La gente en Cartago busca algo que solo consta en los libros de historia, en los recuerdos del abuelo, algo que habita en la memoria colectiva.
Cartaginés lleva años, décadas, generaciones sin alcanzar eso que con cada pasar del calendario parece más un mito que un hecho.
Dicen que alguna vez fueron campeones, que un día la pelota no fue tan caprichosa. Que hace mucho tiempo sí se pudo y, precisamente, eso que pasó hace 78 años está destinado a repetirse, pase lo que pase.
En el club brumoso hay una máxima que se enseña desde la cuna: cualquier chico que juegue con la camiseta del decano del fútbol centroamericano está obligado a creer que él y el resto de sus compañeros serán los que acaben con la mala racha, que algún día van a cruzar el Ochomogo sin las manos vacías, para colocar al Cartaginés en el lugar que se merece, en lo más alto. Esta es su causa.
Así lo creyó Rándall Brenes Moya cuando entró en las juveniles del club de sus amores hace 20 años... hoy el futbolista retirado, aún lo cree, y confía que ese día llegará, que no hay mal que dure para siempre y que el fútbol no puede ser tan cruel.
En Cartago, Chiqui es sinónimo de lealtad, el jugador que nunca se fue a otro equipo como lo hicieron otros..
“Para el hincha cartaginés, Chiqui es motivo suficiente para justificar una bronca en cualquier discusión futbolera. Él es uno de los nuestros”, reflexiona el aficionado, Jorge Marín.
Este torneo para los brumosos es extraño, de cambios. Bajo la tutela de Paulo César Wanchope el Cartaginés arranca el certamen sin los veteranos Randall Brenes y Danny Fonseca, dos caras tan conocidas como el dicho “Cartaguito Campeón”.
Chope llegó con ideas que sobreponen la juego físico y la resistencia y en ese esquema, Chiqui –el eterno “10”– ya no tenía cabida.
Randall accedió a dar un paso a afuera, sin hacer escándalo. Quizá su compromiso con la causa es tan grande ahora, que al final comprendió que los tiempos cambian y que en este momento él puede aportar más afuera de la cancha en la que fue tan feliz.
A sus 34 años no piensa defender otra bandera. Para el exdelantero brumoso eso sería como renunciar a su identidad, simplemente no se podría ver al espejo con otra camiseta que no sea la blanquiazul.
“Cartago es mi casa. Aquí he sido feliz. Si me pusiera a contar todo lo que me ha pasado no terminaría nunca. Han pasado cosas muy lindas y cosas muy tristes. El club es como mi segunda familia, ahí llegué, crecí, me fui y volví. Me volví a ir y regresé, siempre fue mi casa; de hecho, sigue siendo mi casa hasta el día de hoy y yo creo que siempre lo será”, afirma el exfutbolista.
Revista Dominical conversó con el último caudillo de los blanquiazules, el que hace un repaso por su carrera futbolística en la que jugó en el extranjero y defendió a la Sele en su mejor mundial.
El también hombre de familia– esposo y padre de dos hijos– reconoce que solo le hizo falta una cosa en sus 14 años como futbolista profesional, quizá la más importante: ganar el título con la única camiseta que usó en la Primera División.
Pero ahora Chiqui, en su nueva función como coordinador de las ligas menores del club, trabaja para lo que tanto anhela suceda. Finalmente.
Hecho en el potrero
El Chiqui vivió toda su niñez al frente de un potrero que se improvisaba como cancha en el barrio de la Pitahaya de Cartago. Fue inevitable que saliera futbolista. Eran tiempos difíciles económicamente – su papá era misceláneo y su mamá laboraba como conserje– .
En las vacaciones, Randall y sus tres hermanos menores se juntaban en cuadrillas para recolectar café, y así, regresar a casa con lo necesario para comprar cuadernos. Al menos, esa era la condición que les imponía su mamá para irse a jugar fútbol.
Doña Maribel Moya recuerda al mayor de sus hijos salir de la casa en plena mañana. Con los ojos azules bien abiertos y cabello crespo hecho una pelusa. Chiqui caminaba cien metros para llegar a la cancha y “ahí se quedaba hasta que yo le pegaba como cuatro gritos porque ya había oscurecido y la bruma había bajado”, recuerda la ama de casa.
El lugar donde Randall era más feliz era en el potrero con cualquier intento de balón que él y sus compañeros mejengueros se pudieran encontrar. El fútbol era lo más preciado para él, era lo único que tenía. Porque sobre el lodo del zacate todos son iguales, ahí no importa de dónde venís o cuánta plata tengás: si sos buenos sos bueno. Punto... y Randall era el más fino de la Pitahaya.
Desde entonces, el mayor de los Brenes deliraba con el Cartaginés. Los fines de semana aprovechaba su corta estatura para colarse en los tumultos y entrar de gratis al estadio Fello Meza, todo eso para ver a sus ídolos de ese entonces : Heriberto Quirós, Bernard Mullins y Marco Tulio Hidalgo, esos que conquistaron el torneo de la Concacaf en 1995, sin duda la última gran gloria del club.
“Eran momentos muy emocionantes. Me acuerdo que en ese partido no pude colar porque había mucha seguridad, terminé viendo la final contra Atlante por tele. Esa noche hubo mucha neblina y desde ahí sabía lo que quería llegar a convertirme, en futbolista”, explica Randall.
El mayor de los Brenes nunca fue el más rápido ni el más fuerte, de hecho casi siempre era el más pequeño de la mejenga, de ahí el apodo Chiqui. Pero a pesar su corta estatura, Randall metía goles y siempre ganaba. Quizá era porque tenía esa chispa para saber donde estar en el momento preciso, era de esos jugadores a los que llamamos “vivos” para referirnos a su buena lectura de juego.
No pasaría mucho tiempo para que alguien notara esa chispa. El primero que lo vio fue German Matamoros, un entrenador de barrio que inició un equipo con los mejores chicos de la Pitahaya. Fue el mismo Matamoros quien lo llevó a las menores del Club Sport Cartaginés.
“Quizá por mi manera de jugar, a mí siempre me adelantaron el proceso. En las Ligas Menores. Y sí, a veces me pegaban pero eso no importaba, como buen mejenguero lo único que yo quería hacer era meter goles y ya”, relata el goleador brumoso.
La manera de jugar de Randall atrajo la atención de muchos entusiastas de la provincia. Uno que lo apadrinó fue José Navarro, dueño de una constructora que opera en la provincia.
“Don Navarro ha sido una de las personas que siempre estuvo para ayudarme y hoy a la fecha aún está ahí. Él siempre se aseguró que a mí nunca me faltara nada, cuadernos, comida y zapatos. Él ese entonces tenía cuatro hijos, todos futboleros, y compraba cinco pares de tacos y uno de esos era para mí”, explica el Chiqui.
“El hecho que haya tantas personas confiando en mí me motivaba a ponerle en los entrenamientos a ser más disciplinados”, destaca el exdelantero.
“Ese chiquitillo, es bueno”
Randall tenía 19 años cuando entró al primer equipo del Cartaginés. En ese entonces el entrenador era Alexandre Guimaraes, quien tomó la decisión de enviarlo a Paraíso junto a los otros juveniles Carlos Johnson y Roy Miller.
Era un momento de transición, Chiqui recién se graduaba del colegio San Luis Gonzaga, tenía una novia que se llamaba Guiselle Quesada y había conseguido un trabajo de medio tiempo en una fotocopiadora, el cual le permitía entrenar en las mañanas y jugar los fines de semana. Eran días tranquilos, pero todo eso cambió en cuestión de año y medio.
Tras una terrible seguidilla de resultados de Guimaraes, el argentino Carlos de Toro asumió las riendas de un equipo en peligro de descender. El suramericano llamaría de regreso a Randall, a Carlos y Miller para jugar lo que quedaba el torneo del 2003; sin embargo los novatos no terminaron de convencer a De Toro, quien los envió de regreso al Paraiseño.
Tras una temporada para el olvido, Cartaginés tuvo que recurrir a un viejo conocido, Juan Luis Hernández Fuertes. El español le dio otra oportunidad a Chiqui de probar sus armas en la Máxima Categoría. Esta vez sí cumplió.
Fue un 22 de agosto del 2004, en un partido contra Brujas en el antiguo Estadio Nacional– ya ni el estadio ni el rival existen– . El encuentro estaba encaminado para los brumosos con un marcador de 2-0; Chiqui entraría por su compinche Paolo Jiménez cuando el reloj marcaba el 66’.
En la gradería había optimismo. Los más fiebres sabían que ese chiquitillo venía de hacer un montón de goles para Paraíso. A Randall le bastaría una jugada para marcar su primer gol y lo hizo de la única manera que sabía hacerlo: como un mejenguero.
El cronista de La Nación Álvaro Murillo describió la jugada así; “ el tercer gol visitante, cuando el novato Rándall Brenes condujo con brillantez la primera bola que le llegó, cruzó entre tres zagueros y disparó por bajo frente al portero”, enfatizó en el diario del lunes 23 de agosto del 2004.
Ese fue el primero de los 16 goles que marcaría entre 2004 y 2005. Chiqui se había convertido en un indiscutible para los brumosos y sería condecorado como el goleador del certamen.
“Chiqui tiene el instinto de jugador de barrio, un olfato que solo se desarrolla ahí, él es de la Pitahaya, nació y se crió a cinco metros de una cancha de fútbol, tiene el instinto de esos chiquillos que con dos o tres años ya están en la cancha y cuando tienen diez ya juegan con los mayores, es una picardía que no tienen los jugadores de escuelas de fútbol, eso ya se trae”, recuerda Juan Luis Hernández.
Pronto le llegaría la oportunidad con la Selección Mayor. Fue en una Copa de Oro que se celebró en Estados Unidos, en el 2005.
“Termina el primer torneo mío como profesional. En ese entonces, conseguí algunas distinciones individuales como el novato del año y goleador del equipo y viene la Copa de Oro. En ese entonces Alexandre Guimarae, sí, el mismo que me mandó a la segunda división es el primero en darme una oportunidad en la Selección Mayor”, explica Randall.
Sin embargo, Guima había dejado a Chiqui en lista de espera. Sin preocuparse mucho y agradecido con la oportunidad, el joven delantero continuó sus entrenamientos con el Cartaginés.
“Yo estaba entrenando normal. Cuando otra vez me vuelven a llamar de la Federación, porque el delantero titular de ese entonces Winston Parks no podía dejar el Lokomotiv y Carlos Castro había sufrido una lesión, entonces nos llamaron a mí y a Miller”, recuerda.
Chiqui debutaría en la Copa de Oro en un partido contra Cuba que se celebraría en Seattle. El cronista de ese entonces, Gustavo Jiménez, describiría que fue un partido difícil ante los isleños y que fue gracias a la entrada del joven brumoso que la Sele encontraría el norte.
“Pocas veces un jugador monta semejante espectáculo en su debut. El delantero Rándall Chiqui Brenes le cambió ayer el rostro a un partido que pintaba mal para Costa Rica, y con una formidable actuación abrió la llave de los goles” relataría Jiménez en el ejemplar publicado el 10 de julio del 2005.
Chiqui marcaría de cabeza y provocaría un penal, para el que el cotejo terminara 3-1 a favor de los ticos. Este puede ser el partido más importante en la carrera de Randall, pues allí captó la atención de los cazatalentos europeos, esos que le cambiarían la vida para siempre.
“Termina la Copa de Oro, pero antes de irnos del hotel me llamaron de recepción que había alguien que quería hablar conmigo. Era un agente de Noruega que trabajaba con Jorge Ulloa, me dijeron que estaban interesados en mí para que jugara allá en Noruega o con un equipo en Boston. Yo les dije que tenían que hablar con Cartago porque yo soy ficha de ellos. Sinceramente le digo que pensé que era puro cuento y que la cosa había terminado ahí... pero no fue así”, cuenta Randall.
Dos semanas después de terminada la Copa Oro, el agente noruego llegó a las instalaciones del Fello Meza para preguntar cuánto costaban los servicios del joven mejenguero de la Pitahaya.
Al final, el Cartaginés accedió a enviar a Randall a jugar a un club que en ese entonces él no sabía ni pronunciar, el Bodo Glimt FK.
Ese mismo día, recuerda, tuvo que llamar al dueño de la fotocopiadora para decirle que ya no podía volver, que muchas gracias por todo. Lo difícil fue explicarle a doña Maribel y Guis que se iba a vivir a Europa y que nadie sabía cuándo regresaría.
Mejenguero, legionario y esposo
“Yo al principio no me quería ir. No sabía ni cómo me iba a ir, que iba a comer, si me iban a tratar bien o como se hablaba allá. Te lo digo porque yo nunca había salido de Cartago por más de tres semanas... y viera cuando se lo dije a mi mamá”.
Una de las características de Randall, es que no le gusta contar los huevos antes de que ponga la gallina, por eso prefirió guardarse lo de Noruega hasta que todo estuviera finiquitado, a un margen de una semana.
“Fue un día en la casa que le dije a mi mamá: Ma, que lo más seguro me voy a para Noruega a vivir la próxima semana, que me quieren comprar y será algo muy bueno para todos nosotros económicamente. No me dio mucha bola porque no le dije qué día, así como que no me creyó”, recuerda el Chiqui.
No fue hasta que le mostró los papeles que doña Maribel cayó en cuenta que el mayor de sus hijos se iba ir a vivir a un país que nadie conocía y que nadie en Cartago sabía cuando iba a regresar.
Poco después, Randall iría a la casa de su novia Guis con un ramo de flores para pedirle que dejara lo que estuviera haciendo y que se fuera a vivir con él a Noruega. Tal cual. Los dos jóvenes de 20 años, no asimilaban lo que estaba pasando, lo único que sabían era que estaban enamorados.
“A ella la agarró por sorpresa pero sí quería ir, pero no sabía que iba a pensar sus papás que eran muy conservadores. Yo hablé con los suegros y primeramente me dijeron que no”, enfatizó el Chiqui.
“Se lo digo como anécdota, cuando fui al aeropuerto nosotros no teníamos carro. Así que un amigo mío que se llama Eduardo Calvo nos llevó a mí mamá, a mi novia y a mí al aeropuerto. Mi mamá lloró todo el camino de ida y vuelta”, recuerda Randall.
Noruega fue el lugar, donde Randall dejaría de ser un mejenguero. Allí aprendería disciplina táctica y que el fútbol no es solo de meter goles.
“Yo era un mejenguero. Era un carajillo que le gustaba llevar la bola y encarar a los rivales, tenía la técnica de alguien que aprendió a jugar en el potrero. Porque eso era. Todo lo táctico lo aprendí en Noruega. Se juega muy sincronizado una línea con la otra, estuve casi seis años en ese fútbol, entonces había cosas que las hacía ya de manera mecánica” recuerda Randall.
Chiqui no solo mejoró futbolísticamente en Noruega. Allá maduró, se convirtió en adulto y tomó las decisiones más importantes de su vida.
“Los primeros días eran extraños. Dormía, entrenaba, llegaba a la casa, comía y me iba a dormir de nuevo. No sabía hablar, no sabía qué pedir en los restaurantes. Muchas veces pensé en dejar todo tirado. Yo estaba acostumbrado a mis amigos, a mi familia, mi novia y en el equipo donde todos me trataban bien. Pero no, allá era ellos con su idioma. Tuve problemas con la soledad. Pero yo lo tenía muy claro, lo tenía clarísimo, yo quería ser futbolista y había que hacer sacrificios porque era mi sueño. Era lo único que tenía”, explica el Chiqui, mientras hace memoria de sus días en el fútbol europeo.
La situación cambió de manera radical y mejoró cuando Guis tomó la decisión de acompañar a Randall en Noruega, al menos para probar que tal les iba.
“Él se fue en julio y yo me fui en setiembre. Antes de irme para allá me pidió un montón de comida criolla, lo esencial, Salsa Lizano, frijoles, arroz pero Randall hizo énfasis en que llevara 100 películas en DVD porque todo allá está en un idioma que ninguno de los dos entendíamos en ese entonces”, explica Guis Quesada.
“Cuando ella llegó allá, me hizo sentir bien. Me hizo feliz estar con alguien que yo quería que estuviera conmigo viviendo esa etapa. Solo estábamos ella y yo. Nos fue tan bien que ese mismo año nos casamos y al día de hoy sigue siendo mi compañera. Cualquier problema que teníamos la solucionábamos ella y yo, posteriormente llegaría nuestro primer hijo Matías”, explicó el ídolo de Cartago.
“Yo no solo me convertí en mejor jugador sino como persona. Me cultive más culturalmente, veía un poco más allá de lo que veía antes de irme. O sea, si yo evaluaba lo que yo era antes de irme en el 2005 a lo que yo llegué a ser en el 2010 tenía otra perspectiva de la vida”, agregó.
Durante su primera estadía en el fútbol noruego, Chiqui jugó en dos equipos: el Bodo Glim y en el Kongsvinger. Cinco años después, Randall regresaría a Cartaginés, con el objetivo de alcanzar el título con el club de sus amores.
Posteriormente tendría dos incursiones más en el extranjero. La más sonada fue en el 2012, en el Khazar Lankaran de la Primera División de Azerbaiyán, donde competiría en la Europa League; sin embargo regresaría a Costa Rica por un incumplimiento de pago. Sin contrato Randall fue pretendido formalmente por Alajuelense, sin embargo, el delantero se decantó por la camiseta blanquiazul.
“No fue una decisión fácil, hubo otras oportunidades, pero el aprecio que me da la gente de Cartago es muy importante y eso pesó para que yo esté aquí. Yo me debo a la afición, pues me ha dado muchas alegrías, me ayudaron a tomar la decisión”, comentaría el crack brumoso en ese entonces.
Lo que no pudo ser
Sentado en una banca del jardín del condominio donde vive, Randall reflexiona sobre aquella final del 2013 contra Herediano.
La conversación fue interrumpida en tres ocasiones por aficionados que a ver al Randall se querían tomar un selfie con el ídolo retirado.
Los brumosos llegaron a esas instancias tras realizar su torneo más regular en los últimos años, tuvieron un 62% de efectividad, lo que se traduce en que no habían estado tan cerca de alcanzar lo que se les había negado desde 1941.
-¿Cartago merece la suerte que tiene?
El fútbol no es de suerte. Por ahí en algún momento pasa algo fortuito, son situaciones y quedó más que claro en el 2013. En una final que perdimos en penales. La gente ve los penales, pero nosotros llevábamos una ventaja de dos goles. Eso no es mala suerte.
-¿Qué pasó?
Heredia apretó mucho, nosotros estuvimos muy atrás. No tuvimos el manejo de juego que se debía. Pero hablar ahora es muy fácil, que es lo que pasa con todo mundo. Estar ahí para plantear el equipo como lo planteó Javier (Delgado) no es fácil.
-¿Qué sintió cuando cae el gol de Andrés Lezcano que obliga llevar el partido a los penales?
Que la final era nuestra. Pero los penales son un estado emocional. Solo botamos uno y Heredia metió todos.
-¿Cómo fue el viaje de regreso a casa?
Tristeza total. Todos llorábamos en el camerino. Sentís que te arrebatan un pedazo de carne. Porque tal vez para otros equipos es algo que está ahí, pero para Cartago tiene que ser así, pero en ese momento teníamos muchos años.
-¿Cómo vivió el partido de ida de esa final en el Fello Meza (Cartago ganó 3-1)?
Yo ese partido tenía un pequeño tirón en la pierna izquierda. Yo no lo iba a jugar porque no estaba al 100%. Por eso lo del cambio cuando me iban a sacar era por eso también, porque ya la pierna estaba muy cargada.
-¿Usted presentía que iba a meter un gol?
Yo sabía dentro de mí que una oportunidad iba a quedar. Un poquitito después quedó esa que pude desviar.
-Describa esa jugada
Normalmente siempre he estado atento a los rebotes y a los remates que quedarán desviados. Siempre andaba viendo que podía quedar, era una de mis características, y entonces veo que Hansel (Arauz) tira y la bola no va hacia el marco; yo arranco por la espalda del central. Me barrí. La bola pegó en las redes, un segundo antes y esa bola sale a la gradería. Le agradecí a Dios. Fue un momento sumamente hermoso para mí. Ese día nos costó mucho salir del estadio.
-¿Fue el mejor gol de su carrera con Cartaginés?
Si hubiéramos sido campeones quizás. Porque hubiera significado algo, una semana después ese gol no significó nada.
-Cartaginés no volvió a ser el mismo desde ese torneo ¿Por qué?
Los primeros torneos después de eso han sido muy complicados. Hemos tenido buenos torneos, pero también ha sido más lo negativo que lo positivo desde ese torneo. Creo que hay un exceso de deseo de hacer las cosas bien.
El último servicio a la causa
Han pasado cinco años desde aquella final. Desde entonces, Randall jugó el Mundial que siempre quiso (Brasil 2014), a pesar que mucha gente no lo quería ahí.
Se convirtió en el segundo goleador histórico del club con 103 tantos. Se salvó del descenso y se retiró abruptamente.
“Es raro que el equipo se quede sin sus ídolos, yo estaba acostumbrado a verlos siempre ahí atentos para ayudar a los más jóvenes”, reflexiona el jugador de 20 años Christopher Núñez, quien se perfila como una de las jóvenes promesas del Cartaginés, así como lo fue una vez Randall Brenes.
Al igual que Chiqui hace 20 años, lo único que tiene Núñez es el fútbol. El juvenil confiesa que en su familia no había dinero para cubrir las necesidades básicas, mucho menos para un par de tacos aptos para las competiciones de alto nivel.
“Cuando Chiqui se percató de mi condición, él habló con directivos y jugadores del club para que me dieran un diario para llevar a la casa; puede ser algo muy pequeño pero para mí significó mucho que uno de mis ídolos me tendiera la mano porque creía en mí y en lo que yo podía hacer en la cancha”, confesó el volante ofensivo.
En el 2017 a Núñez le llegó la oportunidad de representar a la Selección Juvenil en el mundial celebrado en Corea del Sur. Ese mismo día, el joven recuerda que Randall lo citó a su casa para regalarle unos botines para jugar al fútbol.
“ Ese día Chiqui me dijo que representar al país era una de las cosas más importantes en la carrera como futbolista, que vaya con la mente abierta para aprender cosas nuevas, que nunca que deje de ser humilde pero sobre todo que nunca pierda el norte. La verdad es que el ha sido casi como un papá para mí, al punto que a veces me llama mijo”, comenta entre risas Núñez.
Randall ahora se encarga de coordinar los procesos menores del Cartaginés. Ahora le sirve al club de sus amores desde una oficina, apuntando nombres, edades y organizando partidos. Pero sobre todo y lo más importante es transferir ese sentido de pertenencia que él tiene con la provincia.
“El que se ponga la camiseta del Cartaginés sea de nuestra fuerzas básicas o venga de otro equipo tiene que entender lo que significa el Cartaginés para la provincia, para el aficionado y la misma institución como tal. Está bien, te van a decir que los títulos, que no han ganado nada que todo lo que se dice, pero eso puede llegar y va a llegar. En algún momento va a llegar, en el algún momento tiene que pasar. No sé cuándo, pero va a pasar, alguna generación lo va a lograr”, comenta Brenes.
“Quizá sea la sub 20, la sub 17 o la sub 15. No lo sé, quizá. Pero que yo pueda facilitar que estos jóvenes lleguen a la Primera División con disciplina, con conceptos de fútbol bien trabajados y con un sentido de lealtad a la institución que nos va a ayudar a alcanzar eso que todos queremos que algún día vuelva a ocurrir”, destaca el último caudillo del Cartaginés, cuyo retrato está en la parte alta de la gradería de sombra, junto a los de Miguel Calvo, Leonel Hernández, Asdrubal Meneses y Rafael Fello Meza Ivancovich.