“Algunos amigos me llaman Tosty Deportista porque inicié con gimnasia, natación, hice porrismo, ciclismo, soy cinturón negro en karate, hice aeróbicos y quedé campeona en algún momento, y corro. Empecé con un kilómetro, cuando tenía seis años, y ahora he llegado a correr 338 kilómetros”.
Ligia Madrigal Moya es la hermana del medio de dos varones, hija de un pediatra nefrólogo y una economista. Estudió Bellas Artes en la Universidad de Costa Rica y trabaja como diseñadora gráfica. Es empresaria, mamá, esposa y sobretodo deportista. Quizá de las más completas y con más títulos y campeonatos en Costa Rica.
Hoy, con 45 años de edad, está dedicada a correr ultramaratones, los más difíciles y prestigiosos del planeta. Como por ejemplo el ultratrail de Mont Blanc, una carrera de montaña de 300 kilómetros en los Alpes que hará a partir del próximo lunes 27 de agosto, y en la que ya estuvo en dos ocasiones (2013 y 2014).
Pero para llegar hasta este punto ha pasado por un proceso de muchísimos años entrenando su cuerpo y su mente. Ha tenido altos y bajos, lesiones y carreras inconclusas, pero han sido más las buenas experiencias, el aprendizaje y los títulos obtenidos. Esta es la historia de cómo Ligia Madrigal puede correr días y noches enteras, sola o acompañada, en las montañas más desafiantes del mundo.
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¿Cómo se inició su relación con el deporte?
Yo siempre fui una niña con mucha energía y como antes no existía el prekinder, mi mamá fue a rogar al kínder para que me dejaran entrar a los 4 años, porque seguro ya no me soportaba, y me aceptaron. Desde los 4 años me metieron también a gimnasia y natación para que quemara un poco de energía. Así empecé. Después, en el colegio y en la universidad, me hice porrista, y durante los últimos años de universidad me metí a karate, soy cinturón negro de karate.
Y siempre corrí, paralelo a todo corría.
Mi mamá fue bailarina de ballet y mi papá siempre hizo diferentes deportes, pero más que todo por salud, y corría en las mañanas, entonces con él empecé a correr, desde pequeña yo le pedía que me llevara. Vivíamos muy cerca de La Sabana, entonces íbamos a correr ahí.
¿Cómo empezó a correr larga distancia?
Yo corrí calle hasta que subí primera vez Chirripó y dije ‘nunca más quiero hacer calle’. Mientras eso pasó, me convertí también en ciclista. Mi año empezaba en febrero con la carrera de Chirripó, en el medio hacía algunas carreras de aventura y en noviembre hacía la Ruta de los Conquistadores. La he hecho 14 veces. Por muchos años esa fue mi felicidad.
Pero para mis 40 años, descubrí el ultratrail de Mont Blanc (UTMB). Yo vi el video y aunque uno sea o no corredor, uno lo ve y dice ‘yo quiero hacer esa carrera’. Entonces empecé a ver qué tenía que hacer para ir, porque nadie de Costa Rica ni de Centroamérica había participado antes.
Para ser aceptado hay que cumplir varios requisitos. En ese momento (2013) había que hacer dos carreras de 50 millas (80 kilómetros) y una de 100 millas (160 kilómetros) para clasificar y yo lo logré hacer (...) Haciendo esas carreras aprendí a correr distancia.
Me preparé lo mejor que pude y me fue increíble en Mont Blanc. Me encantó, la disfruté montones y de hecho logré hacer podio. Terminé 16 general y tercera en mi categoría. Esa es la carrera más famosa del mundo y a la que va toda la élite de trail. Ahí me di cuenta de que realmente sirvo para este deporte.
El ultratrail de Montblanc se desarrolla una vez al año en los Alpes. Atraviesa Francia, Italia y Suiza. En su participación en 2013, Ligia Madrigal hizo un tiempo de 34:29:40 horas en 166 kilómetros. La competición está conformada por varios eventos de distintas distancias.
En 2014 intentó repetir Mont Blanc. ¿Qué pasó?
El 2013 fue un año muy intenso para mí, participar en el Mundial de Aventura en Costa Rica me dejó demasiado desgastada. Ese año perdí como 7 kilos y me entró una bacteria y me dio herpes zóster. Abusé de mi pobre cuerpo y me costó dos años recuperarme. Yo estaba inscrita para el 2014 y fui a Mont Blanc sin haber entrenado y enferma. Logré llegar al kilómetro 100, que la verdad para mí fue muchísimo. Yo lloré montones cuando me tuve que retirar, ya me iba a entrar el herpes y los doctores de la carrera no me dejaron continuar.
Al principio me entristeció mucho, pero después volví a agarrar impulso.
En 2016 hice mis primeras 200 millas en Colorado y me sentí tan bien y me fue tan bien que tomé otro aire. Y haber hecho el Tor des Géants y haber terminado tan bien como que también me renovó como atleta, porque yo ya tengo 45 años y yo decía ‘tal vez es que ya no sirvo, ya mi cuerpo se fundió, dio todo lo que tenía que dar después de tantos años de abuso’, pero no, todavía me quedan algunos cartuchos.
¿Por qué hace estas carreras o cosas como por ejemplo recorrer Costa Rica de frontera a frontera en bicicleta?
A mí me gusta retarme, siempre fui una persona super miedosa, entonces me gusta retarme constantemente para ver si puedo vencer ese miedo. Y ha sido un proceso, no es como que yo mañana diga ‘voy a atravesar Costa Rica en bici’.
Además, siento que es una aventura, ¿cuántos lugares bonitos se pueden conocer atravesando Costa Rica en bicicleta o corriendo? Uno llega a conocer pueblos, gente, llega a coleccionar experiencias. Eso es lo que me gusta y creo que lo hace crecer a uno como persona. En todas esas carreras cuando estoy muerta de frío y de hambre es cuando uno valora lo que tiene todos los días.
Todas estas carreras las hago porque son mis vacaciones con mi familia para desconectarme del mundo real. Es mi momento egoísta, que lo dedico solo a mí. Y siempre, después de una carrera de esas, uno es una persona diferente, uno aprende un montón de cosas buenas y malas que tiene. Soy adicta a esa sensación.
Deportivamente hablando, ¿cuál ha sido su momento favorito?
De ultramaratón, que es lo que hago ahora, sería cuando logré cruzar esa meta de Montblanc, pero ni siquiera en la meta, creo que fue cuando yo logré estar en el punto de salida. Porque fue impresionante. En ese momento yo era atleta de Latinoamérica de North Face, y como no me había ido mal en la preparación, me metieron con los élites, ahí entre los primeros. En esos segundos antes de la salida volvía a ver para todo lado y estaba a la par de todas esas estrellas y me empecé a poner nerviosa y empecé a hiperventilar. Yo no soy casada, soy juntada, porque le tengo horror al matrimonio, y yo pienso que seguro así se siente uno cuando se va a casar, porque yo decía ‘no puedo hacer esto, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿quién me dijo que yo podía meterme en esto?’. Por dicha había una amiga gringa, y le dije: ‘Hellen me voy a desmayar, no puedo estar aquí’. Y en eso empezaron a contar ‘cinco, cuatro…’ y no tuve más tiempo y salí.
¿Cuál meta deportiva tiene pendiente?
Yo diría que casi que las he cumplido todas, porque he hecho las carreras más lindas que uno se pueda imaginar con el apoyo de mi familia. Mi sueño deportivo diría que es que a mi hija le siga gustando el deporte y que yo, de alguna manera, pueda ayudarle a que surja, si es que ella quiere. Veo que ella tiene las aptitudes para ser mil veces mejor que yo, me encantaría verla convertirse en una gran atleta.
También me gustaría ver crecer más el deporte en Costa Rica.
¿Se entrena para aprender a escuchar el cuerpo y la mente?
El cuerpo es un mañoso, y sobretodo la mente. A uno le empieza a mandar dolores y cansancio a ver si uno se detiene. Es interesante, yo en los primeros 40 o 50 kilómetros de cualquier carrera sufro montones, me quiero devolver, me pongo a pensar ‘yo no sirvo para esto, ¿por qué me metí? Qué necia, esta es la última vez, ya me voy a retirar, ya estoy vieja’. Cuando veo a Fede (su pareja) le digo ‘no sé por qué me metí en esto’, entonces ni me da bola. ‘Sí, sí, sí, tenga, siga’ y me tira una botella y me empuja y ya como al kilómetro 100 mi cuerpo se da cuenta de que no voy a parar y es increíble cómo se adapta. Uno tiene que saber cuándo es un dolor grave, pero yo ya sé que mi cuerpo me va a mandar esas señales negativas y yo le digo, ‘sí ya, cállese, no voy a parar’, y él entiende. Uno tiene momentos altos y bajos en carrera, así como hay momentos en los que me digo que no sirvo para nada, de repente subo una cuesta y empiezo a pasarle a la gente y digo ‘yo nací para esto, soy la mejor’. Uno se siente wow. Es matizar los momentos bajos y nivelarlos y los momentos altos aterrizarlos a tierra para no darle demasiado fuerte.
¿Está acostumbrada a ganar?
Aquí, en general, me iba muy bien. Sobretodo porque yo era pionera, en carreras a las que solo iban hombres, yo empecé a abrir trecho. Ahora hay corredoras muy buenas. Nosotros mismos, que organizamos eventos, hemos mejorado mucho la participación femenina.
Yo diría que en distancias de 50 y 80 kilómetros podría quedar entre las tres o cuatro primeras, pero entre más distancia, tengo más ventaja. Definitivamente yo siento que de 100 millas para arriba soy bastante buena, me siento más segura.
Las 4:03 horas de su única maratón
¿Corrió maratones?
Una. Yo corría 21 kilómetros, y el siguiente paso era correr maratón, pero corrí Chirripó en 1998 y me desligué de la calle. Pero en el 2000 puse en el bucket list hacer una maratón, el problema fue que me dio dengue, entonces por dos meses no entrené absolutamente nada y venía esa maratón internacional que hacen en diciembre y como ya se acababa el 2000 fui y me inscribí sin decirle nada a nadie.
Ni siquiera tenía tenis de calle, entonces el día antes me fui a comprar unas, todo lo que no se debe hacer. Yo vivía en La Sabana, y el día de la carrera me puse una pantalonetilla, una camiseta y las tenis y le dije a mi mamá ‘ya vengo, voy a ir a hacer algo que tengo pendiente’.
Empecé a correr y encontré un ritmo que podía mantener y me acuerdo de un señor que se veía bastante serio en el pelotón, y le pregunté ‘¿señor si sigo a este ritmo que llevo, cuánto cree que dure?’ y me dijo que cuatro horas. Y duré 4:03 horas. Imagínese qué señor más gato y yo qué constante.
Yo llegué a la casa toda sudada y mi mamá ‘¿dónde andaba?’ y yo ‘ahí, dando una vueltilla en La Sabana’.
Lo vacilón fue que a la semana me llamaron de la Fecoa. Eso fue en el 2000 y pocas mujeres corrían maratón. Me llamaron para decirme que había quedado en tercer lugar. Corrimos tres y quedé tercera. Me gané 150 mil colones, un reloj y una placa de bronce, porque tuve la tercera mejor marca de maratón en ese año en Costa Rica.
A veces con solo intentar uno se puede sorprender, ‘jalarse’ tortas y vacilonas.
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Vencer el miedo
Crear eventos en los que muchas mujeres participen, patrocinar a deportistas para motivarlos a permanecer y crecer en el deporte e intentar influenciar positivamente a una persona para que se atreva a salir de su zona de confort y se inicie en el mundo deportivo sin importar la disciplina, es uno de los objetivos de Ligia Madrigal.
“Mi objetivo es correr 200 kilómetros, pero para otra persona el objetivo puede ser correr 5 kilómetros o ir caminando al trabajo. Lo principal es tomar la decisión de hacerlo y luchar por eso e ir avanzando, poco a poco, dentro de las realidades de cada uno. Porque para alguien que no hace ningún tipo de deporte la meta puede ser correr 10 kilómetros dentro de dos años y es perfectamente válido y va a ser igual de difícil para esa persona correr 10 kilómetros, que para mí correr 200”, explica cuando le pregunto qué se necesita para crear el hábito de ejercitarse constantemente.
Y hace énfasis en la parte mental, también. “Que no tengan miedo, si uno tiene la convicción de que quiere hacer algo, lo puede lograr. Eso es lo primero, convencerse uno mismo de que quiere hacerlo. De ahí en adelante todo se va a ir dando. Y no es no tener miedo, es vencerlo, porque uno siempre tiene miedo. Yo siempre tengo miedo”.
¿Miedo de qué?
Son tantas cosas. Cuando empecé a correr yo le tenía terror a salir a correr sola y más en la noche, por los animales y todo. El año pasado, cuando fui a correr las 200 millas, decía ‘¿y si me sale un oso?’ En un momento vi una caca de un oso en un sendero y se me subieron las pulsaciones, yo grité durante dos horas y luego me di cuenta de que nadie me oyó, pero hacer ruido es bueno para espantar a los osos.
Le tenía miedo a cruzar los ríos, porque casi me ahogo al cruzar uno. Cuando eso pasó, inmediatamente, a la semana siguiente, me fui al Sarapiquí y lloraba, pero me obligué a cruzarlo de un lado y para el otro, porque si no me obligaba era un trauma que no iba a vencer y cada vez que me topara con un río me iba a paralizar y en las montañas uno siempre se encuentra ríos.
Cuando tengo miedo trato de engañarme a mí misma, me digo, ‘sí puedo’, aunque a veces me tiemblen las piernas.
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