“Antes tenía buen ingreso y hasta podía llevarme a mis hijas a pasear. No le debía absolutamente a nadie. Ahora sí. Trabajaba unas nueve horas diarias y sacaba ¢42.000. Hasta me daba libre el domingo. Ya no”.
Así explica María de los Angeles González Sanabria cómo son sus jornadas detrás del volante de su taxi que ya no le da para vivir. Lo cuenta al borde de las lágrimas.
Dice ser concesionaria y conductora del servicio desde hace 12 años. Además, es la jefa de un hogar que integran sus dos hijas, una de 15, y otra mayor de edad que ya tiene un hijo de tres años. El único ingreso de la casa viene de su trabajo en el taxi.
Esta abuela tiene 51 años y es viuda.
“Salgo a las 5 a. m. y paro a las 10 p. m.; saco de ¢30.000 a ¢32.000 y a veces ni eso. De eso tomo ¢10.000 del combustible y lo que me queda no me da. Saco de un lado para tapar un hueco pero se me hace otro. Hace un tiempo hipotequé la casa y con ese dinero pagué algunas deudas pequeñas”, detalló.
Su situación económica, dice, no para de complicarse.
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Tiempo atrás, recuerda, podía irse con sus muchachas a comprar de golpe los víveres de todo un mes. El gasto ahora es completamente distinto.
De vez en cuando comen alguna carne y ya no es posible tener verduras servidas en los platos cada día. Los vegetales se compran ahora cada tercer fin de semana. Los servicios básicos todavía no se los cortan con excepción del servicio de telefonía que de vez en cuando les ha ocurrido. Esa sin embargo, es la última de sus inquietudes.
“Vea, yo tengo que operarme, tienen que sacarme la matriz porque me salieron tres fibromas y están creciendo. Del Hospital México me llaman para decirme que me vaya a operar pero, como soy quien trabaja, debo seguir o pierdo la casa. Una vez casi la pierdo y tuve que sacar un crédito instantáneo. He ido a Beto Le Presta e Instacrédito; a todo lado para conseguir plata y pagar las cuotas. A veces no logro el dinero y me estreso mucho. Me duelen los riñones, me duelen las piernas, pero tampoco puedo bajarme del carro”, confiesa con voz entrecortada.
Mientras su salud decae, ya ni sabe si la operarán porque continúa saltándose citas. La seriedad del asunto la tiene clara pero una cirugía así implica tres meses de convalecencia.
“¿Quién va a trabajar?” Según ella, eso sería morir de hambre y perder la casa. O seguir endeudándose. Es ese laberinto sin salida lo que la está matando, asegura.
“Me estreso mucho. No duermo bien porque me despierto pensando cómo pago. Hace tres meses iba a perder esta casa y tuve que tocar la puerta a familiares y a todo mundo. Apenas lo logré, pero debo seguir pagando y ya ni me alcanza. Esto es lo que me está matando, me afecta demasiado”.
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Taxistas hablan
La Nación entrevistó a otros conductores de taxi quienes también relataron problemas para conseguir clientes; la mayoría atribuye sus pesares a Uber.
“Ahorita tenemos problemas de carros de Uber que ingresan masivamente en ciertos días cuando no hay oficiales de Tránsito; hasta tienen gente alertando cuándo hay o no oficiales. Nosotros en una noche conseguimos un servicio, Uber se lleva hasta 100”.
“Muchos Uber no hacen viajes cortos. Nosotros, en cambio, tenemos que tomar cualquier viaje según el rol que tenemos. Entonces pueden tocar viajes menos largos con poca ganancia, pero nos siguen pesando todas las obligaciones legales que son altísimas por mes. Uber solo llega al llegar los vuelos”.
“Entonces qué pasa, tengo que trabajar más horas e incluso días libres y sin pensar en descansar en feriados”.
“Yo me divorcié por todo este proceso del taxi, llegó un momento que mi exesposa quería una vida más tranquila, no había dinero en la casa, eso genera problemas”, dijo Kai Uwe Clausen, de 57 años de edad (30 de ser taxista). Él es concesionario y taxista autorizado en el aeropuerto Juan Santamaría. Vive en Ciruelas (Alajuela) y es padre de siete hijos.
‘No se puede ir al dentista, ni al médico, ni a consultas privadas’
“Antes hacía ¢60.000 al día. Llegó Uber y bajó a menos de ¢40.000. Aún me daba para seguir, pero los gastos empezaron a juntarse. Ahorita logro ¢20.000 trabajando 14 horas”.
“Eso no es plata para las cuotas del banco al que debo mi casa; hemos pedido prórrogas. Pagar agua, luz y teléfono se nos atrasa mes a mes. Realmente los taxistas estamos muy mal económicamente, la morosidad en general de todos es altísima”.
“Andar todo el día sentado es malo porque daña la vejiga y una no va a orinar, estoy morosa en la Caja y en tres años no he podido acercarme una cita. No se puede ir al dentista, ni al médico, ni a consultas privadas”.
“Esto es frustración y angustia; solo Dios le da a una esperanza. Soy positiva y de bases espirituales fuertes pero con deudas no se puede cambiar de trabajo. Andás con mucha agresividad. Sé de familias que se han separado y todo. Vea, cuando la comida falta, el amor se va por la ventana”. Maribel Guillén Pérez, 50 años de edad (10 de ser taxista). Vive en San Diego de La Unión (Cartago). Casada y madre de dos hijos.
‘Le debo a Raymundo y todo el mundo’
“Hace tres años todo cambió. Estoy atrasado con los pagos del carro, tuve que irme de donde alquilaba, reducir gastos. Ahora le debo a Raymundo y todo el mundo. Antes uno podía volver a las 5 p. m. a la casa con ¢50.000. Ahora uno hace eso pero trabajando de 14 a 16 horas. Tengo este horario desde diciembre del 2016”.
“Al principio llegaba llorando donde mi mujer, estaba afectando a todo mundo, entonces un día dije: que sea lo que Dios quiera, le pago al que puedo y al que no, ni modo. Tomé esa decisión porque no era posible vivir así”.
“Otros compañeros la han pasado muy mal, yo puse todo en manos de Dios pero igual es muy duro. Antes podía ir un domingo con mi señora a Cartago a comernos una sopa bien rica, antes podía ir con ella a la playa, ahora no. Llevo dos años sin saber qué eso y creo que ya ni sé cómo se llega al mar”. Gilberto Martínez Cedeño, 61 años de edad (25 de ser taxista). Vive en Sabanilla, Montes de Oca. Casado y padre de tres hijas.