Hombres, mujeres y niños dedicados a las lecherías y a la siembra de hortalizas, papas e higos viven en uno de los poblados más expuestos del país.
Ellos son los habitantes de San Gerardo de Robert, en Oreamuno de Cartago, justo en medio de los macizos del Turrialba y el Irazú.
Se ingresa virando a la derecha, al llegar a la caseta de guardaparques que está a la entrada del Parque Nacional Volcán Irazú. Se trata de un único camino de entrada y salida, con algunos ramales que desembocan en fincas y que se extiende a lo largo de 12 kilómetros, hasta llegar a la última quinta lechera, llamada San Cayetano.
Solo la activación eléctrica de la máquina que vacía el tanque de leche hacia el camión de la Dos Pinos, rompe el silencio de la propiedad más remota, donde el martes 2 de octubre estaba Rubén Aníbal Araya Sánchez, de 22 años, en labores de limpieza de las máquinas de ordeño.
Este joven vive con su esposa y una niña de tres años y es parte de las cinco personas que tienen a su cargo la finca con unas 70 cabezas de ganado simmental, usado para la producción de leche y de carne.
Para salir de ese punto a la caseta de guardaparques del Irazú se tarda al menos hora y media en un carro de doble tracción y entre cuatro y cinco horas a pie.
El camino es de lastre, tierra y piedras. En algunos tramos está muy dañado, ya que los aguaceros de la época lavan el material y por eso, después de las labores de ordeño, algunos peones salen con carretillos, pico y pala a tratar de recomponerlo para evitar que se queden pegados los camiones recolectores de leche, o los que llevan pacas y abonos, así como los de carga liviana que ayudan a las familias a hacer las compras.
Rubén Araya estudió hasta sexto grado en la escuela local llamada Argentina Góngora de Robert, cuyos estudiantes tienen al frente el volcán Turrialba, que está a solo ocho kilómetros en línea recta y se ve de forma imponente cuando el tiempo está despejado. A una distancia menor les queda un paredón del macizo del Irazú.
Este joven es uno de los pocos vecinos de la zona que ha escuchado alguna charla de la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) sobre cómo protegerse de la ceniza.
Sin embargo, dice que el radio de comunicación que su padre tuvo muchos años para comunicarse con la CNE ya no está activo. En caso de emergencia sabe que su carro sería el único medio para sacar a la familia del sitio.
El ha pasado toda su vida en la zona. Al salir de sexto grado se dedicó a trabajar en esa finca, propiedad de Roberto Gómez y solo sale dos veces al mes hacia Tierra Blanca de Cartago, en un viaje de dos horas de ida y dos de vuelta para hacer compras.
Aunque su casa está a 66 kilómetros de San José, se le pasan años sin ir a la capital.
Desde niño ve al volcán Turrialba de un lado y al Irazú del otro, y a veces, durante noches y madrugadas silenciosas también escucha algunos retumbos. Dice que no le teme al volcán y no cambia la tranquilidad del sitio donde sale adelante con su familia.
“La vida aquí es cero estrés. De las noticias me entero por televisión y por celular. A veces cae ceniza o huele mucho a azufre, pero como llueve tanto y hace viento, el efecto pasa rápido”, relató.
‘Siempre nos encomendamos a Dios’
Saliendo entre pastizales muy verdes hacia el Irazú, en la finca que sigue, trabajan con ganado Jersey, algunos caballos y un burro. José Estrella Medina, sancarleño de 46 años, dice que trabaja como vaquero.
Él es otro que está acostumbrado a vivir cerca del volcán, porque antes de llegar a la finca laboró muchos años en La Central de Santa Cruz de Turrialba, en un extremo del volcán opuesto a donde vive actualmente. En aquella ocasión laboraba en la lechería que abastecía al hotel de Tony Lachner, que tuvo que cerrar años atrás por su cercanía a la zona de cráteres del Turrialba.
José vive con su compañera sentimental, Iveth Morales Cruz, de 36 años, y con cuatro hijos, una niña de ocho años y tres varones de seis, cinco y dos años, respectivamente.
Su casa de madera, está sobre la lechería. La erosión ha deteriorado la pintura y los techos, lo mismo que en la mayoría de las viviendas de peones de la zona.
Iveth nació en Chontales de Nicaragua y también trabaja en las labores de ordeño del ganado y limpieza de la finca, además de cuidar los niños.
Cuando cae ceniza los patrones les dan cubrebocas y anteojos para trabajar con protección.
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Cada dos meses un equipo médico de Tierra Blanca se traslada a la zona para velar por la salud de niños y adultos que en épocas eruptivas padecen más de alergias, tos y otros males respiratorios.
“Yo veo las noticias por televisión. También los patrones nos han dicho que en caso de emergencia nos sacan en un camión. La vez pasada el volcán nos asustó, cuando tuvo la mayor erupción y se escuchaban estruendos muy duro. Si algo pasara, siempre nos encomendamos a Dios y salimos corriendo”, dijo Morales.
La familia sale muy poco de esa zona, porque solo el carro que los lleva a Santa Rosa de Oreamuno les cobra ¢40.000 por el traslado.
Lo que más les gusta de la finca es la tranquilidad, la naturaleza y tener trabajo ahí mismo.
A partir de las 3 a. m. comienzan las labores y el primer turno de ordeño termina a eso de las 9 a. m., luego vuelven a ordeñar a la 1:30 p. m. hasta mitad de la tarde. Las familias se acuestan a más tardar a las 9 p. m.
A veces el ganado se queda pegado en algún barrial y eso les complica la jornada. Algunos días laboran en medio del frío, la lluvia y la densa niebla que es común cuando se trabaja a 1.400 metros sobre el nivel del mar.
Muchos laboran de lunes a domingo. Los fines de semana algunos se turnan para tener días libres y tiempo para realizar otros menesteres.
Al frente de ella vive Karla Sánchez, de 25 años, con su esposo Rigoberto Abarca y un niño de ambos, de tres años.
El llegó de Pérez Zeledón y ella es de Boaco, Nicaragua. Dicen que ya se acostumbraron al frío y al trabajo con ganado.
Tienen cuatro años de vivir ahí y nunca han oído charlas sobre la forma de actuar en caso de emergencia.
A mitad del camino principal está la lechería Los Ángeles, donde vive Griselda Brenes Torres, de 32 años, con su esposo Alexánder Gutiérrez y cuatro hijos, una adolescente y tres niños.
Tienen solo ocho meses de haber llegado a la zona y lo hicieron porque Gutiérrez perdió su trabajo como guarda privado. Vivían en San Isidro de Heredia y tuvieron que volver a las labores de lechería, que anteriormente el hombre había desarrollado en Río Frío de Sarapiquí.
Cada semana algunos miembros de la familia salen a hacer las compras a Tierra Blanca y el resto del tiempo lo pasan ahí, donde tienen a cargo 53 vacas holstein.
Esa familia no sabría cómo actuar en una emergencia y solo saben que la salida a la caseta del Irazú les queda a 40 minutos en carro.
Desde que viven ahí solo un día vieron caer ceniza, pero no afectó mucho.
Al principio les costó adaptarse al clima y lo silencioso de la zona. Según Griselda Brenes, a los 15 días querían regresar, pero poco a poco se van adaptando.
Uno de los hijos, de ocho años, va a la escuela a caballo y la de 15 ayuda en las labores domésticas, pues no hay ningún colegio cerca en el que pueda seguir sus estudios.
Sonido de Turbina
Diego Obando, tiene 22 años, es peón de campo y trabaja en una lechería que está detrás de la escuela.
Vive ahí hace 14 años con el papá y dos hermanas. Ha escuchado muchas veces el ruido como de turbina que emite el volcán y ha visto caer ceniza muchas veces, pero admite que si el camino colapsa, no hay forma de salir.
La municipalidad ha trabajado varias veces en la reparación del camino, pero las lluvias, la pendiente y el paso de los camiones lo destruyen.
La CNE afirma que la mayoría de vecinos ha estado en sesiones informativas en la parte alta y baja del poblado y se les han distribuido volantes sobre la forma de actuar.
Añaden que tienen comunicación por radio para cualquier emergencia.
A corto plazo no habrá reapertura del volcán
El Comité Asesor Técnico (CAT) en Vulcanología y Sismología de la CNE no vislumbra que se pueda reabrir el acceso al Parque Nacional Volcán Turrialba en el corto plazo. Estiman que tomará más de dos años lograrlo, si la actividad sigue con tendencia a la baja, como se ha visto en el último año.
Blas Sánchez, de la CNE, afirmó que el CAT ha escuchado las solicitudes del Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC), la Municipalidad de Turrialba y la Cámara de Turismo de Turrialba, para pensar en una posible reapertura y que por ahora valoran hasta ciertas áreas, pero no a la zona del mirador.
“Para esa primera fase tendrían que implementarse elementos nuevos de seguridad, como se hizo en el Poás”, dijo Sánchez.
Eliécer Duarte, vulcanólogo del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori) afirmó que el volcán Turrialba no ha dado señales para elevar alertas y más bien estima que debería aprovecharse la riqueza didáctica que tiene para estudiantes y visitantes en general.
Duarte dice que una reapertura controlada puede elevar la economía regional.
Mauricio Mora, vulcanólogo de la Red Sismológica Nacional (RSN) afirma que la sismicidad del volcán está en un nivel bajo, solo con actividades propias de la actividad interna.
“No sabemos cuánto tiempo más pueda seguir pasivo” , dijo el cientifico, ya que todo está en función de cómo se comporta el cuerpo magmático a lo interno.
Para esta temporada lluviosa descarta que haya lahares o corrientes de lodo y palos, ya que el material volcánico ha bajado poco a poco por los ríos y quebradas cercanas a la cima.
Favorecería el turismo
Gloriana Aguilar Montero, quien desde hace 17 años tiene la panadería y restaurante María Auxiliadora, en Pacayas de Alvarado, estima que una reapertura del volcán, aunque sea controlada, repercutirá en beneficios para la zona que es de alto tránsito para turistas nacionales e internacionales.
“La carretera a Turrialba está en buenas condiciones y por la belleza del panorama, la gente sube por la ruta que lleva al Irazú y al llegar al punto donde está la imagen del Cristo, dobla a la derecha, pasa por Pacayas, Alvarado y Santa Cruz de Turrialba, llega al centro del cantón y se luego se devuelve a San José por Paraíso, en un paseo de un día”, acotó.
Afirma que en las faldas del volcán hay mucho espacio para que las familias disfruten del entorno y se puede ver el volcán desde varios puntos, cuando el tiempo está despejado.
“Desde las faldas se ve y se escuchan los tumbidos del volcán”, acotó.
Igual criterio tiene César Gómez, de la Cámara de Turismo de Turrialba, quien dijo que existe un clamor de empresarios y comerciantes para aprovechar el atractivo del volcán.
Admite que eso llevará tiempo porque se trata de un volcán activo, pero con trabajo conjunto se pueden llenar los requerimientos básicos que exigen los científicos para una reapertura que no ponga en riesgo a nadie.
“Hay que reparar senderos, barandas, rótulos, preparar guías y trabajar mucho en las vías de acceso, pero si se reabre una parte del parque se podrá ver la zona devastada, los cambios en la vegetación y notar cómo la reciente actividad afectó el ecosistema”, dijo.
Agregó que una de las eventuales rutas de evacuación ha tenido reparaciones muy importantes.
Recordó que en el centro Turrialba no ha habido afectación por la ceniza del volcán, ya que en casi todas las erupciones el viento la lanza hacia otros puntos.
Además dijo que la región tiene el Monumento Nacional Guayabo, los rápidos del Pacuare, el jardín Botánico del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (Catie), trapiches, turismo rural comunitario y muchas ofertas más para complementar la visitación turística por varios días.
Algunos requerimientos y datos
-El camino principal de acceso al mirador urge reparaciones
-Deben haber accesos para salidas de emergencias
-En este volcán la logística es más compleja en materia de riesgo volcánico que en el Poás
-Ya el Turrialba lleva casi dos años sin emisión de sólidos grandes de magma
-La ceniza sale esporádicamente y con poco volumen
-Al estar el conducto abierto no hay sismicidad mayor
-El Turrialba adolece de refugios para protección de turistas
-Faltan instalaciones adecuadas para los guardaparques
-El ICE ofreció varias estructuras metálicas de las que usa para proteger funcionarios en túneles
-La instalación de esos arcos debe cumplir con la viabilidad ambiental, la cual ya se gestionó ante Setena