El ascensor se abre en el sétimo piso del Hospital México. Unos cuantos pasos a la izquierda se aprecia un largo pasillo, cuyas paredes color celeste y techo están decorados con guirnaldas y carteles que tienen como propósito conmemorar el mes patrio.
Si no fuera porque al final de ese camino se ve, detrás de unas puertas de vidrio, a un grupo de doctores y enfermeras, el trayecto podría ser cualquiera, menos el que lleva a la Unidad de Cuidados Intensivos del centro hospitalario, ubicado en el corazón de La Uruca.
La escena se torna casi una ilusión si le agregamos unos jóvenes que llevan en sus manos algunos instrumentos musicales, entre los que un violín, un teclado y un saxofón logran resaltar. Es definitivo que la sensación de estar en un hospital es cada vez más lejana.
Cuando los primeros acordes comienzan a adueñarse de cada una de las esquinas de este espacio, los presentes solo atinan a guardar silencio y dejarse llevar por la cadenciosa melodía del bolero Sabor a mí.
“Hoy vamos directo a la sala 4, porque allí se encuentra Rosalinda García, una paciente que esta tarde comienza con la quimioterapia y está nerviosa. La música la puede tranquilizar y que se sienta más confortable y serena”, comenta Emilia Brenes en voz baja.
Esta supervisora de enfermería de terapia intensiva del México ve en ese preciso momento como uno de sus sueños se materializa: la musicoterapia llegó al hospital para ofrecer una mejor, y más integral, a atención a los pacientes.
Desde inicios de este año, Brenes se propuso desarrollar este proyecto que busca humanizar los cuidados intensivos, haciendo que tanto pacientes como acompañantes y personal médico estén en un ambiente más cálido y que puedan tener un tiempo de disfrute.
“Esta técnica es cada vez más implementada en todo el mundo y hay evidencia que demuestra que mejora el estado de ánimo de las personas, haciendo que hasta su proceso de recuperación sea distinto. Es increíble ver cómo un simple cambio como este puede transformar la vida de los pacientes”, asegura la supervisora.
Gracias a la búsqueda constante de innovación que promueve desde el año 2000 Silvia Beirute, jefa de enfermería del Hospital México, es que la musicoterapia se imparte, por primera vez, en un centro de salud pública a nivel nacional.
Para esta funcionaria, es vital ofrecerle las mejores condiciones durante su estancia a los pacientes y sus familiares, esto como parte de la vocación que tienen de servir a otros.
“Nosotros buscamos demostrar con hechos lo importante que son los pacientes para la institución. Es por ello que año con año buscamos innovar y ofrecerles una serie de facilidades durante su estancia en el hospital, porque sabemos que, para la mayoría de ellos, no es agradable estar aquí, internados”, explicó Beirute.
Como reconocen ambas especialistas, sabían que el primer paso para llevar a cabo el proyecto de musicoterapia necesitarían de un “cómplice” que compartiera esa pasión por lo que hacen.
Es allí donde entran los estudiantes de la Escuela de Artes Musicales de la Universidad de Costa Rica (UCR), que bajo el liderazgo de Karla Abarca, tienen la labor, desde el 5 de setiembre, de ir de lunes a viernes, en los horarios de visita, de 12 a 1 p. m. y de 4 p. m. a 5 p. m., a tocar sus instrumentos musicales.
La asistencia de estos jóvenes, cuyas edades oscilan entre los 19 y 28 años, forma parte de las 300 horas que deben de cumplir como parte del Trabajo Comunal Universitario (TCU).
Abarca, quien es la coordinadora del TCU de la Escuela de Artes Musicales de la UCR, considera que el hecho de que los estudiantes tengan la oportunidad de formar parte de esta iniciativa les permite sensibilizarse y entrar en contacto con realidades diferentes a las suyas.
“Es increíble tener esta oportunidad, porque en Costa Rica ni siquiera existe la carrera de musicoterapia como tal, así que el poder participar en este proyecto le permite a los estudiantes darse cuenta que puede existir un mercado laboral más allá de los teatros o salas de conciertos. Si logramos que se institucionalice esta terapia en todo el país nuestros músicos tendrán una nueva vitrina para exponer su música”, explicó la coordinadora.
Y es que sus palabras son sustentadas por el método de trabajo que utilizan para preparar los repertorios que le interpretarán a los pacientes y familiares.
Una semana antes, se reúnen en la universidad para llegar a un acuerdo sobre las canciones que les gustaría tocar y que estas se ajusten al tempo que se recomienda que escuchen quienes están internados en el hospital.
También se busca complacer al público, por lo que se le hace llegar una boleta en la que deben indicar cuál es su música favorita, por lo que en el repertorio hay tanto piezas académicas como también populares.
En cuanto a los instrumentos, según explicó Abarca, son permitidos los violines, el saxofón, el teclado y el violonchello. En el caso de la trompeta, batería o tambores se quedan por fuera.
“Es increíble ver cómo el ritmo cardíaco y el nivel de oxigenación de los pacientes se estabilizan y, de alguna forma, hasta se acoplan al ritmo de la música. Aunque algunos de los pacientes esten inconscientes, la conexión que se logra establecer es impresionante”, comentó la coordinadora.
Con ella coinciden los cinco estudiantes a los cuales les tocó cubrir el turno del mediodía, el viernes 14 de setiembre, a quienes les ha tocado vivir todo tipo de situaciones en esta área.
Por ejemplo, Alejandro Arroyo, de 20 años y que nació en El Salvador, recuerda aún con cara de sorpresa y una sonrisa, como uno de los pacientes que estaba en coma reaccionó moviendo una de sus manos cuando tocaba su teclado.
“En cuanto a las peticiones musicales, creo que la más extraña fue cuando un paciente nos pidió que tocáramos una canción de Ricardo Arjona, cuyo deseo no pudimos cumplir en ese momento porque preparamos el repertorio con una semana de anticipación”, dijo.
Para su compañera María Fernanda Chaves, el hacer este TCU tiene aún mucho más valor, ya que hace algunos meses falleció su sobrino, quien tenía poco más de un año de edad. Desde su punto de vista, si ella y su familia hubiesen tenido la oportunidad de tener acceso a la musicoterapia, su proceso de pérdida sería distinto.
“Fueron momentos muy duros los que vivimos. Por eso, el tener la oportunidad de tocar para personas que atraviesan una situación tan difícil como esta, me reconforta un poco, porque he estado en su lugar. La música cura el alma” relató Chaves.
Y es que este parece ser un sentimiento general en todos los que tienen la oportunidad de ser parte de este proyecto. Para los pacientes, la música los hace olvidar el “ruido” constante que hacen las máquinas que monitorean sus signos vitales.
Así lo sintió Rosalinda García, una nicaragüense de 50 años, que ese 14 de setiembre iniciaría una nueva batalla contra el cáncer –y que, lamentablemente, perdió el 28 del mismo mes–, cuando frente a ella comenzaron a sonar unos saxofones.
“Mi chiquita, voy a confesarle que estoy nerviosa por el proceso que inicio hoy, pero ahora me siento más tranquila. Escucharlos me hizo que estaba en mi casa, junto a ellas, viviendo lo que deberían ser los mejores años de nuestras vidas”, dijo mientras señalaba s sus hermanas, Elba García y Rosa María Suárez, quienes viajaron por tierra desde Nicaragua para acompañarla.
A unos cuantos pasos, Óscar Blanco sacaba en un sillón a Heidy Calderón, de 73 años, al pasillo para que pudiera escuchar cómo Abigail Picado tocaba su violín.
Con una sonrisa que se negaba a dejar su rostro, esta mujer, que nació en Puntarenas, no perdió detalle alguno de la interpretación que hizo esta estudiante del tema Te regalo una rosa, de Juan Luis Guerra, y cuya mejor recompensa fueron los aplausos que, con mucho esfuerzo, Calderón le dio.
“La música en estas paredes sirve para alejar a la muerte”, dice Blanco con un tono de voz lleno de esperanza y optimismo, sentimientos que podrían llegar a ser tan contradictorios en algunos momentos vividos allí.
Al menos por esa hora que duró la visita en el Hospital México, todos quisimos creer que esto realmente es así.