Rodolfo Piza Rocafort no se sale de la rigidez de su rol político.
Sus amigos dicen que es un extraordinario contador de chistes, pero con un periodista en frente, se sale muy poco de su libreto.
El 19 de noviembre pasado me recibió en su oficina del Ministerio de la Presidencia, en Zapote. Son las 8:30 a. m. y se permite un café con azúcar, pero rechaza las galletas Milo de chocolate. “Mejor no”, le dice a Otto Vargas, su asesor de prensa.
La mesa de trabajo, que bien podría ser de comedor, ya tiene puesto un escandaloso mantel navideño. Al fondo el escritorio y en el otro extremo la sala de estar donde me recibe. En un mueble reposan varias fotos de sus nietas, curiosas, mirando la pileta de Casa Presidencial.
Se sienta sin apoyarse en el respaldar, con la pose preparada para un interrogatorio, aunque yo habría preferido que fuera más una conversación.
Sus primeras palabras son para diseccionar lo que hoy es la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, otorgándole en la balanza más peso a la contención del gasto y menos a la recaudación fiscal.
“Es un requisito para poner en orden la Administración”, asegura sin dejar oportunidad para discutir si el país habría salido a flote sin la reforma fiscal, que complicó el reparto de combustibles en todo el país, motivó bloqueos y llevó a los maestros a casi 90 días de huelga.
Rodolfo Emilio Francisco Manuel de Jesús Piza de Rocafort, como aparece en el Registro Civil, había empezado el 2018 con la idea de ser el cuadragésimo octavo presidente de Costa Rica.
Tenía la firme convicción de devolverle al Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) las posiciones de privilegio que tuvo antes de los escándalos de los expresidentes. Pero el 4 de febrero, el pueblo lo dejó cuarto, con el 16% de los votos emitidos.
Desde entonces, le dio la adhesión al ahora mandatario Carlos Alvarado, suscribió la propuesta de un gobierno de coalición y asumió un hueso con hormigas.
El ministro de la Presidencia es un personaje poco visible a los ojos de los ciudadanos, que en esta ocasión tenía la misión de llevar a buen puerto un plan de impuestos adversado desde el corazón de la administración pública: sus empleados.
En seis meses en el cargo, Piza asegura que acude a Cuesta de Moras al menos una vez por semana, pero advierte que no le gusta empachar.
“El ministro de la Presidencia no debe estar ausente de la Asamblea Legislativa, pero no debe estar omnipresente, es un equilibrio”, afirma luego de indicar que el Ejecutivo no se involucró en la designación del directorio y en otros temas de resorte legislativo, para respetar la independencia de poderes.
En este tiempo, su relación con los diputados estuvo enfocada en el plan fiscal y en la normativa relacionada con la posible incorporación de Costa Rica a la OCDE.
Carlos Ricardo Benavides, jefe de fracción de Liberación Nacional, reconoce esa posición de Piza, “de ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”.
“Al principio tuvimos un par de conversaciones largas sobre temas varios, con un énfasis en el plan fiscal y desde ese momento quedamos claros en que ellos apoyarían el plan y yo estaba absolutamente convencido de que había que aprobarlo para no llevar al país al caos”, dijo el legislador al ser consultado para este perfil.
Desde entonces, el día a día entre ambas fracciones sobre temas de interés para Zapote se discute con Víctor Morales, el jefe del PAC.
Por el contrario, Piza se dedicó a recorrer el país en esa misión de predicar los alcances de la reforma tributaria, en ese periplo, también migró a los consejos municipales.
Quizá esa imagen de hombre encabronado, aunque él la niega con vehemencia, facilitó algunos episodios burdos, como en San Carlos, cuando en chota un vecino le recetó un enjuague bucal, o en Coto Brus, donde un grupo de vecinos lo esperó en las afueras del Concejo, para gritarle “fuera, fuera, fuera” y espetarlo por defender el paquete de impuestos.
Este último episodio, a principios de noviembre pasado, ameritó la participación de la Fuerza Pública y la cancelación del resto de su recorrido por la zona sur.
Aún así, Piza lee a Costa Rica menos polarizada.
“Ese es un pequeño grupo, gritón. (…) No me amedrenta, no es la voz del pueblo, al tico no le gustan los actos vociferantes, violentos”, sostiene el ministro, que también fue presidente de la Caja Costarricense del Seguro Social y magistrado suplente de la Corte Suprema de Justicia.
Superado el debate en el Congreso y finiquitada la huelga, Piza dedica más minutos a la consecución de un gobierno de coalición que demuestre capacidad de ejecutar.
Por eso, no duda en reconocer sus coincidencias con Alvarado en temas vitales como infraestructura, salud o educación.
Afín a la palabra llana, recordó que en su último discurso de campaña a favor del actual presidente, habló de dos agricultores que se encuentran en el camino.
“Ellos no se preguntan de dónde vienen, sino hacia dónde van y si pueden caminar juntos. Es mucho más lo que nos une, que lo que nos separa”, agrega.
El abuelo fuera de Zapote
En el poco tiempo libre, dice disfrutar de los libros y de su fanatismo por Google Earth, reconoce que dedica horas a escudriñar el globo terráqueo y buscar luego la historia de recónditos destinos como Antanarivo, en Madagascar.
Quizá el único momento en el que Rodolfo Piza suelta el caparazón de político es cuando habla de sus nietas, Valentina y Alessandra, hijas de Marina Piza.
Las chiquitas, de cuatro y dos años, son su locura y por ellas madruga.
“Procuro estar ahí (en la casa de su hija) antes de las 6:45 a. m. cuando el bus recoge a la mayor, y trato de estar con la más pequeña por lo menos hasta las 8 y luego me vengo para acá”.
Procura hacer eso con ellas al menos dos veces por semana.
“El tiempo con ellas es maravilloso, ellas hacen (con él) lo que les da la gana, que les lea cuentos, que las columpie, armar algo que tengan ahí, jugar de muñecas. Les gusta construir cositas”, dice Piza, quien antes de la abogacía, pensó en la arquitectura como una profesión.
De ahí que siga considerando un pasatiempo dibujar, diseñar o hacer maquetas. “No comprendo el concepto de aburrido”, confiesa.
Según este abuelo de 60 años, armar legos es un placer, lo mismo que acompañar los avances profesionales de sus hijos: Rodolfo es arquitecto y Alejandro es abogado.
Como anécdota, recuerda que en su primera contienda presidencial, en el 2013, no tenían suficiente dinero para la campaña, así que los signos externos salieron de la mente creativa de su hija Marina, quien es diseñadora.
Más allá de estas pinceladas, saber quién es Rodolfo Piza fuera de la esfera pública es más fácil a través de sus amigos.
Su compañero de la vida durante décadas, Román Navarro, lo describe con orgullo y admiración como un regalo de Dios. Según relata, se conocieron porque él fue alumno de Rodolfo Piza Escalante y este hablaba mucho de su hijo.
Tanto le habló de Rodolfo Jr, que Navarro quiso que fuera lector de tesis de licenciatura en 1993, en la Universidad de Costa Rica.
Ahí nació una amistad que perdura hasta la fecha. En esa época fueron compañeros en el Congreso, donde se desempeñaron dos años como asesores.
En octubre de 1995, convertidos en grandes amigos, Navarro enviuda con dos hijos de 5 y 3 años y tres meses después se queda sin empleo.
Yo le pedí que me autorizara poner en mi tarjeta un número de fax, para recibir notificaciones y promover mis servicios y Rodolfo me dijo: ‘No, no, Román, yo no te puedo pagar lo que vos valés, pero vení, trabajá conmigo, yo te doy tanto, te ayudo para que tengás clientes, no me pagás oficina, porque entrás como mi asistente y con eso tenés algo para arrancar’. Eso para mí fue extraordinario”.
Para Navarro, este pasaje refleja la calidad humana de Rodolfo, que, según él, es igual de solidario y generoso con otras tantas personas a su alrededor.
En cuanto al carácter, recuerda que en una oportunidad discutían a puerta cerrada en el bufete. Relata que era tan intenso el debate, que los gritos de ambos se escuchaban hasta afuera, tanto que cuando salieron, siete personas esperaban afuera a ver si se escuchaban golpes.
Al día siguiente los vieron entrar juntos y sonrientes y nadie daba crédito a que siguieran como siempre.
Ese día Piza le dijo a la secretaria que los vio incrédula, “que un buen amigo no es amigo, hasta que no haya superado una buena diferencia”.
Por eso Navarro coincide con su gran amigo en que el ministro no es chichoso, tan solo es “vehemente”.
Aunque esa delgada diferencia es difícil de interpretar para los votantes.
Hoy, con poco más de tres años pendientes en la Administración Alvarado, Rodolfo Piza no se visualiza en una tercera campaña electoral.
“Es muy prematuro, me veo en la tarea de sacar al país adelante en la tarea que el presidente considere conveniente”.
Hacia atrás recuerda que sus hijos y su esposa, Annie Loría, le decían que no se postulara, pero a él lo jala la administración del Estado.
En diciembre del 2017, cuando la campaña aún no auguraba la reyerta entre los Alvarado, Fabricio y Carlos, y Rodolfo aruñaba el tercer puesto en las encuestas, terminó un cuento inspirado en el Simón Bolívar, Un león llamado Rodolfo.
Entre líneas, Piza habla de la soledad (y el maltrato) de un animal enjaulado, que bien podría ser la soledad del poder.
“Cuando los animales discutían, él debía poner orden y decidir quién tenía razón. Cuando los demás estaban cansados, él debía aparentar que nunca se cansaba. Cuando los demás lloraban, él debía tragarse sus lágrimas. Y, por si fuera poco, siempre había alguien que quería retarlo. ¿Quién dijo las mieles del poder? Para el rey ni miel, ni nada por el estilo. Vamos, que la tenía muy dura nuestro amigo Rodolfo”.
¿Es esta una alegoría de Rodolfo Piza? Quizás el cuento, para nosotros, aún está inconcluso.