaba casi 14 horas diarias. Como Uber es barato, tenía que meter bastantes viajes para sacar ganancia y pagar la cuota".
“Uno sale con una tensión altísima. Gracias a Dios, tenemos varios grupos de WhatsApp para estar alerta. Hay que lidiar con la persecución de los policías, con los delincuentes, con las presas y con los taxistas".
“No paro hasta juntar ¢40.000, pero trabajo todos los días sin tomar descanso. Mi esposa me dice que me ve muy cansado; que no le gusta nada verme así porque cuando llego, estoy molido. El estrés es enorme, tengo problemas estomacales. Lo que pasa es que ahora hay más competencia en este servicio; más oferta de la cuenta”. “Manuel”, 53 años de edad y ocho meses en Uber. Vive en Desamparados con su esposa y tres hijos (dos muchachas y un varón).
“Entré en esto porque no encuentro empleo en ninguna empresa. Estudié terapia física y es muy difícil trabajar en clínicas u hospitales. Esto me sirve porque veo a mis hijas y puedo acomodar el horario a ellas que están en en kínder y maternal, las dos tienen beca.
“Salgo a las 7 a. m. a dejarlas a la guardería y vuelvo por ellas a las 5 p. m. Si mi mamá me las puede cuidar, vuelvo a salir y me quedo hasta las 9 p. m. Trabajo de 10 a 12 horas y, si puedo, dejo el domingo libre y, si no, lo trabajo”.
“Debo pagar ¢100.000 semanales por el alquiler del carro y otros ¢35.000 de combustible. Me dejo unos ¢20.000 por día”.
“Tengo dos deudas pendientes y a veces da y a veces no; estas dos últimas semanas han sido fatales porque los pasajeros no están consumiendo”.
“Me han hecho dos viajes falsos; fueron dos taxistas, pero no llegué al punto, por dicha. Una está muy expuesta. A mí susto, susto, no me ha dado, pero sí da cólera que lo quieran vender a uno”. “Alejandra”, 33 años de edad y cuatro meses en Uber. Vive en Guadalupe y tiene dos niñas de 6 y 4 años.