El último cazador de nazis reposa su espalda sobre una de las tantas sillas que encierra el restaurante del Hotel Tryp, en La Sabana, mientras con una mano se dispone a beber de una fría limonada a pesar de que la lluvia empieza a asomarse en el cristal que está detrás de sus hombros.
Justice Thomas Walther –pocas veces una persona puede hacerle tantos méritos a su nombre– ha pasado los últimos años acongojado por el nombre que se le ha implantado.
“No, no me gusta que me digan así, realmente”, dice el abogado de 75 años, de rizado cabello blanco y lentes que ocultan una mirada café.
Posiblemente, quien escuche decir que el último cazador de nazis está en el país, podría imaginar a un antiguo soldado lleno de cicatrices en su cara, con heridas de guerra en los brazo y la disposición de sacar un cuchillo para marcar con una esvástica la frente de un nazi, al mejor estilo del personaje de Brad Pitt en el filme de guerra Bastardos sin gloria.
El señor Walther es, literalmente, todo menos eso. Tiene una voz pausada, un inglés que delata su procedencia alemana –aunque cuenta con raíces judías– y un discurso que privilegia la paz antes que el mínimo movimiento de una mosca.
“Ese título de cazador fue algo creado por algunos periodistas, porque cazar es un deporte, es algo que utiliza armas. Mi única arma siempre ha sido durante estos años mi cabeza para pensar y mis manos para escribir”, asegura.
El apodo surge por el oficio de Walther como fiscal en un tribunal muy particular: la oficina central de justicia para la Investigación de los Crímenes ejecutados por el Partido Nacional Socialista.
“Así que esto no es una caza”, reconfirma, “lo que busco son razones para dar justicia después de que las autoridades han dejado en desamparo. Sin importar si un acusado tiene 90 años, debe ir a juicio por lo que hizo. Cuando veo a las familias sobrevivientes del Holocausto que exterminó a miles de judíos en la Segunda Guerra Mundial no puedo pensar en más que la justicia. ¿Por qué no se le ha dado justicia a estas personas?”.
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Disparar con las leyes
A pesar de haber nacido en los años cuarenta, el señor Walther vivió el Holocausto como muchos de nosotros: por el relato y no por la experiencia.
Los recuerdos que guarda sobre la guerra aparecen, en buena parte, una vez que el Holocausto terminó. El señor Walther absorbió un centenar de historias desdichadas sobre las víctimas del autoritarismo de Adolf Hitler.
Cinco años antes de que naciera, su padre Rudolf salvó a dos familias judías durante la Noche de los Cristales Rotos, enfrentamiento que desató la furia discriminatoria en la Alemania Nazi.
Su progenitor albergó a las dos familias en el gran jardín de la casa hasta que fuese el momento propicio para que los judíos escaparan a Australia y Paraguay.
“Eso sin duda fue una gran influencia para mi desarrollo. Mi padre me contó la historia cuando ya tenía la madurez para entender. Toda mi carrera me persiguió la idea de ser útil para estas personas”, confiesa.
Walther estudió leyes desde joven y fungió como juez durante toda 23 años de carrera. Para el 2006, cuando el retiro se le asomaba todos los días por la ventana de su habitación, no tenía más en su cabeza que las imágenes que criaron su espíritu.
Ese año, el juez abandonó sus lugares usuales para entrar al comité de investigación contra los crímenes del Partido Nacional Socialista. Casi 70 años después del Holocausto, aún había –y hay– mucho por hacer.
“Fue un momento en que pensé las posibilidades de hacer algo útil después de mi retiro. Fue una decisión plenamente personal. Después de la muerte de mi padre, me puse en contacto con las familias que él había salvado y me convencí de seguir trabajando”.
Eso sí: Walther estaba seguro que su oficio sería como el de un árbitro asistente en un partido de fútbol, pues sus acciones estaban condenadas a siempre llegar tarde.
“Había tantas pero tantas personas que habían cometido crímenes y siguieron su vida normal, fuera del activismo político. Eso no era justo. Cuando entré a la oficina, me di cuenta que había que cambiar el procesamiento para incluir a los guardias nazis. Esto sentaría un precedente, aunque hubiesen pasado tantos años sin penas”, afirma Walther.
Para el 2006, solo 48 agentes del Partido Nacional Socialista habían sido condenados por sus crímenes contra la humanidad. Una vez que Walther se convirtió en el tal “cazador nazi”, la premisa de condenar a siete mil u ocho mil guardias de la SS que prestaron servicio en Auschwitz era una obligación.
“Todos estos nunca dispararon un arma, pero fueron fundamentales para el servicio nazi”, proclama el abogado. “Merecían ser juzgados, sin importar la edad que tuvieran. Lo justo era que enfrentaran el juicio por sus acciones”.
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El señor Walther le dio vuelta al juego legal para lograr empujar a decenas de nazis a la cárcel. Dos estatutos principales son los que se reconocen tras su labor, pues Walther ayudó a convertir en ley que un nazi no tenía que estar directamente involucrado en un crimen para ser culpable de ayudar e instigar a un asesinato durante el Holocausto (como el caso de un guardián nazi, por ejemplo). El otro estatuto desarrollado consistía en que un sobreviviente del Holocausto que testifique en un tribunal alemán no tiene que identificar directamente al acusado.
El señor Walther aprovechó esta oportunidad para ayudar a encontrar a cualquier ciudadano alemán restante que hubiese trabajado como vigilante en los campos de concentración o que estuviese vinculado con las escuadras conocidas como la SS.
“La primera vez que llegué a las oficinas del comité me encontré con un gran papeleo al que había que darle forma. Como habían pasado setenta años, muchos de los nazis ya habían muerto. Por un momento se podía pensar que ya no había nada por hacer, pero había que seguir buscando”.
Walther encontró, tras noches de insomnio y un juicio perseverante, la localización de cuatro guardias del Partido Nacional Socialista, llamados Oskar Gröning, Reinhold Hanning, Hubert Zafke y Ernst Tremmel.
“Pero eso no iba a bastar”, advierte el señor.
Tremmel murió pocos días antes de ser llevado a juicio (tenía 93 años) y Zafke empeoró de salud al punto de ser calificado como no apto para ser juzgado.
“Pero sí pudimos ir más allá con Gröning. Él se había separado por completo del partido, pero encontramos que él se encargaba de pasar lista de los judíos todas las mañanas. Llevaba algo así como el registro de judíos, como una especie de contador. Él fue el único en el que su familia se vio involucrada y sus dos hijos le cuestionaron lo que había hecho”, recuerda Walther.
La investigación en su contra comenzó hace una década y hace tan solo tres años, en junio, Gröning fue condenado y se convirtió en el vigésimo quinto guardia nazi en ir tras las rejas después de que la guerra acabara.
El siguiente nombre que se tachó en su mente fue el de John Demjanjuk, un nuevo Iván el Terrible, una metáfora de todo lo que significó el Holocausto.
“Demjanjuk era el ejemplo que sintetizaba lo que queríamos hacer. No había pruebas de que él hubiera disparado un arma, pero sí había sido parte de las guardias en las concentraciones masivas. Existía una falta de jurisdicción ante estos casos; se les olvidó que lo que existía era una fábrica de la muerte…”, sentencia el señor Walther.
Tuvieron que pasar dos años de juicio para que, en el 2011, los tribunales alemanes dieran su sentencia: John Demjanjuk, sin ninguna evidencia directa de asesinato, fue sentenciado por ser cómplice del asesinato de 27.900 judíos holandeses en Sobibor.
Con 91 años, y su impávido rostro, el antiguo guarda fue sentenciado a cinco años de prisión, pero fue puesto en libertad en espera de una apelación. Diez meses después de la sentencia, falleció en un asilo de ancianos.
“Era lo que nos quedaba por hacer”, rememora Walther, “había que buscar la justicia a pesar de que sabíamos la avanzada edad. Todas estas personas habían nacido en los años veinte, ya eran mayores, pero también culpables”.
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¿Y ahora?
El señor Walther no duda que la lista de criminales pendientes para ser llevados a juicio es desconocida.
A sus 75 años, no quiere detenerse. Asegura que en todos estos años no se ha sentido amenazado.
“A veces veo mensajes que dicen cosas feas sobre mi futuro, pero es puro bla,bla,bla. No me asusta. Yo no soy la víctima; las víctimas ya sabemos quienes fueron. La desgracia cayó en otras personas”, reafirma.
Su intención de darle ecos a su cometido lo trajo a Costa Rica por primera vez, junto a su viejo amigo pianista Matitjahu Kellig.
Recién llegados de México, y con el propósito de realizar una gira continental que acabará en La Habana, ambos realizan charlas con recitales para reflexionar sobre la irrevocable desgracia del Holocausto.
“Estoy seguro que todos tenemos muchas razones para pensar que, tras tantos genocidios y muertes masivas, el mundo no será un lugar mejor”, dice Walther, “pero entonces ¿por qué hacer este trabajo? Yo podría irme al pequeño jardín de mi casa a buscar rosas para mi nieto y hacer nada, pero recuerdo cuando mi padre me dijo: ‘Thomas, si de verdad reconoces que algo está muy mal, en tu familia o cualquier lado del mundo, entonces haz algo, no hables tanto, solo hazlo…’ así que hacer es la mejor manera de educar. Haz algo bien y deja a un lado el bla, bla, bla”.