Soy escéptica. O lo era. Soy sumamente creyente, católica. Pero lo que tuve oportunidad de vivir durante dos noches en el Cementerio de Obreros, en San José, me cautivó, entusiasmó e impresionó. Todo por igual.
Sé que el tema paranormal es un tabú, algo que genera tanto duda como curiosidad. Entiendo que hay quienes se niegan a aceptar manifestaciones que no tienen una explicación lógica o científica; están en toda su razón y derecho. Cada quien cree en lo que quiere, o no. Lo que a continuación voy a narrar es mi experiencia personal, lo que viví, sentí, escuché y pude oler esas noches. Lo que pasó no interfirió de ninguna manera en mi fe o en mis creencias; pero una curiosidad periodística se convirtió en una experiencia inolvidable.
No, no crea que me “jalaron las patas” o que algo me aruñó los brazos. Tampoco voy a decirles que una sombra me persiguió o que vi una imagen extraña salir de alguna tumba. Esto va mucho más allá, va en pequeñas cosas como susurros, escalofríos, una revelación y hasta una risa hermosa y etérea que se escuchó en la soledad del cementerio.
Con la intención de realizar una investigación paranormal contacté al grupo Tiquicia Entre Tumbas, un equipo de expertos empíricos que destaca en el país –junto con otras agrupaciones que les presentaré más adelante– por la seriedad de su trabajo. Ellos me invitaron a visitar el Obreros de noche, con sus equipos electrónicos especiales para detectar la presencia de entes del más allá. Acepté.
La primera visita fue un viernes por la noche; a eso de las 7 p. m. nos recibieron a mí y al fotógrafo Jorge Navarro. Si ya de por sí entrar de noche a un cementerio le erizaría la piel a cualquiera, a oscuras puedo decir que es peor. El Cementerio Obreros no tiene luz artificial.
Antes de entrar, Israel Barrantes y Federico Vargas, en compañía de Adrián Torres y Reynaldo Calderón (los panteoneros del Obreros,) Jorge y yo, hicimos una oración de protección.
Primero lo primero.
Entramos. Íbamos tranquilos, en paz y sin ánimos de molestar a nada ni a nadie. Yo dejé en claro desde mucho tiempo antes de que me sumaba a la investigación siempre y cuando no hubiera nada relacionado con demonios o energías malignas. Para bien, la experiencia fue todo lo contrario.
Al principio Israel y Federico me mostraron la tecnología con la que trabajan. Además de cámaras, luces infrarrojas y grabadoras, usan otros equipos electrónicos especiales como el Ghost Meter (que registra campos electromagnéticos y en el que, con el movimiento de una aguja, el ente puede responder a preguntas cerradas: sí o no); el K2 (un medidor de frecuencias electromagnéticas y que reacciona ante una presencia) y el Spirit Box (que barre las frecuencias radiales y registra voces que responden a preguntas).
Ansiosa pedí que encendiéramos los equipos y que comenzáramos con la experiencia. Con todos los celulares apagados para no interferir con las señales de los aparatos, nos fuimos hacia el osario donde se encuentran los cuerpos de los difuntos que han sido abandonados por sus familias.
El primer contacto me emocionó. El Ghost Meter se activó apenas llegamos al osario. Con su luz roja y la aguja recibiendo las señales estaba listo y conectado. El K2 también se encendió.
“Vengo tranquila. ¿Quieren hablar conmigo?” Un movimiento de la agua. “Sí”.
Confieso que recibir una acción o respuesta a mi pregunta fue más que emocionante. No me contuve y seguí preguntando.
“¿Es un hombre?” “Sí”. ¡Qué adrenalina!
“Espero que esté descansando”. Por los nervios en lugar de preguntar hice una afirmación. “Sí” respondió el Ghost Meter.
El ente se desconectó. Según me explicó Federico, ellos hacen un esfuerzo muy grande de energía cada vez que hay un contacto y es por esa razón que las conversaciones son muy cortas.
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El equipo de Tiquicia Entre Tumbas nos tenía una sorpresa esa noche, una más. Un santero de la religión yoruba, junto con su aleyo (aprendiz o ahijado), nos iba a acompañar en el trabajo de campo en el cementerio.
El santero es un hombre de tez blanca, de mediana edad, con ojos penetrantes. Su voz es enérgica, pero a la vez con un toque de tranquilidad que envuelve a quienes lo rodean. Oírlo provoca un sentimiento de seguridad, de protección. Por su parte, el aleyo es un joven más robusto, de piel morena. Siempre está al lado de su padrino, pendiente de atender sus necesidades, lo acompaña y asiste en los rituales.
Ambos hombres -que para efectos de esta publicación declinaron brindar sus nombres- son adeptos de la religión yoruba, originaria de África Occidental. Este credo llegó a países de América Latina, como Cuba, mediante los esclavos africanos, quienes encontraron la manera de seguir adorando a sus deidades al mezclarlas con creencias católicas similares. A esto también se le conoce como santería.
En cuanto llegó el santero al cementerio, los aparatos enloquecieron. Luces y sonidos empezaron a reaccionar casi que sin sentido.
La presencia del santero en nuestra investigación fue para que él, con sus conocimientos, rituales y conexiones espirituales, nos facilitara el contacto con las almas en pena del cementerio.
Nos sentimos protegidos con él, así que nos arriesgamos un poco más. Caminamos hacia adentro del cementerio, nos ubicamos en unos nichos que están al final del camposanto.
El santero eligió un espacio y comenzó con su ritual de invocación. Antes de contar lo que sigue debo de hacer una aclaración para que el lector entienda el contexto: mi método de planificación es con pastillas, así que mi periodo menstrual ha sido exacto durante más de tres años; los días viernes de la semana en la cual se termina el paquete de las pastillas, es el día en el que comienza mi periodo. Aclarado esto, les cuento:
El santero con su mano izquierda sobre uno de los nichos se volvió hacia a mí y tuvimos esta conversación:
-“¿Mija, tienes el periodo?”
-“No” (En ese momento no lo tenía, pero yo estaba segura de que iba a llegar en el transcurso de la noche).
-“Pues te va a venir esta noche, porque te están llamando 'sucia’”.
Yo era la única mujer en el lugar.
El impacto fue inmediato. No es que yo ande contándole a nadie cuándo tengo o cuándo no tengo mi periodo. ¿Casualidad o realidad? Como dije antes, es cuestión de querer creer o no; pero para mí fue la segunda gran impresión de la noche. Me esperaba mucho más, así como a Jorge, el fotógrafo.
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Ese mismo ente que me llamó “sucia” habló con el santero y le dijo que ella –porque era una mujer– no estaba ahí, que camináramos hacia la derecha. El camino nos dirigió a la tumba de una mujer, que según nos dijeron los panteoneros, era la esposa de un brujo y se llamaba Miriam.
Apenas llegamos, los aparatos se conectaron de inmediato. Con un respeto admirable, el santero pidió permiso para acercarnos. Además, le pidió a doña Miriam que se comunicara.
Ahí, el santero tomó la decisión de realizar un ritual para atender a la muerta. Con un habano, el especialista comenzó a fumarlo y echar el humo sobre la tumba. También le ofreció luz y agua, para que estuviera en paz. Encendió una vela y la dejó sobre la tumba.
“¿Quiere decirnos algo de su esposo? (...) ¿Y por qué está utilizando a otra persona? Yo no le di autorización”. De inmediato, el santero se dirigió hacia donde yo estaba, fumó a mi lado y echó el humo sobre mí. Le dijo a su ahijado que no se me separara.
Me pareció extraño, sentí escalofríos, pero me hice la valiente.
“¿Le cae bien Jessica?” “Sí”, fue la respuesta inmediata del Ghost Meter. Me sentí tranquila... y feliz.
Yo le pregunté: “¿Está contenta de que yo esté aquí?”. “Sí”, de nuevo.
Pocos momentos después, el santero me explicó que parecía que yo le recordaba a una familiar, a alguien querido y que doña Miriam estaba muy contenta de que yo estuviera ahí. Antes me llamó “sucia”, pero como se portó tan bien, se la dejé pasar.
La tercera impresión de la noche.
En ese momento, Israel -de Tiquicia Entre Tumbas- preguntó cómo me sentía. No había terminado de hablar cuando el Ghost Meter se conectó, Israel y el santero reaccionaron al mismo tiempo. “¿Escuchó eso?”, dijo Israel, “Por supuesto”, contestó el santero.
Ambos coincidieron en que se oyó una risa de mujer de manera muy sutil. Yo no la oí. Jorge, el fotógrafo, estaba al otro lado de la tumba tomando fotografías, se acercó a mí y me dijo que él también había escuchado el leve “jajajá”.
Al revisar la grabación, el aparato también tiene registrada la risa. Además quedó como evidencia digital en la transmisión en vivo que hizo Tiquicia Entre Tumbas en su Facebook.
Según nos explicó el santero, esa risa dulce fue de la dueña del panteón, una de las deidades de la religión Yoruba. Nos estaba cuidando, nos dio su visto bueno para que estuviéramos ahí.
La cuarta emoción de la jornada.
En la investigación paranormal no es usual que se registre tanta actividad, así que esa noche, al menos yo, salí ganando.
Segunda prueba
La segunda noche tal vez no fue tan intensa. Sin embargo, también fue una experiencia cautivadora e interesante.
La lluvia nos acompañó esa vez, así que temíamos que se nos truncara la investigación porque los equipos no se pueden mojar. Afortunadamente, el agua cedió.
Esta vez, el santero hizo un ritual de protección e invocación antes de empezar con el recorrido por el cementerio.
Mi mejor amiga fue conmigo esa noche.
Esta vez decidimos usar además del Ghost Meter y el K2, el Spirit Box. Fue muy interesante aunque debo de confesar que se me hizo muy confuso entender alguna palabra. Los demás presentes en el cementerio aseguran que sí escucharon con claridad los mensajes.
En esta segunda visita fue el fotógrafo Jeffrey Zamora el encargado de registrar las imágenes. Jeffrey es una persona totalmente escéptica: no sintió ni vio absolutamente nada fuera de lo normal.
En el recorrido el santero hizo conexión con el alma de un señor mayor. “Es un señor muy alegón, dice que nada tenemos que estar haciendo aquí, que este es un lugar para descansar”, nos explicó el especialista.
Según Rosario, mi amiga, y los demás presentes, en el Spirit Box se escuchó la palabra “largo”. Hicimos caso, nos fuimos de ahí.
Caminamos hacia la tumba de un hombre que habían enterrado ese mismo día, temprano. Según nos dijeron los panteoneros había sido asesinado. Por respeto lo llamaremos “Chito”. El santero hizo el contacto, nos dijo que era un alma muy agresiva, que le hablaba a gritos. El Ghost Meter estaba activo y los movimientos de la aguja eran fuertes, intensos.
“Hijueputa”, sonó en el Spirit Box y al mismo tiempo el santero exclamo: “¡Es muy malcriado!”.
Una segunda vez en medio de las ondas radiales se escuchó “Hijueputa”. Mi amiga, nerviosa, reaccionó con una risa que de diversión no tenía nada. Todos lo escucharon claramente el madrazo, menos yo.
Lo dejamos en paz, el santero lo devolvió a “su lugar” deseándole que descansara y dándole el respeto que como alma en pena se merecía.
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Esa noche físicamente sí me sentí afectada. Hubo un momento en el cual mis piernas se debilitaron, no podía caminar bien. Fue cuando íbamos de camino a la tumba de Chito.
El santero me sostuvo, colocó sobre mi cuello uno de sus collares como protección. Me sentí mejor, tal vez por fe o por las ganas de no caer de rodillas, pero al sostenerme de su brazo experimenté una energía que me dio fuerza.
Apasionados
Israel y Federico formaron el equipo Tiquicia Entre Tumbas hace aproximadamente cuatro años, luego de haberse conocido en otro grupo de investigación.
Hicieron química rápidamente y comenzaron a trabajar juntos. Actualmente hacen investigaciones: Israel es la persona que es más sensible a recibir señales, mientras que Federico es el que se encarga de la parte técnica.
Tiquicia Entre Tumbas va donde los llamen. Por lo general hacen sus propias investigaciones como en el Cementerio de Obreros, pero cuando alguna persona cree que hay algo extraño en su entorno, los contacta.
El equipo realiza las pesquisas y trata de darles una respuesta lógica a cada caso; cuando todo lo normal se sale de los cánones, buscan la asesoría del santero para que los ayude a encontrar las respuestas sobrenaturales.
“Mi trabajo es educar al equipo de Tiquicia Entre Tumbas para que respeten las reglas de los muertos y entonces ellos puedan acceder a más dentro de este mundo del espiritismo”, aseguró el santero.
Al igual que Tiquicia Entre Tumbas, también existen otras agrupaciones que estudian lo paranormal en el país. Giovanni Mata Sibaja, de Cazadores de Mitos e Historias del más allá, es un apasionado por los temas sobrenaturales, especialmente aquellos que se desarrollan en el campo de la demonología, según explicó.
La agrupación de la cual es parte se formó hace más de 10 años y ha realizado múltiples investigaciones, de las cuales el 95% tienen una explicación racional. Las restantes son temas paranormales que requieren la participación de expertos.
“Además de la pasión, lo hacemos para ayudar a la gente. Rara vez va a ser algo paranormal, para descartarlo se utiliza un método científico que conlleva análisis de eventos, de fotografías, videos, investigación y patrones de lo que sucede”, explicó Mata.
Por lo general, estos investigadores son empíricos; se preparan con bibliografías paranormales y también estudian el fenómeno por sus propios medios.
Max Cordero, de Mundo del Misterio, se ha especializado en el análisis de las pruebas. Cordero, quien hace su trabajo con computadoras, se califica como un escéptico y determina, desde un punto de vista objetivo, qué puede ser o no de este mundo.
En el caso de Paranormal 506 Investigation Services, liderada por Mario Castro tienen cerca de seis años de ofrecer sus servicios de investigación.
“Nos busca la gente principalmente cuando pasa algo en una casa: que se apagan las luces, se cierran puertas o se oyen voces”, contó Castro sobre los trabajos que realizan en su equipo.
Sally Castillo es otra de las personas a las cuales los investigadores paranormales recurren como ayuda profesional. Ella se define como psíquica clarividente y consultora esotérica.
“Cuando algo se sale de control me llaman. Con esto se nace, nadie se hace; son dones otorgados que uno no los puede rechazar”, afirmó.
Los distintos investigadores de lo paranormal coinciden en que su trabajo es un servicio gratuito, a pesar de que ellos mismos son los que financian sus equipos o los viajes a los lugares de los trabajos. Su función es ayudar a quien lo necesite, no importa si es de este mundo o no.