Brujo, chamán o estafador. Para sus conversos era la encarnación de Cristo; para otros: ¡Una sabandija!
Sería una proeza bíblica entender los mecanismos que usó David Koresh para engatuzar a cientos de seguidores, y convencer a 86 –incluidos 17 niños– para inmolarse en una pira, hace 25 años, en el rancho de la secta davidiana en Waco, Texas.
Al despuntar el 19 de abril de 1993 cientos de agentes del FBI, apoyados por tanques y artillería, asaltaron el bastión del fanático religioso, en un escenario sangriento que combinó los dos grandes mitos gringos: la libre posesión de armas y la libertad de culto.
Entre los escombros humeantes quedaron los cuerpos calcinados de 15 mujeres, parte del harén personal con que el profeta iba a poblar el nuevo cielo y la nueva tierra prometida.
Gracias a su particular interpretación del Cantar de los Cantares, Koresh persuadió a sus acólitos de que tenía derecho a poseer 140 esposas, 60 como sus “reinas” y 80 como concubinas.
El lector no debe creer que David deseaba complicarse la vida con una familia tan “progre”; al contrario, era uno de los tantos sacrificios propios del llamado divino que le exigía esas “bodas espirituales”.
Por imperativo celestial Koresh debía cohabitar con niñas de 12 a 14 años y a más no haber, señoras casadas; los maridos no eran problema porque juraban celibato.
Uno que otro quedó patidifuso cuando el “mesías” anunció sus intenciones de echarse al canasto a Madonna, la reina del pop, pues era “vox dei”; todos sabemos las consecuencias de contradecir a un enajenado.
Hubo un tiempo en que Koresh predicó la monogamia; después cambió de idea y tras una visión implantó –solo para él– la poligamia. Eso le abrió la puerta para casarse con Karen Doyle, de 14 años, su segunda esposa.
La lujuria de David era dinosaúrica y comenzó una relación secreta con Michele, de 12 años, hermanita de su primera mujer Rachel Jones.
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Todo esto ocurría en la progresista y liberal sociedad estadounidense, que apenas se daba por enterada de que Koresh se consideraba el nuevo Ciro, el rey persa que en el siglo V a.C. liberó a los judíos del yugo babilónico.
Incluso propaló sin sonrojo que había desbloqueado el secreto de los Siete Sellos, contenidos en el Libro del Apocalipsis.
Con esas ideas David solo era un excéntrico más en Estados Unidos; incluso hasta pudo ser un firme aspirante a la presidencia del país. Además, vivía en Texas, un estado con más de 24 millones de armas registradas y que pueden portarse en público, al estilo del viejo y salvaje oeste.
¿Por qué el Presidente Bill Clinton ordenó al FBI entrar a sangre y fuego al refugio davidiano?, si las autoridades sabían que Koresh estaba atrincherado con su familia, hijos y fieles más acérrimos, dispuestos a vender caro su pellejo.
Ejército celestial
Un loco hace mil. Como buen orate David no se llamaba así, sino Vernon Wayne Howell. En la escuela los niños lo acosaban con el apodo de “Señor Retardado”, lo cual tampoco lo embruteció más sino que “trajo el sol a mi mundo”, según confesó.
Todo empezó cuando Bonnie Holdman –de 14 años– quedó embarazada de un carpintero, que la dejó en la estacada; Vernon nació, de manera abrupta, el 17 de agosto de 1959 en Houston; tal vez por eso era disléxico, a duras penas aprendió a leer y tartamudeaba.
Creció en el más absoluto misterio y solo se sabe que a los 12 años amaba dos cosas: tocar guitarra y cantar a galillo pelado en una Iglesia Adventista.
Más que en sabiduría, el niño creció en ocurrencias. Una de ellas fue memorizar extensos pasajes de las Sagradas Escrituras; se convirtió en un adicto a La Biblia y la usó persuadir incautos.
Abandonó el colegio a los 15 años; adoptó el “modud vivendi” hippie, tocó guitarra para comer y malvivir, preñó a la hija del pastor y lo echaron a puntapiés del templo; por eso se fue a Waco para vivir en la comunidad de Monte Carmelo, un oasis davidiano.
Esos eran unos renegados de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, fundada en 1934 por el búlgaro Víctor Houteff.
En un tris Koresh controló a la secta; transformó a Waco en un lupanar, convenció a los creyentes de que Dios lo designó su embajador plenipotenciario terrenal y encargado de ocasionar el Juicio Final y enrumbarlos al cielo.
Llegó al trono de manera poco ortodoxa. Enamoró a Lois Roden, la suprema profetisa y sagrada líder davidiana. Koresh tenía 24 años y ella 76; les vendió la idea de que Dios lo llamó para engendrar al Elegido, con aquel carcamal. De nada valió que el hijo de Roden acusara a David de violar a su madre, de lavarle el cerebro y hasta de aplancharle las arrugas. Lo escrito, escrito está.
Una vez encumbrado al solio divulgó su apocalíptico mensaje; proclamó que Dios era una mujer y formó un cuerpo de discípulos, a quienes les valía un bigote que fuera un vago, un borracho y un pedófilo.
La fortaleza de Waco, como una Masada del siglo XX, sería la incubadora donde él solito engendraría al “ejército de Dios”, para la batalla final contra los infieles.
Y como todo redentor muere crucificado, a este le pegaron un tiro en la frente. Los policías que entraron a su santuario encontraron el cadáver de David medio quemado, junto a su serrallo y a 17 de sus hijos pequeños.
Las réplicas de la matanza
EE.UU. posee el 5 por ciento de la población mundial, pero ahí ocurren el 31 por ciento de los tiroteos masivos; algunos estiman que hay más de 300 millones de armas de uso personal.
La masacre de Waco, autorizada por el Presidente Bill Clinton y ejecutada con fuerza inusitada por el FBI, tuvo consecuencias devastadoras. El terrorista Timothy McVeigh voló el edificio federal Alfred P. Murray, en Oklahoma, el 19 de abril de 1995 en venganza contra el gobierno norteamericano. Murieron 149 adultos y 19 niños.
La madre de Koresh, Bonnie Haldeman, fue apuñalada hasta morir el 23 de enero del 2009 y a su hermana, Bevelry Clark, la procesaron por homicidio.