“El techo se levantaba y volvía a caer una y otra vez. Por estar viéndolo no me fijé que se abrieron grietas en el piso y entre el cemento se me atoró el pie y no podía moverme”, recuerda Flor Álvarez Sánchez, ama de casa de 64 años y sobreviviente del terremoto que hace 10 años sacudió a Cinchona, Alajuela.
Aquella devastadora sacudida de 6,2 grados provocó la muerte de 27 personas, dejó al menos cinco desaparecidos y causó daños por más de ¢280.000 millones tanto en esa zona, como en otros sectores del país.
Doña Flor cuenta que aquel jueves 8 de enero del 2009. a la 1:21 p. m., ella estaba al cuidado de Jimena y Yancy, dos nietas de uno y ocho años, respectivamente, que también lograron escapar de la tragedia.
La mujer salió al cuarto de pilas de su casa a dejar una ropa a la lavadora y cuando regresaba al aposento de las niñas, la sorprendió el sismo, en el marco de una puerta.
“Yo no sabía qué era. Fue terrible. Cuando pasó y me quise levantar, mi pie derecho estaba prensado y la chancleta vuelta. Me agaché y escuchaba como si hubiera torrentes debajo de la tierra, hundí la chancleta y pude sacar el pie que estaba cortado y fisurado”, rememora.
Asegura que le resultaba imposible levantarse porque se mareaba. Gateando, trató de llegar hasta el cuarto donde estaban las nietas. En eso llegó su hija Cinthya, a quien el movimiento sorprendió cerca de la casa, y le gritó que buscara a las chiquitas.
Sin embargo, la niña de ocho años salió del cuarto con su hermana en los brazos. Habían sobrevivido.
Ahí comenzó el drama para 83 familias de la zona. Entre constantes temblores, surgidos como réplicas del terremoto, los afectados comenzaron a averiguar qué suerte había corrido el resto de sus seres queridos.
En San José y otras provincias, el fenómeno también causó alarma y, poco a poco, fue saliendo a la luz la magnitud de lo acontecido en Cinchona y alrededores.
Los postes de luz estaban en el suelo y los deslizamientos ocurrían por doquier. “Se oían como cuando despega un avión”, afirma Carlos Chaves, esposo de doña Flor.
Don Carlos laboraba en el complejo turístico La Paz Waterfall Gardens, a tres kilómetros y medio de su casa. Pese a la corta distancia, pudo ver a su familia hasta tres días después, cuando dio gracias a Dios al saber que todos estaban con vida.
La comunidad quedó aislada, pues gran parte de las carreteras desaparecieron. Los damnificados quedaron sin servicios de corriente eléctrica, sin agua, con personas heridas y turistas desesperados por salir.
El hombre dice que el terremoto lo sorprendió poco después de almorzar, cuando alistaba un lote de plantas para enviarlas a un hotel de San Carlos.
“Nunca había vivido una cosa tan terrible como esa y no sabía qué era lo que estaba pasando. Caí al suelo y los peones que estaban conmigo también. Fue muy duro porque pude divisar cómo se desprendió una estructura que le cayó encima a Roselyn, una compañera que trabajaba en el bar del lago”, explicó.
Al pasar el sismo salieron a socorrerla. A pesar de las graves lesiones que tenía, no había forma de darle ayuda médica. Fue hasta el día siguiente, a las 5 a. m., cuando un grupo salió a pie con los heridos hacia Varablanca de Heredia.
Atravesando fincas y lodo, llegaron cuatro horas y media después a su destino.
Don Carlos recuerda que también comenzaban a pasar helicópteros con la misión de sacar la gente de San Rafael, Cinchona y Jardines.
Entregó a la mujer y a otros heridos en el improvisado centro de operaciones de la Cruz Roja. A Roselyn la llevaron al hospital. Don Carlos luego supo que ella estuvo tres meses internada. La mujer sobrevivió, pero nunca volvió a la zona.
A punta de gallos de salchichón
La noche de la tragedia, don Carlos la pasó ayudando a turistas que habían llegado al complejo La Paz Waterfall Gardens e improvisando con plásticos varios refugios para pernoctar fuera de las edificaciones.
Los empleados encendieron fogatas y, junto con unos 300 visitantes, se alimentaron con gallos de salchichón.
Entretanto, en Cinchona, su esposa y su hija Cinthya, lo mismo que otros vecinos, sacaron colchones de la casa y pasaron la tarde y noche afuera, en el galerón de la leña, porque la vivienda quedó inclinada y seguía temblando.
Al otro lado del río La Planta, otros vecinos veían pasar avalanchas enormes al atardecer.
“Nosotros nos quedamos viendo nuestra casa toda rota, y todas las ollas y alimentos por el piso. En la noche temblaba duro y se oía la tierra, donde caían los derrumbes”, recuerda doña Flor.
La casa de su hija, en cambio, desapareció del todo. Por suerte, a la hora del terremoto estaba desocupada.
Llegó la ayuda
Al día siguiente del terremoto, llegaron socorristas a Cinchona y pidieron a los sobrevivientes movilizarse a unos 200 metros, donde un helicóptero había aterrizado y trasladó a los primeros heridos y sus familias a la plaza de San Miguel de Sarapiquí.
Doña Flor seguía sin saber nada de su esposo. Por las heridas que sufrió en el pie, a ella la trasladaron en ambulancia poco después al Hospital de Guápiles
Don Carlos, por su parte, cuenta que logró reunirse con su familia hasta el sábado, pues una vez que dejó a la compañera herida en Varablanca, salió a pie hacia San Pedro de Poás con otros seis compañeros.
Ahí, un conductor les ayudó a trasladarse hasta San Miguel de Sarapiquí.
“Andábamos, sin dinero, llenos de barro y con hambre. Cuando llegamos a San Miguel, ya a todas las familias las habían llevado a albergues. Como a las seis de la tarde no sabía qué hacer y encontré a un amigo que iba para Aguas Zarcas de San Carlos y allá pasé la noche”, comenta.
Él todavía hoy recuerda con dolor a muchos vecinos que murieron en la tragedia y a otros que desaparecieron, entre ellos Rafael Angel Murillo, Jonathan Bolaños Sosa y Adolfo Segura.
Una nueva vida
Doña Flor y don Carlos afirman que, pese a lo vivido, ahora tienen más de lo que poseían antes.
Aseguran que, gracias la solidaridad de los costarricenses, ahora residen en Nueva Cinchona, un proyecto habitacional que se construyó en Cariblanco de Sarapiquí, unos ocho kilómetros al norte de Cinchona. Allí tienen una casa junto a la de sus hijos.
Poco a poco, los sobrevivientes del terremoto se han acostumbrado allí a un clima un poco más cálido, a tener a los vecinos más cerca de lo que estaban acostumbrados y a vivir sin sus fincas.
Don Carlos dice que solo ha regresado cuatro veces a Cinchona durante estos diez años. Coincide con su esposa en que jamás volverían a vivir ahí.
Cerca de su nueva casa está el puesto de la Cruz Roja, la Fuerza Pública, el centro de salud, el polideportivo y varias zonas verdes, por lo que la pareja afirma que se vive tranquilamente.
Lo anterior, pese a que todavía ningún vecino ha recibido el título de propiedad y esas viviendas siguen a nombre de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE).
Ahijada sobrevivió
Lady Salazar Mora, otra vecina de Nueva Cinchona, afirma que estaba planchando cuando se vino el terremoto.
“Me hizo sacada del aposento y me tiró contra una cerca. Se sintió como una explosión que lo alzaba a uno. Me tiró y no pude levantarme más hasta que terminó de temblar”, cuenta.
En cuanto terminó la sacudida, Lady corrió con su marido a buscar a una ahijada de año y cuatro meses que ella estaba cuidando y a quien había dejado acostada sobre una cobija en el suelo, porque temía que se cayera de la cama.
Al llegar al cuarto, temió lo peor porque el televisor, la cómoda y todo lo demás había caído al piso en el sitio donde habían acostado a la menor.
Pero pronto se dieron cuenta de que la fuerza del temblor había corrido a la niña hasta dejarla debajo de la cama; y eso la salvó. Eso sí, la casa quedó inservible.
Empresa El Angel logró resurgir
José Angel Alfaro tiene 31 años de trabajar como chofer en la empresa El Ángel, la cual se dedica a la producción de mermeladas, salsas, siropes y jugos.
Alfaro dice que no olvida las faenas posteriores al sismo, cuando tuvieron que trasladar al hombro, por más de tres kilómetros, partes de las máquinas de la planta procesadora para armarla en la nueva propiedad en Finca Noble, Cariblanco.
Solo el 20% de la maquinaria sufrió daños. El compromiso de los dueños con los clientes era que en dos meses reactivarían la producción y así fue.
Alfaro resalta que aunque la producción se paralizó dos meses, la empresa no despidió a nadie y que siguió pagándoles, quincena a quincena, a más de 300 empleados que en su gran mayoría eran de Cinchona.
Posteriormente, la compañía retomó su ritmo para atender la demanda nacional y las exportaciones.
Zona inhabitable
La Comisión Nacional de Emergencias (CNE) declaró inhabitable la vieja Cinchona, prohibió todo tipo de construcción y solo permite a los dueños de lotes y fincas sembrar productos o tener animales durante el día. Sin embargo, muy pocos lo hacen.
La Nación visitó Cinchona el pasado jueves 3 de enero. El templo católico, cuya construcción era de tipo chalet y que quedó falseado por el terremoto, fue demolido.
En el mismo sitio, varios vecinos levantaron con madera, puertas, cinc y otros materiales una capilla donde resalta el altar, un crucifijo y las imágenes de San Martín de Porres y una de la Virgen del Carmen.
Siguiendo la vieja calle de asfalto entre guayabos, palmeras y árboles cargados de cítricos que nadie recoge, se ven los desniveles en pisos cerámicos, grietas, columnas torcidas y vigas reventadas de algunas casas que siguen en pie.
La única persona que estaba trabajando, el pasado jueves, en el poblado es Elder Fernández, peón de una lechería. Se trata de un nicaragüense que desde hace tres años labora en el cuido de algunas vacas, cabras y terneros.
Para entrar a la vieja Cinchona hay que hacerlo a pie, frente a la soda Mirador Cinchona, por una pequeña pendiente de tierra, donde se acondicionó una especie de baranda con ramas de bambú. A los 75 metros está el poblado.
Susana Aguilar, vecina de Tres Ríos, que labora en una agencia de publicidad, aseguró que le costó encontrar la entrada, porque es poco visible, pero al entrar le pareció muy interesante ver testigos mudos de historias desgarradoras.
“Nosotros en San José lo vivimos de una manera impactante, pero al estar aquí nos damos una mejor idea del sufrimiento y dolor que vivieron tantas familias. No puede uno imaginar de verdad la fuerza de la naturaleza y el desastre que generó”.
Aguilar recordó que en el 2009 ella trabajaba en barrio Escalante, en San Pedro de Montes de Oca, y que acaba de sentarse en su computadora cuando empezó a temblar.
“Entramos en un estado de nervios. Yo te tengo horror a los temblores. Trabajaba con 90 mujeres y todas gritábamos. Esa tarde cerraron las oficinas”, comentó.
Elizabeth Rodríguez y Jorge Mora, dueños de la soda, vivían ahí, junto a la carretera principal entre Cinchona y Cariblanco con su familia, cuando el sismo destruyó su casa de dos plantas y el negocio.
Tuvieron que dejar por varios años la actividad comercial que les dio sustento por más de 40 años, porque el remezón destruyó también la carretera.
La actividad agrícola, turística y comercial decayó a raíz de lo ocurrido.
Cuando comenzó a reabrirse la vía entre San Miguel y Cinchona, en el 2012, la pareja volvió a la zona para descubrir que los vándalos se habían llevado todo.
Poco a poco reacondicionaron la soda para brindar el servicio y, actualmente, gestionan los permisos para que, sin residir en el sitio, se les faculte la atención al turismo durante el día.
Blas Sánchez, geólogo de la CNE, afirmó que por tratarse de una zona de alta susceptibilidad a deslizamientos y fuertes lluvias, hay restricción para actividades de vivienda e industria.
Dijo que las sodas están en el quiebre del talud y con una pendiente casi vertical, por lo que “es un tema difícil y complicado”. Se le ha dicho al Ministerio de Salud que ahí no se avala ninguna construcción.
“Hay unas zonas un poco más planas, alejadas de Cinchona, llegando a Varablanca, donde sí se dan permisos”, acotó.
Explicó que en setiembre del 2013, cinco años después del terremoto, hubo una avalancha de material que afectó Poasito de Sabanilla de Alajuela.
Esa vez, 27 casas fueron afectadas por corrientes de lodo que bajaron por la quebrada Avendaño y las aguas también arrasaron con el puente tipo bailey que estaba en la zona de la catarata La Paz, entre Varablanca y Cinchona.
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En la vieja Cinchona solo se permiten actividades de agricultura y ganadería, porque estas no requieren de una permanencia constante de personas.
El geólogo Blas Sánchez estima viable la idea de quienes quieren crear una especie de geoparque donde los visitantes puedan ver los daños de un terremoto.
No obstante, consideró que ahí deben confluir intereses de entidades como el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) la Municipalidad y otras.
“Sería una visitación esporádica y momentánea. Las personas no van a permanecer ahí mucho tiempo. Se exigiría que no hayan cabinas o refugios”, argumentó.
Macizos volcánicos tienen fallas similares
Marino Protti, vulcanólogo del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori), afirmó que todos los macizos volcánicos del país tienen fallas asociadas, similares a las de Cinchona.
Son fallas pequeñas, de cinco a diez kilómetros de largo, no producen grandes terremotos, pero en muchos casos están muy cerca de poblaciones, como lo que pasó en Cinchona, que tenía laderas muy inestables.
Afirmó que, en el caso de Cinchona, el daño principal fue provocado por los deslizamientos que produjo el sismo.
“Fue un sismo de magnitud 6,2, que es moderado. Sin embargo, se cree que fue más fuerte que el que destruyó Cartago en 1910. Movimientos telúricos como ese pueden presentarse en muchas partes del Valle Central y los macizos volcánicos”, acotó.
Condiciones propias de suelos que son arcillosos o producto de la caída de ceniza, así como las pendientes poco compactadas presentan problemas de estabilidad. Están el Irazú, el Turrialba, el Barva, el Platanar y otros de la Cordillera Volcánica Central.
El día que ocurrió el terremoto de Cinchona, Protti estaba realizando un trabajo de campo en Punta Burica, frontera con Panamá, por lo que ni siquiera lo sintió, pero se enteró por las noticias y se tuvo que venir.
“Mi familia estaba cerca de Barba y lo sintió como una sacudida fuerte, que es lo típico de fallas locales y superficiales, las cuales producen aceleraciones muy fuertes”, aseveró.
El especialista recordó que ese terremoto tuvo un temblor previo o premonitor el día antes, con magnitud cercana a cuatro grados. Lo que pasa, agregó, es que nunca se sabe cúando un sismo es premonitor o uno regular.
Aunque cerca de Cinchona habían ocurrido otros sismos fuertes muchos años antes, no se conocía el tiempo de retorno.
Protti dijo que en 1888 un terremoto por Fraijanes, distrito de Sabanilla, fue el que produjo el deslizamiento que creó la laguna del mismo nombre.
Hubo otro movimiento de ese tipo en Sarchí, en 1912, pero esas fallas no se vuelven a mover por más de 100 años y eso dificulta monitorearlas.
Lo contrario ocurre en zonas de subducción, como la de Osa, donde la acumulación de energía se mide con sistemas de posicionamiento global (GPS), lo que evidencia que habrá un terremoto en el futuro cercano, concluyó el científico.