"Una vez mis papás hicieron el esfuerzo de comprarme unos tacos de marca. Estaba muy contento porque casi siempre tenía que usar los que mis primos dejaban y estaban todos rotos. Cuando llegué con los tacos al entrenamiento de Saprissa, algunos compañeros se empezaron a burlar de mí porque andaba los tacos más baratos. Salí llorando".
Nada fue fácil para Jimmy Marín, criado en un barrio marginal en Copey de Tibás. Todas las tardes, después de la escuela, caminaba una hora para asistir a la práctica diaria y luego se devolvía a pie a su casa. No había dinero para los pases de bus, ni para los tacos.
De niño jugaba en la plaza de Copey con los zapatos negros de la escuela. Siempre terminaba con ampollas, pero no paraba; de tarde y de noche, en la plaza o el planché.
Aún recuerda como al filo de cada tarde, cerca de 30 menores del barrio se reunían en el planché de cemento para jugar cinco contra cinco. El equipo que perdía le daba espacio al siguiente y el que esperaba afuera cumplía con un ritual antes de regresar a la cancha.
Algunos jóvenes prendían el puro de marihuana y se lo fumaban antes volver, como para ‘matizarse’.
Marín cree que el fútbol lo enfocó desde muy joven. Nunca fumó porque siempre estaba jugando; en el barrio, la escuela, el planché, la plaza... y luego en Saprissa, adonde llegó como portero, pero acabó como goleador después de un entrenamiento.
Su entrenador, Kenneth Barrantes, le pidió que no atajara para que otros muchachos que vinieron a probarse ocuparan su puesto; se colocó de delantero y ese día se cansó de anotar.
Marín superó todos los peldaños de la academia morada hasta cumplir la edad suficiente para llegar a la Sub-15. Ahí empezó su verdadero calvario, cuando los entrenadores se negaban a subirlo de categoría a causa de su estatura.
Confiesa que, por insistencia, le permitieron continuar en el club, pero era el único del equipo que tenía que llevar su propio uniforme, en una edad en la que ya Saprissa asumía este gasto.
No la pasó bien Marín, quien recuerda cómo lo excluían de las fiestas organizadas por los padres de sus compañeros a causa de su estatus social.
Llegaba a los entrenamientos y en el camerino solo se hablaba de la fiesta a lo que todos fueron, menos él y sus padres.
“Me daba mucha cólera porque sabía que era mucho mejor que otros jugadores, pero como no tenía los recursos o no era amigo de ‘tal persona’, me hacían a un lado”, cuenta Marín.
Entre muchos altos y bajos, tropiezos y golpes al ego, el juvenil llegó hasta el alto rendimiento. El empuje de sus padres, quienes le impidieron renunciar al fútbol, acabó por dar sus frutos una tarde de diciembre, antes de salir a vacaciones.
El primer equipo necesitaba de algunos juveniles que reforzaran el plantel y la mayoría de ellos ya tenían entre sus planes irse para la playa con su familia.
Ante la negativa de algunos futbolistas, Marín recibió la oportunidad de completar el primer plantel. Al principio no le querían pasar el balón en el colectivo, pero él se encargó de recuperar la pelota, crear la jugada y transformarla en anotación.
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"Luego de ese entrenamiento, algunos líderes me preguntaron mi nombre. Dejé una buena impresión. Cuando volvimos de vacaciones, los mismos jugadores del primer equipo sugirieron que yo pudiera hacer la pretemporada con el club", explicó.
Al poco tiempo, Marín firmó su primer contrato profesional con Herediano, club del que es figura hoy en día. Ya debutó con la Sele Mayor y está a las puertas de la disputa por el título.
Con su primer salario, invitó a toda su familia a almorzar a McDonald's.
Hoy, una marca le patrocina los tacos.
“Antes salía llorando de los entrenamientos, pero ahora me patrocina la Nike y muchos de los que se burlaban de mí, me piden que le regale tacos”, concluyó.