La niña Catalina, de apenas 6 años, no lo sabe y la verdad no tiene porqué saberlo. Solita, mientras salpica agua con sus pequeñas manos y sonríe pícara en una extensa y colorida piscina, ni imagina que hace un tiempo el sitio donde ahora juega tenía muy poco o nada de divertido.
La ‘peladita’, como suelen decir los colombianos, la está ‘pasando bueno’ nada más y nada menos que en la famosa Hacienda Nápoles, la finca en que el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria comenzó a esculpir su esfinge de hombre poderoso y en la que se presume pudo haber planeado varios de sus terroríficos crímenes.
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A Catalina no le importa eso, a nosotros sí; por eso la pregunta salta: –¿qué hace esa niña jugando allí?–
Ubicada en Puerto Triunfo, Antioquia, el objetivo original de Hacienda Nápoles era solo uno: ostentar. Por eso, cuando el Patrón del Mal la fundó en 1978, hizo una escandalosa fiesta y hasta contrató a un equipo de televisión extranjero para que realizara un documental sobre el sitio.
Tenía que quedar en actas que allí existía una casona de lujo, unas seis piscinas, 27 lagos artificiales, una gasolinera propia, una pista de aterrizaje, helipuertos y hasta una plaza de toros.
Pero sobre todo, el mundo debía enterarse que unas 1.500 especies de animales como rinocerontes, hipopótamos, camellos, jirafas, elefantes y hasta canguros, convivían en la Hacienda Nápoles gracias al poderío del capo de los capos, el ‘hombre fuerte de Colombia’.
Dos millones de dólares habría pagado Escobar por el lote de animales que compró a un zoológico de Dallas y se trajo como pudo en barco, pero también en vuelos clandestinos directos.
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“Mi papá quedó asombrado por la variedad de animales que encontró en (Dallas) y se subió al lomo de un elefante. Sin dudarlo negoció con los dueños del zoológico –dos hermanos, grandotes, de apellido Hunt–, pagó en efectivo y quedó en enviar muy pronto por sus animales”, escribió su hijo Juan Pablo, en el polémico libro Pablo Escobar, mi padre.
Escobar estaba loco por sus exóticas adquisiciones y nada ni nadie le iba a quitar su obsesiva ilusión. Sin embargo, al llegar a Colombia, las autoridades se opusieron a que tan raros especímenes entraran sin ton ni son al país y que además se quedaran, sin permiso alguno, en una finca privada.
Obligaron a Escobar a donar los animales al zoológico de Medellín, pero él fue más astuto. Envió unas especies a la ciudad –como se lo habían pedido– y otras las ocultó y se las llevó con sigilo a la Hacienda Nápoles.
La operación iba perfecta hasta que le incautaron unas cebras. Escobar no deseaba perder ni una sola. Por increíble que parezca, la solución del capo fue de película: compró unos burros grises y los mandó a pintar de blanco con rayas negras verticales.
Doblando algunas voluntades logró cambiar los burros por las cebras verdaderas, las cuales regresaron intactas a su linda Hacienda Nápoles, de casi 3.000 hectáreas.
Así se tejieron algunas de las primeras anécdotas de Hacienda Nápoles, el paraíso de Escobar donde solía fugar de su ajetreada vida de bandido. Centenares de personas, vinculadas o no al negocio de la cocaína, llegaron a disfrutar de las mieles de aquel lugar y a compartir con Pablo el ‘paraíso’ en la Tierra.
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Pero lo que tenía bonito lo tenía de tenebroso. Años después de la muerte de Escobar, acontecida el 2 de diciembre de 1993, en Hacienda Nápoles se encontraron fosas con restos óseos y se constató –como si no hubiese sido algo obvio- que la pista ubicada allí sirvió para transportar fuertes cargamentos de droga.Tan claro era, que la entrada principal a la hacienda fue adornada con una avioneta en su cúspide, en honor al primer cargamento de cocaína realizado por Escobar.
Siempre fue un lugar escalofriante, pero con el deceso del Capo cambiaría todo.
La extraordinaria conversión
Cuarenta años después de aquella suntuosa y extravagante inauguración, al estilo Escobar, la icónica entrada a la Hacienda Nápoles es prácticamente la misma.
Es un día caluroso, casi 30.° , y los padres de la traviesa Catalina –la misma que sigue feliz y full asoleada en la piscina– detuvieron su auto para tomarse una foto con la famosa avioneta.
Al igual que miles de personas que hoy visitan el lugar sin tener que pedirle permiso a Pablo, se tomaron el clásico selfie justo antes de entrar al Parque Temático Hacienda Nápoles, el centro de cultura, historia y diversión familiar en que mutó la propiedad del Patrón.
“Disfruta la verdadera aventura salvaje”, proclama el banner que recibe a los emocionados visitantes, quienes desde sus primeros pasos por el lugar son serenateados con sonidos de monos y gruñidos de la selva.
Si consideramos que Escobar quería convertir su finca en algo exótico y nada convencional, cuatro décadas después podríamos decir que el Capo se salió con la suya, pero de un modo que nunca pudo haber imaginado.
En las últimos años la ciudad de Medellín y en general todo el departamento colombiano de Antioquia, se ha distinguido por la recuperación de espacios públicos en favor de sus ciudadanos. Se trata de focos de cultura y esparcimiento que han intentado curar, con éxito probado, muchas de las heridas dejadas por la guerra narco de los años 80’s y 90’s.
Ubicada a 165 kilómetros de Medellín, la Hacienda Nápoles no se escapó a esta tendencia. Tras una exitosa alianza entre la empresa privada y el estado colombiano, lo que antes fue un lugar de dolor, derroche sin sentido e incluso muerte, se convirtió en un espacio para compartir en familia y reivindicar con risas el pasado.
Desde el 2008, el Parque Temático Hacienda Nápoles se erigió como el centro de entretenimiento más grande de su tipo en Suramérica y la principal fuente de empleo para las comunidades cercanas. En el 2012, además, fue elegido por la revista Times como uno de los 10 parques más exóticos del mundo.
Quien lo visite podrá encontrar allí cinco parques acuáticos, un parque Jurásico, dos museos, un mariposario, cinco hoteles de lujo y una buena parte de los animales que alguna una vez alardeó Escobar. Solo por mencionar algunos se aprecian elefantes, tigres, rinocerontes y las queridas cebras de Pablo.
Además, en el parque se puede observar la mayor población de hipopótamos en el mundo que conviven fuera de la sabana africana.
Desde que se ingresa al Parque Temático Hacienda Nápoles todo huele a safari, aventura, vacaciones y buen ride. Es una zona calurosa, por lo que de entrada pocos se resisten a echarse un chapuzón en el Octopus, una estructura gigante en forma de pulpo compuesta por largos toboganes, caídas de agua, charcos, cascadas, senderos y cataratas artificiales.
Es plan imperdible hacer el tour de animales y visitar como complemento el museo antropológico y etnográfico de África, que cuenta con colecciones únicas acerca de la historia y los grupos étnicos de ese lejano continente.
Pero es evidente, por más actividades de recreación que existan, que el morbo siempre gana y se asoma curioso entre el clima caliente, jugos refrescantes y piñas coladas. ¿Cómo no recordar a Escobar pisando las que fueron sus propias tierras?
Pues tranquilos, en el parque temático Escobar no es un tabú. De hecho, los visitantes suelen visitar y tomarse fotos en la famosa pista de aterrizaje, en la arena de la plaza de toros donde se dice que cantó el mismísimo Vicente Fernández y como es lógico en la que fuera la famosa mansión del narco.
A la antigua casa de Escobar, ahora en ruinas, se le conoce hoy en día como el Museo Memorial, un recorrido histórico que de ninguna manera pretende poner a Pablo como héroe. Todo lo contrario, funciona como un recordatorio del dolor y la tragedia que causó su ambición.
“El objetivo del Museo es desnaturalizar la leyenda, quitar la creencia de que esos delincuentes tienen un beneficio social y no permitir que la siniestra figura de Escobar se presente como un Robin Hood”, explicó Álvaro Morales, curador del museo al sitio electrónico elmundo.com
Para Morales, el museo es más bien un homenaje a las víctimas de la guerra narco. Recuerda, además, que antes de que el parque temático pusiera su primera piedra la hacienda era un oscuro y abandonado sitio, comido por la maleza y con toda la mala reputación del mundo.
“Cuando iniciamos el proyecto, los estudios de memoria histórica sobre Escobar eran pocos. Lo que hicimos fue retomar cómo se vivió el fenómeno y para eso recurrimos a la prensa. Tomamos las portadas de cada uno de los episodios de sangre y dolor e hicimos un contexto de cómo la cultura y la resistencia civil nos permitió seguir adelante”, añadió Morales.
Por ende no es raro, que antes de entrar al Museo de la Memoria, un letrero gigante grite con fiereza y orgullo “¡Triunfó el Estado!”, en clara una referencia a Colombia y a los resultados positivos de una lucha a muerte con su principal enemigo.
Pero lo que más grita en el Parque Temático Hacienda Nápoles no es el letrero, es Catalina, que se resiste con todo a que sus papás la saquen de la ‘rica’ piscina.
La niña grita, simbólicamente, por todos los chicos, jóvenes y familias que hoy gozan con todo con lo que Escobar no pudo, o al menos no tanto como hubiese querido.
En esa línea, Hacienda Nápoles es como una singular herencia o, más bien, un pago resarcitorio de Escobar por un daño sensible e irreparable a su propia gente.
Qué ironía y qué verdad más extraña, Escobar tuvo tanto dinero y poder que aún muerto sigue pagando la fiesta. Claro que del Nápoles de ‘coca’ y mafiosos ya no que nada, de risas y gritos como los de Cata muchos. Del infierno narco, al cielo.