Ella era famosa antes de ser famosa. Mejor dicho, la abogada Kathleen Zellner ahora en realidad es archifamosa por su absoluto protagonismo como la nueva abogada de Steven Avery, uno de los dos presos de por vida cuyas condenas han sido duramente cuestionadas por la serie documental de Netflix, Making a Murderer.
Tras atraer la atención mundial dos años atrás, la producción estrenó el pasado 19 de octubre una segunda temporada que anunciaba, según el tráiler, más revelaciones estremecedoras y nuevos protagonistas de la entreverada historia criminal. Y vaya que cumplió.
Antes de continuar es necesario advertir a los lectores que esta nota está repleta de spoilers: imposible analizar la figura de Katlheen Zellner sin ofrecer detalles de ambos casos y elucubrar lo que podría ocurrir ahora en las vidas de Steven Avery y Brendan Dassey –los dos acusados–, tras terminar la segunda parte de la saga.
Y es que el fenómeno de Making a Murderer (Fabricando un asesino) repite la fórmula original, la de la primera temporada, básicamente porque no hay otra fórmula: se vuelve a partir de las preguntas hipotéticas que intentan ser resueltas en esta segunda temporada, solo que, en este caso, está la experimentada Kathleen tratando de ofrecer respuestas. ¿Es posible construir un asesino? ¿O destruir un inocente? ¿Hasta qué punto puede ser manipulado el sistema judicial? ¿Dónde están las fronteras éticas de un interrogatorio policial? ¿Somos todos inocentes hasta que se demuestre lo contrario?
En esencia, la segunda entrega remacha la desolación que nos provocó la primera por todos los claroscuros de la justicia con el demoledor caso de Steven Avery, condenado injustamente (1985) liberado (2003) y condenado nuevamente (2007) por un confuso caso de homicidio en que la víctima fue la joven fotógrafa Teresa Halbach.
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Paralelamente, la docuserie se enfoca en Brendan Dassey, quien a sus 16 años fue acusado de cómplice de la violación y asesinato que supuestamente perpetró su tío, pero siempre se ha puesto en duda su condena por el escandaloso video del interrogatorio en que la policía lo presiona y manipula para conseguir una confesión de los hechos, todo sin la presencia de un abogado y a sabiendas de que el adolescente había sido diagnosticado con un bajo coeficiente intelectual.
Si bien la continuación de Making a Murderer generó gran expectativa en la teleaudiencia, todos sabíamos que tanto Steven como Brendan seguían en prisión y que este último había estado a punto de recuperar su libertad en varias revisiones de su caso, que luego volvían al punto de partida cuando las apelaciones a su libertad eran admitidas.
En este punto medular se diferencian las dos emisiones: la primera nos presentó ambos casos en detalle, nos consumió en las vidas de los familiares de los acusados y de la víctima del crimen, nos llevó por las calles de Manitowoc (Wisconsin) y nos sembró más dudas que respuestas.
En cambio, la segunda temporada arranca de porrazo con la incursión de Katlheen, a quien presentan brevemente en el arranque como una mujer brillante y con voluntad de hierro, que a sus 59 años ha logrado revertir las condenas de 17 hombres, ha probado su inocencia y ha dirigido procesos de indemnizaciones millonarias, muchas de las cuales han culminado exitosamente.
Paralelamente, en la serie se presenta la compleja historia de Brendan Dassey y su familia, pues durante los años posteriores al estreno de Making a Murderer su caso tomó giros bastante inesperados. Y es que sus abogados han protagonizado una impresionante batalla legal en este tiempo; sin embargo, a pesar de ello Dassey sigue en prisión, con todo y que ha estado a punto de ser liberado en varias ocasiones.
Como dice el portal especializado Hipertextual, “es imposible no percibir, tras la enorme seguidilla de hechos, pruebas y testimonios, que estos dos hombres tiene una sombra muy grande e impenetrable en donde operan fuerzas invencibles, o al menos eso nos hace sentir el documental”.
Making a Murderer tiene demasiado material qué desgranar, probablemente por lo mismo la presentación de Kathleen es sumamente breve, a pesar de que, de principio a fin, el hilo conductor permanente está basado en sus investigaciones, entrevistas y el aporte de pruebas científicas que presenta a las diversas instancias de la Corte Suprema de Estados Unidos en su firme propósito de lograr la nulidad del juicio que condenó a Steven Avery como el asesino de la fotógrafa Teresa Halbach.
Aunque algunos detractores de Kathleen afirman en la serie que la abogada solo busca fama y reflectores, lo cierto es que Zellner ya era toda una figura en Estados Unidos por cuenta de los sonados casos de los hombres que ha logrado sacar de la cárcel.
Por supuesto, a pocos días de haberse liberado la segunda parte de la serie, el nombre de Kathleen Zellner se convirtió en uno de los más googleados y, de entrada, nos percatamos de que esta mujer atildada, de peinado y maquillaje impecables y vestida siempre con sobriedad y discreta elegancia, era ya toda una celebridad entre el gremio de la abogacía en Estados Unidos.
Por citar unos cuantos de sus atestados, fue considerada una de las “diez abogadas de América que siempre se prepara mejor que sus oponentes” según el National Law Journal en el 2000; le concedieron un premio por buscar la justicia por la Asociación Americana de Abogados en 2012 y en el 2015 fue considerada persona del año por el Chicago Lawyer Magazine.
O sea, Kathleen parece no tener un pelo de advenediza u oportunista.
Más bien su involucramiento en el caso de Steven Avery parece tener toda la lógica, en vista de los 20 años de experiencia que acumula ella en la defensa de inocentes encarcelados por errores judiciales. Es decir, después de Making a Murderer I, que lanzó al mundo todo el complejo caso de los Avery, el involucramiento de Kathleen no fue más que una especie de “tormenta perfecta”.
Ninguna “Don Nadie”
El diario español La Vanguardia fue uno de los primeros en reaccionar, intrigado –como todos los seguidores de la trama– por esta mujer inmutable, sin histrionismos, ni gritos, ni enojos o exabruptos ante la cuesta arriba y contrarreloj en la que acompaña a Steven Avery, pero sí dueña de un verbo sereno y una elocuencia implacable a la hora de esbozar el resultado de sus exhaustivas investigaciones.
Definitivamente, ella no era una “Don Nadie” en el sistema judicial estadounidense, pues su reputación la precede. Nacida en Texas y con 59 años de edad, está casada y tiene una hija, quien también es abogada.
Una recopilación de La Vanguardia por algunos de los casos que han culminado con la liberación de sus clientes, comprueban que Kathleen es, básicamente, una mujer implacable.
El asesino en serie que confesó
De lo poco que sabemos de ella en la serie, queda patente que, en su incansable búsqueda de la justicia para los inocentes, puede volverse una fiera si alguno de sus representados trata de engañarla.
“No te atrevas a mentirme jamás. Si lo haces, si me dices que eres inocente y descubro que me estás embaucando, iré contra ti y te haré trizas”, apostilla en un par de ocasiones en un intento de reforzar que, una vez que toma un caso, es porque está totalmente segura de que su defendido es inocente. Puntualmente, hablaba de Steven Avery.
Como dice La Vanguardia, “Zellner no es una ingenua que cree ciegamente en las versiones de sus clientes porque sabe muy bien lo que significa estar delante de un monstruo”.
Se trata de Larry Eyler, convicto por el asesinato de un adolescente de 15 años, Daniel Bridges, quien se prostituía en las calles de Chicago.
En el proceso, Zellner demostró que uno de los abogados anteriores de Eyler fue sobornado por la parte acusadora, prueba suficiente para traerse abajo el juicio en el que Eyler resultó culpable.
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Pero Kathleen afinó su olfato y, tras varias conversaciones con el sospechoso, se percató de que se trataba de un psicópata y, finalmente, consiguió que el acusado le confesara que había asesinado a 17 hombres, una revelación que ella hizo pública (debido al secreto profesional) hasta después de que Eyler muriera de sida en prisión. Se trató de un macabro caso en el que el asesino le reveló que hubo otros cuatro homicidios cometidos por su cómplice, Robert David Little, nada menos que el testigo del juicio que sobornó al abogado de Eyler para que este asumiera toda la pena.
El caso la marcó y fue a partir de entonces que tomó la decisión de dedicarse a defender solo a verdaderos inocentes.
Zellner logró la exoneración de Joseph Burrows, condenado a muerte por el asesinato de William E. Dullan. Tras una sesuda investigación y asida a su intuición, concluyó que Burrows era inocente y logró que una de las principales testigos, una drogadicta de nombre Gayle Potter y quien había acusado a Burrows, reconociera que la autora del crimen había sido ella.
La familia Fox, un caso de terror
La ciudad de Wilmington (Ilinois) se vio sacudida en junio del 2004, cuando el cadáver de una pequeña de tres años, Riley Fox, apareció en un parque. La autopsia dictaminó que había sido abusada y, ante la ausencia de sospechosos, la policía enfiló sus baterías contra el padre de la niña, Kevin, quien fue objeto de un interrogatorio de 12 horas, del que no existe registro (no fue grabado) y en el que los detectives lograron que Kevin se confesara culpable.
Zellner investigó, refutó pruebas de ADN y consiguió que eliminaran los cargos. ¿Por qué la implicación a Kevin? Porque urgía una condena rápida en vista de que se acercaban las elecciones en la fiscalía, y un crimen de este calibre, no resuelto, era pésima publicidad.
Zellner demandó al Estado y consiguió una indemnización de $15 millones que, finalmente, quedaron rebajados a la mitad.
Los años le darían la razón que ya le había dado la ley: tiempo después, gracias a pruebas de ADN se determinó que el violador y asesino de la pequeña Riley era Scott Eby, un ladronzuelo que entró a robar en una finca cercana y luego ingresó a la casa de los Riley, se llevó a la niña, la abusó y la ahogó en un estanque, antes de dejar su cuerpo en el parque.
Los casos de exoneraciones se fueron sucediendo, siempre según el recuento de La Vanguardia: está el de Jerry Hobbs (en prisión durante casi seis años por la muerte de su hija y una amiga de esta, de las que no era culpable), Ronnie Bullock (en prisión durante diez años por el secuestro y violación de dos niñas, el ADN demostró que era inocente), Billy Wardell (que pasó diez años en prisión por un robo y violación que tampoco había cometido como demostró el ADN) y Ryan Ferguson (acusado de un asesinato cuando tenía 17 años y que Zellner logró liberar 10 años más tarde).
El reto de su vida
Si bien Kathleen ha insistido en diversas entrevistas en que ella se toma con igual empecinamiento todos los casos que asume, es un hecho que al asumir la defensa de Steven Avery su reto se agiganta por lo mediático del caso y porque hay decenas de millones en todo el mundo, atentas a sus movimientos, empezando por la prensa.
De acuerdo con su página web, desde que abrió su bufete, en 1991, ha conseguido más de $90 millones en indemnizaciones para sus clientes, incluyendo casos de negligencia médica como el de una paciente que se suicidó al no ser ingresada en un hospital como había pedido.
Sin embargo, el caso de Steven Avery constituye, a no dudarlo, su reto profesional más ambicioso... y empedrado.
No solo por las trabas que ha tenido que sortear ante diversas instancias judiciales y que, al final de la segunda temporada de la docuserie, los colocan a ella y a Steven frente a una nueva madeja legal que deben sortear, prácticamente empezar de cero, para tratar de que algún día Avery recupere la libertad.
Juega en contra, además, que Steven ya tiene 57 años. No era lo mismo una apelación cuando estaba en los 20 o los 30, que un nuevo y engorroso proceso, cuando ya se aproxima a los 60 años y no goza, precisamente, de una salud de hierro.
Pero los contratiempos de Kathleen se traslapan, ya hacia el final de los últimos capítulos, y termina en una fuerte lucha campal con los propios familiares de Steven, quien, a su vez, se ve enfrentado con sus parientes.
El giro que da el caso al final de la docuserie es tan sombrío como doloroso.
Y, sobre todo, intrigante.
Las pesquisas de Zellner y el calificado grupo de expertos y científicos en diversos campos, poco a poco van sugiriendo que el verdadero asesino de Teresa realmente está mucho más cerca de lo que imaginaron.
Es entonces cuando Kathleen, tras realizar y explicar ante las cámaras todo el detalle de cómo llegó a esa conclusión, suelta la bomba: su hipótesis de que fue Bobby Dassey (sobrino de Steven y hermano de Brendan), quien asesinó a Teresa.
Bobby no solo inculpó a su tío durante el juicio, con el testimonio que aseguraba haber visto a Teresa dirigirse al cámper de Steven, minutos antes de su muerte. Según demostró la abogada, esta versión es falsa. ¿Por qué habría de mentir Bobby?
“Fácil”, sostiene Zellner, “porque fue él quien cometió el crimen y le fue de mucha conveniencia orientar la investigación hacia su tío exconvicto”.
A tono con el calibre de sus investigaciones, la abogada repasa importantes detalles que no fueron tomados en cuenta por la policía que “armó” la acusación contra Steven, entre ellas la revisión del computador de Bobby en el que se hallaron cientos de búsquedas de pornografía extrema, de personas teniendo sexo con cadáveres y otras abominaciones básicamente impublicables... la mayoría de las búsquedas de Bobby daban con víctimas muy parecidas, físicamente, a Teresa.
En el último capítulo de Making a Murderer, las esquirlas de la poderosa bomba lastiman a toda la familia. Los padres de Steven y abuelos de Brendan, ahora no solo lidian con la eterna estadía de sus parientes en la cárcel, si no que, de comprobarse la tesis del equipo legal que dirige Kathleen, y en caso de que la justicia le diera curso y liberaran a los dos condenados, posiblemente habría que ir ahora no solo por Bobby, sino por el padrastro de Brendan, quien habría sido cómplice, según las últimas pesquisas de Kathleen.
El final es de terror.
Se escucha una grabación telefónica donde Scott Tadych, cuñado de Steven y padrastro de Brendan, explota contra Avery, hirviendo en furia, en el que se refiere en los peores términos a Kathleen por haberlo “destruido” al hacer públicas sus sospechas.
“Me destruyeron la vida, te quieres salvar a toda costa hundiendo a otros, a toda la familia”, le espeta a Steven mientras este contesta, calmo, que él y su abogada solo necesitan encontrar la verdad.
Making a Murderer deja abierta la puerta para una tercera temporada, aunque esto no ha sido confirmado oficialmente. Pero, además, siembra en el espectador más dudas y más desolación que la primera temporada.
Esté o no el culpable entre algún miembro de los Avery, son decenas de inocentes en la familia que han tenido que cargar con una vida miserable desde aquel lejano día en que el joven Steven fue condenado, con 23 años, por un crimen que no cometió.