En el brazo derecho de Alejandro Cabral se dibuja un rostro con mejillas gruesas y nariz torcida, como la suya; un retrato de la virgen de San Nicolás, el nombre de sus padres, de su ahijada y sus sobrinos, y una frase tan simple como significativa: “Todo pasa”.
El rostro es de Rubén, su hermano mayor y 'padre postizo', asesinado hace cinco años en un asalto, cuando tres jóvenes se subieron al auto que manejaba y le dispararon en el cuello.
Rubén, que trabajaba como ‘porteador’ cuando lo asaltaron en la ciudad de Río Cuarto en Rosario de Argentina, influyó directamente en la crianza de Alejandro.
En Río Cuarto hay un barrio precario conocido como ‘Las Delicias’. Ahí hay casas de lata que apenas se sostienen en pie, guerras entre bandas, múltiples asesinatos y problemas de drogas, pobreza extrema y falta de servicios esenciales en salud y educación.
Muchas de las casas se asentaron en terrenos del Gobierno y pronto podrían ser desalojadas.
Los medios locales relatan que las drogas son el trasfondo del caos y Cabral lo ratifica. Algunos de los amigos de su infancia están hoy en la cárcel. O muertos.
Cuando se separaron sus padres, el mayor de los Cabral fue quien impulsó la carrera del hoy jugador morado. Lo consideraba capaz de llegar lejos en el fútbol, pese a las interminables limitaciones de su crianza.
La muerte de Rubén golpeó profundamente a Alejandro, que ya en ese entonces era jugador profesional. El shock de la noticia provocó una reacción radical en el zaguero.
“Un mundo gris se me vino a la cabeza. Estuve a punto de dejar el fútbol. Después mi vieja (madre) me hablaba y me decía que lo que siempre quiso mi hermano es que yo jugara al fútbol”, cuenta Cabral, un tipo amable, de perfil bajo, pero carácter tosco en la cancha.
Fue después de superar la peor crisis de su vida, cuando se tatuó el rostro de su hermano en la piel. Para siempre y para cada vez que mira al cielo, como después de encontrarse un balón suelto dentro del área florense y rematar a puerta, sin contemplaciones.
Perforó las redes y luego se hincó, levantó los brazos y celebró con su hermano. Más que un gesto, un ritual. En su casillero personal, dentro del vestuario, cuelga la imagen de Rubén, como también lo lleva grabado en la piel y en su corazón.
Al poco tiempo de su muerte, Alejandro conoció a la que sería su esposa, con quien tiene un hijo. Renació de a pocos, despacio pero a paso firme, hasta llegar al Saprissa, después de una larga andadura que comenzó de niño en Boca Júniors, en donde se formó durante siete años.
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Ahí conoció a Mariano Torres, algunos años mayor que él, pero parte de la cantera.
Abandonó Boca para militar en clubes de otras categorías, hasta debutar en la Primera de Argentina con Quilmes a los 19 años.
El Saprissa es su primer equipo grande desde que es profesional.
Cabral reconoce a sus 25 años que el gol que le anotó a Herediano en la gran final es el más importante de su carrera. Sabe que lo suyo es defender, pero disfruta de su momento de gloria.
El defensor sonríe, me da un apretón y se dirige al autobús. Ya mañana será otro día.
“Toda pasa”, como lo dice su brazo.