Sin afán de caer mal ni mucho menos jugar de prepotente, en los treinta años de intentar ser periodista, con muy pocas personas, de las tantas que he conocido en el ejercicio de este trabajo, me he tomado una fotografía.
Equivocado o no, siempre he creído que hay que mantener la distancia, sin embargo, siempre hay excepciones. Y una de esas personas con las que tuve el honor de tener ese recuerdo es con don Javier Rojas González, tibaseño de pura cepa con un enorme corazón rojiamarillo.
Esa fotografía nos la tomó su hijo Mario Javier en las instalaciones de Grupo Nación. Fue el 20 de marzo de este año. Don Javier vino a una entrevista para la Revista Viva. Yo iba hacia la soda, pasado el mediodía y el hambre hacía estragos cuando me topé al reconocido periodista deportivo.
Teníamos años de conocernos, un verdadero privilegio que me ha dado la vida, y de inmediato fui a saludarlo. Lo acompañaba su hijo.
“En qué le puedo servir”, le dije, y siempre con una sonrisota y muy educado, me contestó que buscaba a la periodista Fernanda Matarrita, quien lo citó para una entrevista, de las tantas que dio en su fructífera carrera.
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Inmediatamente fui a buscar a Matarrita, quien estaba almorzando. Así que para hacer tiempo me senté a conversar con don Javier, lo que era una delicia porque estaba al día con todo lo que ocurría en el país, pero sobre todo, me encantaba escuchar sus anécdotas. Me sentía como un nieto oyendo las historias del abuelo.
En ese momento fue cuando se me ocurrió pedirle esa foto que hoy es un verdadero tesoro. Todavía estaba bien pochotón, y como siempre muy elegante. Y qué dicha que le pedí ese recuerdo, pues seis meses después falleció, el miércoles 5 de setiembre, a los 79 años, con más de 60 años de carrera en la radio, sobre todo en su segunda casa, radio Columbia, de la cual se despidió el viernes 31 de agosto de este año después de haber “vivido” allí medio siglo.
En la televisión también tuvo presencia, al igual que en la prensa escrita. Desde esas trincheras ninguno pudo con él, como dice la canción que él mismo compuso para su amado Team.
Conocí a don Javier en la que fue otra de sus casas, el restaurante Zonni, en Llorente de Tibás. En ese momento me desempeñaba como periodista deportivo del desaparecido periódico Al Día. Llegué a buscarlo por un tema polémico y por más que lo quise prensar, como decimos en el ambiente, obviamente nunca lo logré, y por más armado que creí llegar, ganó el “duelo” sin despeinarse y por goleada. Después compartimos en el Mundial Estados Unidos 94, uno de los ocho mundiales que él cubrió desde México70 hasta Francia 98.
Años después, siendo director de La Teja, tuve la suerte de que su programa Actualidad lo realizara varias veces en nuestra redacción, lo que hizo que la relación con él y su inseparable hermano Chavelo Rojas, también fallecido, fuera más fuerte.
Le admiraba sobremanera su memoria de elefante; me impresionaba el que le bastaba ver a una persona una sola vez para que al volverla a encontrar recordara perfectamente el nombre, a qué se dedicaba, y posiblemente hasta el número de cédula.
Don Javier con su verbo y el micrófono llegó a quitar y poner entrenadores en los clubes de fútbol y en la Selección Nacional. Algunas de estas posiciones no las compartí, pero así era él, directo, sin pelos en la lengua, respaldado por una gran voz y personalidad.
Hoy la radio y televisión costarricense extrañan a ese gran ser humano directo, frontal, con licencia para “matar”, quien hizo que los periodistas deportivos que hoy se creen estrellas se vieran como bebés de pecho. Su reemplazo nunca llegará...
Gracias don Javier por su aporte al país, porque a pesar de que todos lo recordamos como periodista deportivo, su gran pasión era la política. Gracias por esa foto que me permitió tomarme a su lado, y al despedirme levanto la mano para decirle adiós, copiando su gesto característico cuando se despedía.
El autor es periodista y director del diario ‘La Teja’.
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