Podría parecer poco especial que un niño sueñe con ser astronauta.
Robb Michael Kulin fue uno de esos infantes que sonó con ser un ciudadano del espacio y, verdaderamente, estuvo muy cerca de serlo.
La cancelación de lo que parecía algo cercano –con la paradoja de ser un anhelo imposible para la mayoría– no se debió a irresponsabilidades por parte de Kulin. No fue un mal alumno, ni un aspirante mediocre.
Todo lo contrario.
En los registros de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (mejor conocida como la NASA) se asoma su nombre destacado en cada clase que cursó.
Kulin aparece en un grupo de doce aspirantes que la NASA gestionó el año anterior, junto a cinco mujeres y seis hombres que autodenominaron a su grupo como Las tortugas. El camino que Kulin inició en el 2017 para llegar al espacio acabó el pasado 31 de agosto, día que Kulin abandonó oficialmente las instalaciones del programa. Tres días antes, había presentado su renuncia.
Resulta más extraño saber que Kulin ya había intentado entrar a la selección final de candidatos a astronautas en tres oportunidades anteriores, algo atípico, según reporta la NASA, pues muchos de los aspirantes rebotan en otros puestos de la institución por sus currículos envidiables.
Además, para ser astronauta, el camino no es solo uno. En su mayoría, quienes ingresan al programa son egresados de ingeniería aeroespecial, ingeniería informática, ingeniería ambiental, ingeniería de telecomunicaciones, astronomía, física y geología, con registros de cualidades tan altos que terminan sirviendo a la NASA en otras funciones.
En el caso de Kulin, quien nació en Alaska, es egresado de la carrera de ingeniería mecánica de la Universidad de Denver y, además, cuenta con un máster en Materiales Científicos de la Universidad de California. Además, en esta última casa de estudios también había obtenido un doctorado en Ingeniería. Hace un año, cuando fue seleccionado, Kulin trabajaba como Jefe de Ingeniería de Lanzamiento en SpaceX, institución que se encarga de diseñar y lanzar cohetes.
Con una vida dedicada a este mundo, ¿por qué Kulin renunciaría? Pocos lo saben.
En su carta de renuncia, Kulin simplemente escribió que su dimisión se debía a “razones personales. Ni él ni la NASA se han pronunciado al respecto, algo contrario a las otras dos únicas ocasiones en que un candidato a astronauta ha renunciado al programa.
Curiosamente, las anteriores renuncias se dieron meses antes de un momento histórico para la humanidad: el alunizaje. En esa oportunidad, las causas de dimisión fueron más claras.
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Preferir la vida en la Tierra
Tuvo que pasar medio siglo para que un aspirante a astronauta dimitiera al programa.
Las únicas dos renuncias pasadas ocurrieron en el mismo año: 1968. A comienzos de ese año, Brian O´Leary presentó su renuncia. Seguidamente, John Llewellyn se unió a O´Leary, tan solo once meses antes de que Estados Unidos realizara el primer viaje que llevó a la humanidad a la Luna.
El desencanto de Llewellyn ocurrió en un lapso similar al de Kulin. En tan solo un año, el químico nacido en Cardiff se desesperó ante el sistema que mantenía la NASA y prefirió abandonar el programa espacial.
Llewelyn perteneció al segundo grupo de científicos y astronautas de la NASA (actualmente van por el 23) que se autodenominó el “Exceso Once”. Aunque su nombre parecía una broma más que una denuncia, el título de su grupo se debió a que los candidatos no tenían misiones disponibles para volar, ni siquiera en sus entrenamientos.
La falta de oportunidad para tan siquiera imaginar un vuelo espacial frustró rotundamente a Llewellyn.
Pocos meses después de su renuncia, el galés describió su experiencia en el programa. “Mi ambición era hacer un vuelo exitoso, hacer buenos experimentos y obtener el rodaje que me daría una experiencia científica de primera clase”, dijo en un texto sobre sus memorias.
A diferencia de los aspirantes a astronautas que antecedieron a Llewelyn, quienes fueron elegidos porque ya eran experimentados pilotos de prueba o científicos que tenían algún entrenamiento de piloto, todos los pertenecientes al grupo “Exceso Once” necesitaban someterse a un curso de pilotaje dado por la Fuerza Aérea antes de poder calificar para una misión de la NASA.
Tras cuatro meses de espera infructuosa, Llewellyn dijo que no estaba hecho para ser piloto.
“Mi hermano no tenía ese instinto, pero lo que sí tenía era un talento brillante para la química y esa es la razón por la que la NASA le dio un trabajo en primer lugar”, confesó su hermano Roger Llewellyn al portal WalesOnline la semana en que el aspirante a astronauta falleció, en el 2013.
Para agosto de 1968, la NASA se refirió a la salida de Llewery por medio de un comunicado de prensa.
“El Dr. Llewellyn dijo que se hizo evidente hace varias semanas que no estaba progresando como debería. Esta semana se retiró después de las conversaciones con la NASA y los oficiales de la Fuerza Aérea”, se lee en el comunicado.
El caso de Llewellyn tenía aún más relevancia pues el galés fue uno de los dos primeros ciudadanos naturalizados como estadounidenses en ser seleccionado para el programa de astronautas. En su caso, fue seleccionado por tener una licenciatura en ciencias y un doctorado en química de la Universidad de Cardiff.
Una vez que Llewellyn abandonó su entrenamiento como astronauta de la NASA, se convirtió en acuanauta de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), y participó en sus programas a partir de 1971, hasta su fallecimiento en el 2013.
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El hombre que comenzó todo
Es difícil decir que Brian O ´Leary fue el hombre que marcó la pauta de un suceso que apenas ha sucedido tres veces, pero sí que fue la primera persona en irrumpir con la fantasía del viaje espacial.
O´Leary fue miembro del mismo grupo de astronautas y científicos del que fue parte Llewery, la misma que fue apodada como “Exceso Once”. Con tan solo siete meses dentro del programa, renunció con disgusto y, según su carta de salida, el científico encontró un “programa impregnado por el punto de vista y las ambiciones de los pilotos de prueba, indiferente a los objetivos de la ciencia”.
Desde su salida, muchos artículos periodísticos que describen su actitud concuerdan en que O´Leary siempre se manifestó con una actitud arrogante. Él aseguraba que “Houston estaba muy lejos de los placeres civilizados de Berkeley, pero también estaba aislado de la corriente principal del trabajo científico esencial para mi vida profesional”.
Aún así, otros rumores se rocían sobre los motivos de su salida, sobre todo a raíz de lo que se puede leer en la biografía que aparece en su web: “renunció del servicio activo por problemas en el entrenamiento de vuelo”.
Sobre su caso, algunos colegas dijeron anónimamente a distintas revistas que O´Leary, además de prepotente, tenía serios problemas para pilotar.
Según relatan las fuentes anónimas, el jet T-38 lo espantaba del miedo.
Es entendible y creíble que O´Leary viviera ese pánico. El científico estadounidense entró muy joven a la NASA, con tan solo 27 años.
La fiebre de ser un astronauta aún estaba candente. Tan solo diez años antes, O´Leary y la NASA se habían encontrado por primera vez y el deseo de vivir del espacio lo alimentaba con fuerza.
Fue en su adolescencia cuando encontró la obsesión por convertirse en astronauta tras una visita a Washington, en la que le explicaron cómo funcionaba la agencia espacial.
Su ingreso tan temprano (ya contaba con un doctorado en astronomía a los 24 años) hizo a la NASA ilusionarse con un joven prodigio que podría darles más de treinta años de labor científica, pero no fue así.
El voto de confianza fue tan alto que O´Leary entró directamente a liderar el grupo de científicos que se entrenaba para el programa Apolo. En su caso particular, debía fortalecer la carrera espacial que Estados Unidos desarrolló en la guerra fría con un proyecto que había comenzado en 1960 y pretendía poder sobrevolar el planeta para buscar vistas para un eventual alunizaje.
Entre las anécdotas de su salida muchos rumorean que O´Leary –quien falleció en el 2011– no se sentía valorado dentro de la agencia, que “estaba para más”.
Su posible arrogancia, junto con la desesperación de Llewery, provocaron un chiste dentro de la NASA. “Se fueron y el hombre llegó a la Luna”.
Ahora, cincuenta años después, Kulin se suma a esta pequeña lista. A sabiendas de que la plaza de Kulin no será compensada, el resto de la generación del 2017 deberá someterse a un año más de entrenamiento antes de que obtengan el título de astronautas y puedan participar en las misiones de la NASA.
Veremos si tendrá que pasar otro medio siglo para vivir algo parecido.