Ya casi rayaba el alba del lunes 2 de abril. Tras meses inmerso en una creciente y volátil vorágine, Carlos Andrés Alvarado Quesada por fin tuvo unos momentos de quietud, tras la locura vivida horas antes, la noche del domingo, cuando fue ratificado por el electorado como el nuevo Presidente de la República.
Era de madrugada y él volvía a la casa con el chofer y su esposa, Claudia Dobles, después de la celebración en la Plaza Roosevelt (San Pedro). Tras la euforia, imperó el agotamiento, se hizo un silencio en el carro mientras se desplazaban por las calles casi vacías de San José.
Fue ahí, en ese momento, mirando por la ventana en que Carlos Alvarado tuvo un momento de introspección mientras la respiración fuerte de su pecho y un sentimiento que apenas atina a describir, lo hicieron procesar lo que acababa de ocurrir. “Soy el presidente del país. Voy a ser el presidente de Costa Rica”, se dijo para su fuero interno.
–¿Lloró?
– “No soy de llorar mucho. Pero fue ahí donde sentí el gran peso... me di cuenta de que yo iba a ser un sucesor de mucha gente que yo había visto en la historia... me cruzaron por la mente las imágenes de distintos presidentes y la presidenta que ha habido y se me vino todo el sentimiento, el tomar conciencia, interiorizar que ya eso era una realidad... Ahí, en ese silencio, fue cuando sentí la gran responsabilidad histórica, el ser consecuente con una historia muy particular de un país... lo sentí en el cuerpo”.
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Con 38 años de edad, el hoy presidente más joven de Latinoamérica y el quinto más joven del planeta era, hasta noviembre del año pasado, conocido si acaso por un 60 % de la población; dos años atrás, el porcentaje de quienes sabían quién andaba en el 15%, según cálculos del propio mandatario.
Un año después, el pasado lunes 26 de diciembre, Carlos Alvarado recibe al equipo de La Nación integrado por el fotógrafo John Durán y quien escribe, desde el primer despacho de la Casa Presidencial, en Zapote, investido como el máximo jerarca del país desde el pasado 8 de mayo.
Si bien el presidente habitualmente es figura noticiosa, por razones obvias, el caso de Carlos Alvarado en este 2018 reviste características atípicas por la forma en que se decantaron lo que probablemente fueron las elecciones más disputadas y convulsas en la historia política reciente de la nación.
La participación de 13 candidatos segmentó, como nunca antes, a la población votante. Ante el desencanto creciente por los partidos tradicionales, los ticos estrenaron 2018 con un panorama repleto de votantes indecisos.
Con todo y que Carlos Alvarado venía sumando porcentajes apenas perceptibles, el 9 de enero, apenas tres semanas antes de las elecciones, explosionó una bomba noticiosa que alteró por completo el panorama electoral, ya de por sí confuso, con tantos partidos en un país de cinco millones de habitantes.
A raíz de una consulta del gobierno del presidente oficialista, Luis Guillermo Solís, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ordenó a Costa Rica garantizarles a las parejas del mismo sexo todos los derechos existentes en la legisla ción, incluido el derecho al matrimonio, sin discriminación alguna frente a las parejas heterosexuales.
Y ahí fue donde entró, como protagonista el diputado conservador, derechista y cantante evangélico Fabricio Alvarado, de 44 años, representante del Partido Restauración Nacional, cuyas luchas se concentraron, en mucho, contra el matrimonio de parejas del mismo sexo, el aborto y la fertilización en vitro.
A tres semanas de las elecciones, la opinión consultiva de la CIDH provocó que un gran sector conservador se identificara con las posturas de Fabricio Alvarado y pronto los sondeos y encuestas ubicaban al expresentador de noticias en el primer lugar.
Otra parte de la población, por el contrario, se volvió contra Fabricio y halló en Carlos Alvarado la mejor opción para enfrentar el conservadurismo del candidato cristiano.
El desenlace es conocido y el hoy mandatario obtuvo casi 1,3 millones de votos (60.6% ante el 39,4% del contrincante).
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Seis meses después de haber recibido la banda presidencial, Carlos Alvarado nos atiende en su despacho, el que había visitado una que otra ocasión, años atrás, cuando fue Ministro de Trabajo o presidente ejecutivo del IMAS.
En aquellos momentos era inimaginable para él –según rememora– que algún día ocuparía la silla presidencial en aquella oficina, o al menos, no en un plazo tan corto.
Sin embargo, el frenesí colectivo que precedió su elección parece haber sido un presagio del calibre de problemas y desafíos que lo hicieron perder la virginidad presidencial de golpe y porrazo, entre ellos, la huelga nacional del sector público y el empedrado camino que sufrió el plan fiscal que impulsó su gobierno, hasta que la Sala IV le dio luz verde el viernes 23 de noviembre, justo tres días antes de nuestra entrevista con él.
Sus lozanos 38 años inevitablemente evocan el pensamiento “juepuchis, con todo y traje y corbata, de verdad que joven que se ve”, pero basta cruzar el saludo de rigor para percibir el halo de autoridad que habitualmente emana un presidente.
Sin embargo, Alvarado tiene sus propios códigos y prefiere que nos sentemos en el espacioso sofá en el que muy de vez en cuando le pellizca 10 minutos al día para una siesta rápida, cuando la jornada se vuelve muy prolongada y color de hormiga.
De todas maneras, la entrevista-conversación no versará sobre los temas país que está acostumbrado a tratar a diario con la prensa, sino más bien a la forma en que han cambiado su vida y sus rutinas desde que se convirtió en el presidente #48 en la historia de Costa Rica.
—¿Cómo ha cambiado su vida personal desde el momento en que asume la punta de la candidatura y ya cuando pasa al otro proceso, meramente al día de la elección al final de la segunda vuelta?
—Como todo fue tan súbito, lo que más impacta es perder el anonimato, perder eso de ser un costarricense más porque ahora obviamente cuando salgo con mi familia pues ya la gente lo reconoce a uno, quiere tomarse una foto, le hace un comentario... eso es lo que cambia más para mí.
—La política es seductora por varias razones, incluso puede ser un vicio para el ego. En su caso ¿cuál fue su motivación?
—Entiendo por qué puede ser una cuestión de ego para alguna gente, pero en mi caso la política siempre ha sido una herramienta para lograr cosas... esto (la presidencia) no necesariamente estaba en mi plan de vida, no es algo que esté muy relacionado con una ambición. En mi caso, es una responsabilidad para en el tiempo, con el mandato y el poder que se me ha dado, tratar de resolver la mayor cantidad de problemas pero, a la vez, hacer que la vida de los costarricenses sea mejor... esa es mi motivación, hacer mi trabajo lo más eficiente posible para mejorarle la vida a la gente.
—Si lo vemos en retrospectiva es un tanto surrealista pensar que, hace un año, en noviembre pasado, este escenario era bastante impensable. ¿Lo era para usted?
—En noviembre, me conocía quizá un 60 % de la población... estábamos en plena campaña... pero ya en enero ya sentía fuertemente que teníamos que prepararnos. Es más, yo le dije a Felly (Felly Salas es su jefa de despacho y asistente en campaña) que yo creía que íbamos a ganar la elección, fue antes de la primera ronda, yo había leído el libro Los primeros 90 días ... es más, recuerdo que se lo puse por escrito, déjeme buscar ese mensaje... ¿andan con tiempo, sí?
—Usted es el Presidente. Claro que andamos con tiempo, busque con calma.
—(Tras varios minutos –unos 10 o 15– de rastrear su historial de mensajes de Whatsapp, mientras balbuceaba que normalmente no era tan “ceñido” en encontrar las cosas pero que por ahí tenía que estar, halló el texto) ¡Aquí está!. En efecto, el mensaje fechado el 18 de enero decía, textualmente: “Felly, creo que los eventos, por más complejos que se vean, van a desencadenar en que seamos Gobierno. Piense desde ya un equipo para que usted, desde el 5 de febrero, exclusivamente asuma esa tarea”. Días después, el 27 de enero, Alvarado le envió a Felly la portada de Los primeros 90 días con la instrucción de que comprara varios ejemplares destinados al equipo que ella, junto con Marcela Ávila, otra asistente, estaban reclutando de cara ya a un eventual gobierno.
—Retomemos la parte más personal, a usted el país lo conoció como candidato, pero poco sabemos de sus rutinas, como persona, ahora que es Presidente. Ya nos dijo que extraña un poco el anonimato y que lo ilusiona la posibilidad de mejorar la vida de los ticos. ¿Hay algo que le moleste o le preocupe, personalmente hablando?
—¡Uy! (risas) una de las cosas más incómodas de ser Presidente es que todo el mundo me anda diciendo “¡Cuidao se cae!” “¡Cuidao con aquello!” “¡Presidente, adelante hay una grada!”... yo digo “¡diay, durante 37 años pude caminar sin caerme!”, agrega entre risas. Luego agrega, ya más reflexivo y no a manera de queja, solo de respuesta: “Yo siempre he sido una persona muy anónima, bajo perfil, a mí me gustaba hacerme mis cosas, mi mamá siempre cuenta que cuando era niño les decía a mis papás que quería jugar en privado, cerraba la puerta y me ponía a jugar solo... igual me pasó ya después, cuando era vocalista de una banda... eso me incomodaba mucho, me tocó cantar porque no había otro y yo quería que la banda tocara, entonces lo hice.
—¿Y cómo hace ahora que tiene el puesto más público del país?
—Ah no, es parte del quehacer y me adapté desde que estaba en campaña. En la primera parte andaba por todo el país, iba a buscar a la gente para que me conocieran: “Hola señora, mucho gusto, mi nombre es Carlos Alvarado, soy candidato del Partido Acción Ciudadana”; en la segunda ronda ya no podía caminar, pero literalmente, porque llegaba muchísima gente... me acuerdo que fue un cambio impresionante. El primer encuentro fue en Heredia, el carro no avanzaba pero es que literalmente no podíamos cerrar la puerta, hubo varios encuentros en los que ya cuando me montaba al carro me dolía la cara, los músculos faciales adoloridos de tanto sonreír para la “¡foto, foto!”... claro que son momentos muy bonitos, igual que pasa ahora ya como Presidente, en ese rol disfruto mucho el contacto con la gente cuando se puede, pero por eso le digo lo del ego y la política, nunca lo he hecho para ser conocido, al contrario (carcajada) ¡me gustaría no ser conocido!
—¿Se acostumbró a andar con escoltas?
—No, no me acostumbré, todavía no me acostumbro…
—¿Cuántos son?
—Es lo que llaman una cápsula, que anda con uno p’arriba y p’abajo (risas)
—Hablando de la aproximación de la gente ¿cómo lidió con mensajes y piropos, muchos pasados de tono, muchos en redes sociales y muchos a los gritos, qué recibió y aún recibe de hombres y mujeres que lo consideran atractivo?
—(Entre risas un tanto nerviosas y algo sonrojado, contestó) Yo no soy extrovertido, por naturaleza soy hasta tímido, esos comentarios me dan como penilla... si alguien me dice cosas así en persona, lo que me da es pena... Lo que sí me hace gracia es que las señoras mayores a veces son muy afectuosas… bastante afectuosas, pero todo bien, dentro del respeto y la forma de ser afectuosa del tico.
—Su edad ha sido siempre un tema, mejor dicho, su juventud. Ya como Presidente, ¿qué papel ha jugado este factor?
—Bueno, siempre hay señoras que cuando me conocen me dicen “Uy pero es que usted es un muchacho, ¡un chiquillo!”, eso no me molesta, los mismos jefes de Estado, ahora que fui a Francia (a la cumbre de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico -OCDE-), se extrañaban un poco de eso (la juventud), pero la responsabilidad del presidente costarricense es un asunto del fondo (...) Puede ser complicado porque entre alguna gente hay un prejuicio de que porque uno es joven no puede hacer las cosas, hay que demostrar que uno es mucho más que un error de la casualidad. He aprendido que eso se demuestra con la consistencia en el tiempo, eso lo noté ahora que salí del país a la reunión de la OCDE, después de que uno habla cambia la concepción, porque ya la gente no se está fijando en la forma, se está fijando en el mensaje de fondo. En la cumbre de Francia probablemente yo era el más joven de todos los jefes de estado y también el que tenía el pelo más negro (risas), pero a la hora de analizar los temas de fondo, este tipo de consideraciones (la edad) pasaban a otro plano.
—¿En qué generación lo ubica su edad, o más bien, con cuál generación se identifica?
—Yo soy xennial, nací en el 80, esa es una de las ventajas que me da a mí la edad, porque yo entiendo muy bien a los señores mayores como don Rodolfo Méndez, por ejemplo; recuerdo escuchar y participar en las conversaciones de mi abuelo y mi papá, así que entiendo la lógica de las personas mayores pero también viví el nacimiento de la Internet y los juegos de video, entonces también entiendo a los jóvenes; me siento como en el medio, soy de los más jóvenes en ejercicio de gobierno pero para los jóvenes más jóvenes soy viejo, entonces estoy como en el medio: no soy ni una ni otra.
—¿Qué tanto cuida su salud, su alimentación?
—A mí lo que más me da chicha es que, en efecto, hay una presión por el tema del peso, porque eso lo pueden asociar con que uno no está trabajando, pero pasa todo lo contrario: como uno pasa trabajando tanto, con malos horarios de comida, comida que le ofrecen a uno, o cortos horarios para hacer ejercicio, eso es lo que empieza a afectar, entonces es una lucha constante. Antes hacía más ejercicio, iba al gimnasio que hay en el condominio... ahora entiendo que mi tiempo es un espacio en disputa, porque está lo que yo quiero hacer como gobierno, en lo que yo quiero enfocarme, están las demandas de lo que se quiere de mí, yo quiero hacer muchas cosas, entonces mi agenda es de lo más disputado que hay; gente que se quiere reunir conmigo, o el énfasis que le queremos dar a la agenda pública... y paralelamente está mi vida, hacer ejercicio, balancear el tema de la familia, dedicarme a Gabriel (su hijo de 5 años), ir a recoger las notas, a su fiesta de cierre de curso, acompañarlo a jugar fútbol los sábados. He aumentado un poquito de peso de cuando era candidato a aquí, pero es que caminaba muchísimo, la mayoría de las actividades eran de noche o los fines de semana, nadie está haciendo campaña un miércoles a las 8 de la mañana, entonces tenía más chance de ir al gimnasio.
—¿Y a como lo cuidan para que ‘no se caiga’, también hay instrucciones sobre el cuido de su salud?
—(Titubea) Las de rigor. Hace siete meses me hice exámenes y está todo bien, ya me tocan otra vez. Y como le digo, últimamente estoy trabajando en un balance, una aspecto muy importante tiene que ver con el equipo, porque si bien es muy importante lo que hace el presidente, y el trabajo es dar claridad, dar dirección y tomar decisiones, hay que recordar que también hay 25 ministros y ministras y otro tanto de presidentes ejecutivos y que son los delegados también a dirigir. Yo lo que hago es estar detrás para evaluar si estamos yendo a donde queremos ir, pero ahí la selección de un equipo es clave, y yo estoy muy tranquilo con el equipo que tenemos en la gran mayoría de los campos; el mes de abril a mayo probablemente ha sido uno de los meses en los que más he trabajado en mi vida pero era porque estábamos reclutando el equipo y ahí teníamos jornadas de 18 horas en el INS, en busca de la mejor gente.
—¿Cuántas horas de sueño le son suficientes?
—Seis...
—¿Y cuál es su ‘detox’? Obvio no puede salir mucho, ¿pero ve televisión en ‘streaming’, por ejemplo?
—Sí, claro, Netflix... a Claudia y a mí nos gusta ver series juntos, ahí sacamos el rato, cuando se puede, para desconectarnos.
—Recientemente conoció al respetado actor mexicano Diego Luna, durante su visita al país, y de lejos se percibió muy cálida la conversación privada que tuvieron. ¿De qué hablaron?
—Ah, fue muy agradable y simpático ese encuentro, claro que yo admiro su trabajo desde que empezó, entonces le dije ‘Qué buenas películas y te va tan bien, y qué bueno lo de Star Wars‘ y en eso le pregunté ‘¿cuántos años tenés?’ Y me dice “38” y yo le dije: “¡pues qué bien para alguien tan joven tener una carrera así!” (risas). Se lo dije sin pensar y me dijo algo como... “Güey ¡tú eres presidente!” (en alusión a que ambos tienen la misma edad, 38 años, de hecho Luna es dos meses mayor que Alvarado).
—Una última pregunta, ¿podemos esperar que haya bebé presidencial durante su período?
—(Se sorprende con la pregunta, reflexiona y contesta mientras sonríe con la mirada) Ese un tema de debate presidencial.
—¿Quién está a favor y quién en contra?
—Eeehhh... por lo demandante que yo sé y estoy siendo realista en que tengo que dedicarle todo el tiempo que pueda a Gabriel, y ahí tengo que enfocarme... y también hacer que pase el mayor tiempo que pueda con sus primos.
—¿Pero podría haber?
—Bueno, veremos. Esto (la vida) no deja de sorprendernos (risas).