Martillo de criminales. Áspero como papel de lija. Talló su cuerpo en las minas de carbón y en las trincheras de la guerra. Entre feo y guapo, atraía a sus admiradores con un magnetismo bestial.
Adocenado en papeles de indio o de estúpido, que para los efectos de Hollywood son sinónimos, llevó con franciscana resignación la idea de que nunca sería una estrella sino un producto comercial para llenar las butacas.
“No hago películas para los críticos y ni siquiera para mí mismo. Solo están hechas para entretener. Yo no soy más que otro producto del mercado, como una pastilla de jabón”. A confesión de partes relevo de pruebas, dicen los tinterillos.
Tampoco es que fuera un mediocre, a pesar de que de sus 97 cintas ninguna es una joya fílmica, pues los productores aprovecharon su cara de malo para ofrecerle personajes de gatillo fácil, puños de piedra o de mecha corta.
Debutó al lado de Gary Cooper cuando rascaba los 30 años con el triste papel del marinero Wascylwski en ¡Esto es la marina!; si bien no le valió aspirar al Óscar porque ni en los créditos lo mencionaron, si le permitió conseguir otro “camarón”.
Los fabricantes de ídolos del celuloide vieron un filón de ventas en su rostro marcado por profundas arrugas, el atlético cuerpote, su aire cetrino y el prototipo del auténtico hijo-de-muchos-padres, pero de corazón tierno.
Sus personajes oscilaron entre el jorobado imbécil –en Los crímenes del museo de cera– y los de guerrillero mexicano en Veracruz, o enemigo público en La ley de las armas, como “Ametralladora Kelly”.
Esta sería su ópera prima porque obtuvo el papel estelar y lució su nuevo nombre artístico: Charles Bronson.
El justiciero
Los músculos y el carácter taciturno de Charles se los ganó a pulso desde los diez años, cuando empezó a trabajar en una mina de carbón y le pagaban un dólar por cada tonelada extraída.
En las profundidades de una caverna, sucio, sudoroso y en silencio Charlie ocupó el puesto de su padre, Walter Buchinsky, un emigrante lituano que ancló su trasero en Pennsylvania.
Ahí conoció a Mary Valinsky, una paisana con la que se casó y se dedicó a elevar la tasa mundial de natalidad. Charles fue uno de los 15 hijos que trajo a este planeta, el 3 de noviembre de 1921. Eran tan pobres que debió de vestirse con las ropas de sus hermanas, y le costó mucho vencer ese complejo.
En la casa solo hablaban en lituano y el futuro actor aprendió inglés en la adolescencia; conservó el acento y por eso tenía una voz callosa y en lugar de hablar machacaba las palabras, como si masticara tierra.
De las minas pasó a la guerra. Se enroló en el ejército; machacó japoneses y fue artillero en una flota aérea. Por su valor recibió el Corazón Púrpura, que le sirvió de muy poco.
Al senador Joseph McCarthy le importó un bledo que Charles expusiera el pellejo gratis por su país adoptivo; para evitar la lista negra del cazador de comunistas se cambió el apellido Buchinsky –que sonaba medio ruso– por el Bronson, más yanqui.
Adiós al amigo
Igual que Rambo, el soldado condecorado buscó trabajo y probó de todo. Años después, cuando era una celebridad, inventó la historia de que estuvo en prisión, peleó a puño limpio en callejones y aprendió a lanzar cuchillos en un circo.
Al rato era mentira porque Charles no abría la boca para no ofender. Tranquilo, reservado, sombrío, solo tenía un hobbie: la pintura. Justo por eso entró al cine.
Una vez lo contrataron para crear unos decorados y el virus de la actuación lo envenenó, solo que en Hollywood nunca le dieron un papel decente y fue en Europa donde descolló su talento.
En Italia y Francia causó sensación con Érase una vez en el Oeste y Pasajero de la lluvia; de ahí saltó el charco y conquistó su tierra natal con El vengador anónimo.
La fama de duro era para las cámaras. Por dentro y en la intimidad era suave como un osito de peluche. Las mujeres lo asediaban y se casó tres veces; tenía un corazón de azúcar y adoptó a varios niños.
En el set de El gran escape conoció a la actriz inglesa Jill Ireland, esposa de David McCallum, y le dijo. “Me voy a casar con tu mujer”. Así fue y vivieron juntos 22 años, hasta que ella murió de cáncer de seno en 1990.
Eso lo deprimió; tiró su carrera y salió del pozo gracias a Kim Weeks, una bellísima actriz 40 años más joven que él; con ella vivió hasta su último aliento el 30 de agosto del 2003.
Más que un actor Charles Bronson fue una estrella solitaria.
Vengador justiciero
La cara de piedra, los bíceps montañosos y los modales rudos lo convirtieron en un actor secundario de lujo, condenado a ser el malo que moría siempre para que brillara el bueno.
Los críticos consideraron sus películas exageradamente agresivas y con un mensaje político impropio, porque sus personajes eran maniqueos; propiciaban la violencia gratuita y el racismo.
Charles Bronson consideró que sus filmes reinvidicaban al ciudadano, indefenso ante la inacción de las autoridades contra el crimen.
Para leer más historias de la Página Negra puede hacerlo en los siguientes enlaces: