La nuez le cae en suerte al que no tiene dientes. A los 22 años se salvó de morir ahogada en el naufragio del Titanic; a los 23 sobrevivió a un accidente vial y a los 54 estuvo a una pestaña de ser fusilada por los nazis.
Aunque parecía bañada en leche, no era así. Con 56 años un infarto canceló las mortales deudas de Dorothy Gibson. Murió, sola, en una habitación en París.
Su cuantiosa herencia, labrada a punta de sacrificios sin cuento, quedó repartida entre su amante de turno Emilio Antonio Ramos, un periodista de la embajada de España, y su madre Pauline Boesen.
Tampoco fue una bicoca lo que se repartieron los deudos, porque Dorothy era la actriz mejor pagada del cine mudo, por encima de Mary Pickford.
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Desde los 15 años mostró sus talentos en los vodeviles; era el rostro habitual en las portadas de Cosmopolitan, Ladies’Home Journal y The Saturday Evening Post.
Estrenó los 20 años con un jugoso contrato con los Estudios Éclair; pasó a ser la primera actriz cinematográfica considerada como una “estrella” por méritos propios. En buen romance: ¡Sin acudir a favores carnales!
De extra sin sueldo pasó a interpretar personajes de reparto y finalmente protagonista en comedias; con Hands Across The Sea mostró su talento para el drama y lo confirmó con Salvada del Titanic, donde se interpretó a sí misma.
Renacida
Salvo por la muerte del padre, John A. Brown, cuando Dorothy Winifred tenía tres años, ni el agorero más bocón habría presagiado el extraño destino que se abría a la coqueta niña, venida a esta tierra de promisión el 17 de mayo de 1889, en Nueva Jersey.
La madre, Pauline Boesen, acalló sus gemidos en los brazos de un nuevo prospecto y se casó con otro de igual nombre que el finado, pero de apellido Gibson; quien adoptó y crió a la futura sensación de teatros y cabarets.
A los 17 años era la estrella musical en el circuito artístico de Broadway, fungía como corista y a los 20 se casó con George Battier Jr. Con permiso marital posó en carteles, tarjetas, ilustraciones y productos publicitarios.
De ahí saltó a la gran pantalla con Miss Masquerader y Love Finds a Way, producidas en los escenarios de Fort Lee, que era La Meca en el amanecer del cine.
Todo cambió cuando decidió retornar a golpe de tambor de sus vacaciones primaverales en Europa; como tenía dinero, andaba con su mami y era una celebridad compró un par de boletos en el Titanic, para viajar como una reina.
La noche del 14 de abril de 1912, las dos desobedecieron la orden de un tripulante y acabaron una partida de bridge al filo de la medianoche. De pronto escucharon un crujido y en un pestañeo saltaron al primer bote salvavidas.
Aterida y cadavérica llegó a Nueva York. Su mánager le propuso filmar una cinta; ella escribió el argumento, usó la misma ropa con que la rescataron y en un mes tenía en cartelera la primera película del desastre. ¡Fue un cañonazo!
Amistades muy peligrosas
Apenas se habían contado los muertos y ella hacía lo mismo con los dólares que le generó el estreno cinematográfico. Los críticos la tacharon de insensible y mercachifle, pero a Dorothy le valió un cuerno.
Para tirar más carnaza a la prensa atropelló y mató a un pobre peatón; el escándalo no vino por el accidente si no por conducir el carro de su productor y querido, Jules Brulator.
El percance destapó el amorío; Jules estaba casado con Clara Isabelle y tenía tres hijos. Los cornudos quedaron exhibidos por la prensa y aunque se casaron después del consabido divorcio, a Dorothy ya no le supo igual la aventura.
Cansada de la prensa y de los envidiosos arreó sus petates y se fue a París; de ahí siguió a Florencia y el estallido de la Segunda Guerra Mundial la sorprendió en su villa de veraneo.
Hechizada por la guerra relámpago nazi y los aires imperiales de Benito Mussolini aceptó, junto con su madre, convertirse en espía tal como fue la Mata Hari en la Gran Guerra.
Debido a su inexperiencia en esas lides todo salió a manga por hombro; la Gestapo la encerró en una mazmorra en la prisión de San Vittore, en Milán. Enamoró a Luca Osteria, un antifacista que la sacó del pozo; con ayuda del Arzobispo de Milán y un capellán escapó a Suiza.
Quedó libre de cargos y recaló en París, donde alquiló una lujosa habitación en el Hotel Ritz. Nadie se burla gratis de la muerte y esta se la echó al saco el 17 de febrero de 1946.
A Dorothy Gibson la sobrepasó la vida, el éxito y la desgracia.
Bote número siete
Sin decir agua va Dorothy Gibson captó la magnitud del desastre que les cayó encima, la noche del 14 de abril de 1912, a bordo del lujoso trasatlántico Titanic.
Vio la mole de hielo que partió el casco del buque y en un suspiro subió al bote número siete, junto con Pauline, su madre.
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Ahí escaparon 28 personas, de las 65 que cabían. “Nunca voy a olvidar los terribles llantos de la gente que se estaba ahogando en el mar y de todos los que, en ese momento, pensaban en la gente en la que amaban y no volverían a ver”, recordó la actriz.