¡Hágase Stan y la luz fue hecha! En la alquimia de su imaginación fraguó un universo de superhéroes, habitantes de la Edad de Plata que vivirán por siempre y aún después.
Fue un demiurgo que jugó a los dados con las fantasías humanas. Por más de medio siglo forjó seres imposibles en mundos extraños, venidos de dimensiones arcanas o de galaxias microscópicas, para enfrentar insectos genocidas o supervillanos desquiciados.
Magnético y voraz se desmelenó para forjar a punta de lápiz unos 300 superhéroes; algunos con problemas tan cotidianos como ir a la secundaria o tan cósmicos como lidiar contra un devorador de planetas.
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Quería ser un literato al nivel de sus venerados Robert Luis Stevenson, Arthur Conan Doyle o Edgar Rice Burroughs; pero como no les podía atar ni las sandalias decidió firmar sus dibujos con un apodo: Stan Lee, que en inglés sonaba pegado, “Stanley” y sus acólitos lectores decían “estanli”.
El mote surgió gracias a que él mismo desintegró al judío Stanley Martin Lieber, terrícola natural de Nueva York donde sus padres –Jack Lieber y Cellia Salomon– lo liberaron el 28 de diciembre de 1922.
De su niñez no sabemos mayor cosa, ni viene al cuento porque lo importante ocurrirá a partir de los 17 años, cuando ingresó como becario al grupo Timely Comic –antecesora de Marvel– y a los 20 años debutó como guionista, con un relato de dos páginas protagonizado por el Capitán América.
Stan the man
La Segunda Guerra Mundial se cruzó en su vida y se enlistó en el U.S. Army Signal Corps, encargado de la organización y gestión de los sistemas de información de las fuerzas armadas.
En realidad Stan terminó como reparador de postes de telégrafos; alguien notó su talento y decidió que combatiría a los nazis con su arma más letal: la escritura.
Lo pasaron a la división responsable de filmar los entrenamientos militares y producir la propaganda bélica. Afiló la pluma con todo tipo de guiones, eslóganes y consignas, para incitar al descuartizamiento del enemigo.
El mismo Stan reconoció que su puesto era el de “playwright”, algo así como un dramaturgo de la violencia, uno más de los nueve que tenía el ejército.
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La paz le trajo problemas. ¿Qué sería de él sin la guerra? ¿Cómo enfocaría el heroísmo? Superman y Batman, los superhéroes de la Edad de Oro, eran considerados parias en Villa Chica y Ciudad Gótica.
Probó con vaqueros y detectives, cancelaron varias veces su Capitán América y quedó abrumado porque “un gran poder, conlleva una gran responsabilidad”.
Como no se iba a pegar un tiro, ni a enredar en maldiciones, su musa Joan Clayton Boocock ––con quien vivió 70 años– lo aterrizó con esta sugerencia: “Haz lo que siempre haz querido hacer, sea lo que sea”.
Así fue como en 1961 plasmó la primera familia de superhéroes, Los Cuatro Fantásticos, cuyo ejemplar príncipe costó 10 centavos y ahora los coleccionistas matarían o pagarían 12 mil dólares por esa edición.
El éxito consistió en hacer más humanos a los superhumanos; padecían ira, melancolía o vanidad; llevaban una vida tan prosaica que debían de pagar facturas o sufrían mal de amores.
Enemigo mío
Nadie en esta galaxia podría afirmar que Stan era un genio de las finanzas. El sitio web especializado en taquillas, The-Numbers, señaló que las películas basadas en las historietas de Lee recaudaron 24 mil millones de dólares, suma que haría palidecer la montaña de riqueza que custodiaba el dragón Smaug.
Stan fue muy descuidado y un par de socios lo dejaron limpio como el cuello de una monja, pero “tampoco vale la pena desquiciarse por dinero”, señaló el artista.
Tras el deceso de Joan muchos hicieron bienes de muerto con Lee y todas sus propiedades. Un publicista de Hollywood con poder legal para acceder a las cuentas de Stan desapareció un millón de dólares.
Igual se fueron por el caño 1,4 millones de dólares; un bolso de mano repleto de dinero en efectivo y un acervo de objetos originales de Marvel, como bosquejos de personajes, estatuillas y guiones.
Para peores cayó en manos de su hija Joan Celia que, según algunos chismosos de Los Ángeles, lo rodeó de una pandilla de charlatanes e impostores, quienes lo destazaron como buitres.
La prensa denunció a Joan por “abuso a mayores” y “tenerlo cautivo”, aunque Stan sostuvo aún antes de morir, el 12 de noviembre, que “soy el tipo con más suerte del mundo”.
Ahora está a bordo del Milano –con su amado Groot– y cantan con Star Lord: “Hey, hey… nada es un problema… Come and get your love”.
Amor de historieta
El legendario editor de los anteojos oscuros se casó con Joan Clayton Boocok, y vivieron juntos 70 años. Procrearon a Joan Celia y a Jan, que murió a los tres días de nacida.
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Joan era una modelo británica a quien conoció por accidente, ya que un amigo le recomendó ir a buscar una tal Betty, cuyos rasgos coincidían con su imagen de la mujer perfecta.
Llegó al apartamento del prospecto y tocó a la puerta. Salió Joan y no la otra. Así que la invitó a almorzar, hablaron, le gustó su acento inglés y se casaron.