Aretha no fue solo una cantante, no fue sólo la reina del soul, fue inspiración, ícono y casi semidiosa de la música contemporánea. Creó un estilo, lo vio nacer y cuando ya había muchas haciendo lo mismo que ella, lo redefinió. Aretha hizo historia y la seguirá haciendo muchos años después de su muerte.
Yo conocí de Aretha Franklin, como conoce uno de los grandes artistas que no le pertenecen generacionalmente, gracias a mis padres. En los viajes interminables que hacíamos en familia desde la capital hacia el Caribe, siempre nos acompañaba la radiocasetera en la que no podía faltar alguna grabación de Aretha. La recuerdo en su Rocksteady, cantando con gran emotividad algún tema espiritual de esos que erizan la piel y hasta poniéndole alma a sus versiones de los temas de los Beatles.
Años después, Natural Woman fue la primera canción que me atreví a cantar en público.
Su grandeza musical inició en el año 1956, pero fue el fichaje al sello de Atlantic en 1967 lo que marcó el verdadero inicio de su carrera musical y de ahí en adelante la escalada al éxito continuó hasta su muerte en el 2018.
Respect, original de Otis Redding, es quizás el tema que más la representa, pero no porque no haya mucho otro material calidad del cuál escoger, sino por su mensaje de empoderamiento femenino y de fuerza, nacido en medio del activismo de los derechos civiles en Estados Unidos.
Pidiendo respeto fue como Aretha se convirtió en emblema del movimiento por la igualdad racial y en figura insigne de la música negra. Traía la lucha tatuada en la piel al nacer, heredada por su padre, quien fuera predicador bautista y amigo confidente de Martin Luther King; y aunque eso parece ser difícil de superar, Aretha jugó un papel colosal en catapultar la música soul y el Rhythm and Blues.
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Cada vez que una canción de Aretha suena en la radio, alguien me comenta lo lamentable de su muerte, porque su estilo no solo encantó a los seguidores del soul: se movió de país en país, de género en género y plasmó su esencia en artistas de varios estilos.
De su herencia vivieron figuras como Prince y Michael Jackson, pero también lo hacen hoy por hoy cantantes de la talla de Beyonce, Adele o Mariah Carey e incluso Ariana Grande y John Legend, todos han tratado de absorber la esencia de los sonidos, instrumentación, sentimiento y hasta los juegos vocales que ella tenía dominados desde hace 50 años. Precisamente por eso, es que desde finales de los 60, fue conocida como la única e inigualable, Reina del Soul, título que la acompañó hasta su muerte.
Sin embargo, encasillar a Aretha en un solo género es no dimensionar la complejidad y alcances de su legado. Su ofrenda musical está cargada de la emotividad del góspel en épocas iniciales, de la fuerza del soul en momentos en que se requería y de la energía del rock cuando ella así lo sentía. Tanto así que fue la primera mujer en ser ingresada al Salón de la Fama del Rock and Roll.
De Aretha aprendemos todos, a crecer, a sobreponerse, a ser fiel con uno mismo y a asumir una causa y luchar por ella, así como a avanzar y a reinventarse cuando toca hacerlo. A no permitir que las olas musicales nos definan el camino, más bien crear y hacer camino con la música. Educar, usar la música como herramienta de empoderamiento.
Durante toda su carrera, probó variadas colaboraciones y grabó las más osadas versiones de temas ya hechos famosos por otros artistas, pero siempre lo hizo desde su identidad. Nunca un tema grabado por Aretha, sin importar de quien fuera, nuevo o viejo, sonó igual a su versión anterior. “Sé tu propio artista” dijo. “Confía siempre en lo que estás haciendo. Si no tienes confianza, es mejor que no lo hagas”. Fue una lección magistral de estilo y creatividad.
Me preocupa pensar que simplemente no hay quien asuma la tarea, que la era de oro del soul llega a su fin. Se nos han ido tantos de los íconos que vieron nacer el género, forjaron sus bases y lo solidificaron para luego heredárnoslo en bandeja, que no queda más que preguntarse si los elegidos podrán cumplir con la misión encomendada por James Brown, Ben E. King, Marvin Gaye o Ray Charles.
Con la muerte de Aretha, el liderazgo en la música soul queda un poco a la deriva. Si bien es cierto hay mucho talento nuevo y muchas voces dignas de ser reconocidas, la unicidad en el estilo de Aretha, su manera de hacer las cosas y la fuerza con la que se estableció desde hace medio siglo en el tope de un género que se caracteriza por la virtuosidad vocal, no tiene precedentes. Ella logró popularizar una tonalidad que era casi exclusiva de la música góspel, la sacó de la iglesia y se la presentó a un público negro y blanco en una época en que la mayoría de las producciones eran para uno o para otro, no para los dos.
Por artistas como ella, como Stevie Wonder o Lionel Richie, solo por mencionar algunos y al trabajo realizado durante las décadas de los 50 y 60, es que hoy en día tantos artistas pueden moverse entre géneros, clasificar a su público por edades o gustos pero no por colores, o hacer R&B y ser considerados pop, una vez que sus temas saltan el muro imaginario de la popularidad.
Con Aretha muere parte del soul, no como género pero quizás como ideal. Muere un poco ese sentimiento que sale del estómago y se aloja en la piel, el sonido viejo pero siempre vigente. Vive lo que aprendimos de ella: groove, virtuosidad, delicadeza.
La ausencia de una artista de la talla de Aretha Franklin se nota hoy pero se sentirá aún más en los años por venir, cuando nos toque definir el género, cuando nos corresponda hablar de referentes o contarle a nuestros hijos que hubo una época en la que la música buscaba tocar el alma, desde la instrumentación hasta la lírica.
La autora es cantante, productora, locutora y conductora del programa ‘Black Light, Luz Negra’, en Súper Radio.
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