La primera vez que lo vi fue en Puntarenas, a principios de los años 80. Escuché que la gente decía: “¡Ahí va Miguel Salguero!”. Lo conocía por su revista Gentes y Paisajes y por sus programas en radio y televisión, especialmente El fogón de doña Chinda, que estaba en su apogeo. Cuando escuché que andaba por ahí, me dije: “qué lindo conocerlo”. Lo busqué con la mirada pero solo lo pude captar de lejos, cargaba su famosa cámara “Mencha la andariega” y caminaba presuroso hacia el muelle en donde tomaría el ferry que iba a Playa Naranjo.
El destino nos tenía preparada una sorpresa, porque no solo llegó esa oportunidad de conocerlo, sino de ser parte de ese maravilloso elenco que Salguero había logrado conformar para sus series de televisión: Antonio Gutiérrez (Olegario Mena), Lencho Salazar, Juan Sandoval (Emeterio), Arturo Vargas (Mincho), Wilbert Delgado (Naín), Evi Barahona (doña Chinda), Antonio Solís (Pachingo), Miguel Chacón, doña Lula Mora, Gilbert “El Brujo” Castro, Omar Díaz (Baldomero), Adolfo Montero (Gorgojo), Leda y Cecilia García, Jeannette Cordero, Jaime y Orlando Badilla, entre otros.
Y aunque no lo crean, mi llegada a este programa se dio gracias a una carta de recomendación. Sí, yo llegué a la oficina de Miguel Salguero con una carta de recomendación que me había dado la escritora Mía Gallegos, quien era asesora en esa época en el Ministerio de Cultura. La oficina de Gentes y Paisajes se encontraba en las inmediaciones del Colegio Superior de Señoritas en San José, por lo que ese mismo día fui a buscar a Salguero. Me recibió muy amablemente y cuando leyó la carta me dijo: “Ay mijita, usted no necesita recomendación, la mejor recomendación es usted misma, ya la he escuchado por Radio Nacional y la he visto en el programa de Zoilo Peñaranda en Canal 13 y sé que usted es excelente, vaya el próximo sábado a Puriscal para que nos acompañe a la grabación del programa”. Fue así como logré ser parte del elenco de Miguel Salguero y más adelante además, convertirme en su esposa.
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Creo que “hicimos química” quizá debido a que compartimos un mismo origen, ambos nacidos en el cantón de Acosta, ambos luchando por el rescate de nuestras raíces, por preservar los valores que heredamos de nuestros ancestros, campesinos de pura cepa.
Durante las filmaciones que hicimos en el transcurso de los años recorrimos bellísimos pueblos de Costa Rica. En cada lugar que visitábamos, él ya había estado allí. En todos los pueblos nos saludaban, nos ofrecían alojamiento, nos invitaban a compartir sus alimentos. Comprendí que el pueblo sabe reconocer a quienes los representan de manera fidedigna, auténtica; por eso nuestros programas siempre tuvieron ese sabor tan criollo, tan real, tan nuestro, porque el mismo pueblo era protagonista.
Es bien conocida la obra literaria de Salguero con más de 20 libros publicados, así como su trabajo en la prensa escrita desarrollada en el periódico La Nación principalmente, y luego de manera independiente. Ahí empezó su recorrido por nuestro terruño, unas veces a “pata”, otras veces a caballo, en ocasiones manejando su flamante jeep del año fusil de chispa al que llamaba “tío Pepe”. Anduvo toda la geografía nacional, recorrió ríos, playas, montañas, volcanes, caminos y veredas, pueblos con sabor a tierra mojada lista para la siembra; campesinos recogiendo el fruto de su arduo trabajo; casitas humildes enclavadas en las montañas, gente de “patas en el suelo” que lo recibían abriéndole las puertas de sus humildes hogares. Miguel Salguero conquistó al país con un periodismo que no existía en esos años, desempolvando caminos o chapaleando entre los barriales; su cabeza cubierta con el sombrero de lona para defenderse del quemante sol; o tapándose a veces con las llamadas “sombrillas de pobre” para librarse un poco de la lluvia. Y así llegó hasta donde vivían los más humildes, los más alejados de las ciudades, recogió su lenguaje, su forma de vivir, sus problemas y alegrías. Miguel Salguero fue el periodista del pueblo.
Fue pionero de la televisión costarricense con su serie Mi galera en Canal 7 en 1961.
Fue pionero del cine en Costa Rica con La apuesta, filmada en 1968, durante la cual tuvo la osadía de aventurarse con un grupo de amigos para realizar una película que también se puede considerar documental, saliendo de San Antonio de Escazú hasta llegar a Limón cuando aún no había carretera, para lo cual tuvieron que superar una serie de peripecias que aparecieron durante la travesía. Contaba con un presupuesto de 20 mil colones, dinero que se agotó sin terminar las grabaciones, por lo que Salguero debió venir a San José a conseguir dinero prestado para concluir el trabajo; pasando por la pena de tener que dejar “empeñados” a Olegario Mena y a Toño Pachingo en un hotel de Limón, como garantía de que él regresaría a pagar la cuenta que no habían podido cancelar.
En 1986, nos reunió a todos los del elenco que siempre lo acompañábamos en los programas de televisión, para invitarnos a participar en una película que se grabaría en Guanacaste, advirtiéndonos que sólo tenía 50 mil colones presupuestados, que no íbamos a estar en un hotel sino en tiendas de campaña y que “Palomino”, uno de los compañeros, además de actuar en la película, iba a ser el cocinero. Miguel sabía que nosotros éramos incondicionales, solo esperábamos a que él tuviera una idea de esas quijotescas para decirle que sí y seguir sus pasos sin pensar en pago económico ni en lujos o comodidades. Amábamos lo que hacíamos, éramos felices realizándolo y ése era nuestro principal pago.
Por supuesto, todos aceptamos y así nos fuimos para Liberia, a empezar la filmación de la película Los secretos de Isolina. Nos instalamos en la Hacienda El Jobo, con cuyo dueño ya Miguel había coordinado para el permiso correspondiente y allí mismo se realizaron la mayoría de las grabaciones. Mientras transcurría la filmación, Salguero trataba de vender acciones para financiar la totalidad de las grabaciones y consiguió que un hacendado de Cañas, Carlos Quesada (q.d.D.g.), adquiriera dos acciones de 50 mil colones cada una y con ese dinero se pudo terminar el trabajo.
Es notable la pasión, el coraje, la valentía, el empeño, el sello que Salguero imprimía en cada acción que se propusiera. Muchas veces tuvo que enfrentarse a molinos de viento con solo su pluma como espada. Algunas personas tuvimos la fortuna de escribir bellos capítulos de nuestra vida acompañándolo en sus proyectos por más dificultades que se presentaran. Y a fin de cuentas eso es lo que queda: el esfuerzo, la lucha, el amor que plasmamos en todo nuestro trabajo. Ser auténticos, originales, ser nosotros mismos, orgullosos de nuestro origen.
Finalmente Salguero se cansó un poco de la vida y se quedó dormido, al son de la música que le puso nuestra hija Maye. Y como él me lo había solicitado desde hace unos años, lo llevamos a continuar su sueño eterno en el pueblo que lo vio nacer: Guaitil de Acosta.
La autora es folclorista, cantautora y escritora.