Está claro: a Clint Eastwood hay que disfrutarlo. Su edad y su talento exaltan los sentimientos sobre la cinefilia pues, una carrera magistral hace que en la sala oscura se viva cada una de sus películas como si literalmente fuese la última.
Por supuesto que también se goza el cine de otros directores veteranísimos (el caso más fácil de ubicar es el de Woody Allen, quien a sus 83 años realiza una película por cada vuelta del sol), pero con Eastwood y su imaginario del voluble Estados Unidos la cuestión es diferente.
Al californiano no le bastaría su energía si no es por su ingenio. Con 88 años, el viejo vaquero vuelve a situarse, por sexta vez en su carrera, como director y protagonista de un filme.
Su regreso se produce en gran forma y con el colmillo de 36 películas dirigidas anteriormente. Más particular aún es pensar que la última vez que actuó bajo sus propias órdenes frente a la cámara fue en el ya clásico Gran Torino, alabada película en la que Eastwood supo mirar la bandera estadounidense como un símbolo desgastado y que lleva a su protagonista, un anciano racista y xenófobo, a un sutil proceso de aprendizaje y redención.
Algún atisbo de esa rayuela sensorial se siente en La Mula, el filme en cuestión que estrena este jueves en salas costarricenses y vuelve a colocar al gran Clint en las mesas de tertulia. El estilo perfeccionado del gran cineasta es toda una celebración a la vida del sétimo arte con las libertades que permiten los ojos de un casi nonagenario.
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Siempre vigente
Así que volvamos al 2009, cuando Gran Torino dejaba a toda la crítica a los pies del viejo Clint. Para ese momento, algunos imaginamos que significaría la última aparición de Eastwood en pantalla, una despedida perfecta en la que el humor, la reflexión y un creciente drama agonizante sacudía al espectador más férreo de sentimientos.
Parecía que, al borde de su retiro como intérprete, Eastwood quería decir que ha aprendido sobre la vida; afirmar que es mucho más que el vaquero de pistola enfundada que se convirtió en un ícono estadounidense a través de la trilogía del dólar de Sergio Leone.
Nadie le ha tenido que decir a Eastwood que el mundo cambia, que su patria se modifica y él mismo es otro y otros en cada película. Tal vez esa mirada realista hizo que, a partir de Gran Torino, realizara ocho películas más, todas inspiradas en personajes reales.
Incluso en su filme del año pasado, 15:17 Tren a París, Eastwood decidió utilizar a los verdaderos protagonistas del atentado que se cuenta en la película en vez de usar un cuerpo de actores profesionales (el experimento no funcionó en términos de calidad, pero la mirada concreta del mundo más allá de la puerta de su casa se mantuvo).
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De esta particularidad realista no se escapa La mula.
En este chance, Eastwood toma cobija de la historia de Leo Sharp, un veterano de la guerra de Corea que vivía en una pequeña granja y cuyo ocaso de vida fue conocido en varias historias publicadas en el diario estadounidense The New York Times.
Es así que Eastwood, tanto detrás como al frente del lente cinematográfico en el rol que encarna, no tiene tantas diferencias: ambos son adultos mayores que trabajan con ímpetu.
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Para entrar en detalle, La Mula cuenta la historia de Earl Stone, un señor de 90 años que vive del cultivo de flores en su vejez y del cariño de sus ciudadanos cercanos (con clara excepción de su familia, eso sí).
Al igual que en la historia original del veterano de guerra Sharp, Stone vive una quiebra en su negocio puesto que la eclosión del internet ha cambiado la manera del consumo, convirtiendo al protagonista de la historia en un damnificado de una nueva era que transcurre con su propia gramática.
Manteniendo su carisma, y con un espíritu bondadoso para ayudar a los suyos, Stone se sumerge profundo en el inframundo del narcotráfico hasta chocar con el cártel de Sinaloa, conglomerado que aprovechará su inocente rostro de adulto mayor para traficar drogas por vías terrestres.
Eastwood es inteligente a la hora de construir al personaje de Stone pues, en vez del imaginado traficante de mirada punzante, pocos amigos y armas tomar, el viejo agricultor es un hombre sonriente, que canta desafinado en su carro, que ayuda a quien encuentra en la carretera y que, exceptuando sus problemas como padre de familia, podría ser considerado como un ángel en la Tierra.
Es así cómo Stone renace –rebautizado por la ‘bendición’ del narcotráfico– e intenta hacerse un espacio en el ajustado sillón de una vida inimaginable, donde desconoce de las conductas sociales, comete errores con su vocabulario sin malas intenciones y transmite una mirada bondadosa en un personaje históricamente dañado, como lo es el traficante de drogas.
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“Mientras Stone hace las cosas que la mayoría de los hombres de su edad no haría, él también trata de arreglar las relaciones con su familia antes de que sea demasiado tarde. Todos estos factores encajan para convertirlo en un personaje que tiene complicaciones, al igual que todos en la vida real. A veces las personas se extravían y luego intentan restablecer los sentimientos, y es algo muy difícil", dijo el veterano cineasta al portal USA Today.
Aunque se ve muy cómodo en pantalla, Eastwood no pensó en sí mismo para interpretar el rol protagónico de La Mula. Un productor asociado al filme le sugirió que él era la persona adecuada para encarnar a Stone.
“Y pues bueno, supuse que sería divertido encarnar a un hombre que fuese mayor que yo, aunque sea por dos años más”, bromeó el cineasta en esa misma entrevista.
Aunque un par de reseñas califican negativamente el filme, la mayoría de la crítica le ha dado el beneplácito a la nueva creación del estadounidense. “La mula se siente como la obra maestra de Clint Eastwood”, se soltó a decir la revista Vanity Fair, aclamando no solo al veterano cineasta sino también al elenco completado por Bradley Cooper, Lauren Fishburne, Andy García y Michael Peña.
Es así como Eastwood revisita su país, el mismo territorio geográfico que capta con lucidez con su lento, pero que nunca se convierte en un lugar común dentro de su filmografía.
El californiano, uno de los más importantes realizadores estadounidenses de todos los tiempos, sí que supo abrirse camino en un mundo que le quiso pasar por encima, al igual que a Earl Stone.
Así como fue con el celuloide como en la era digital, Eastwood es el viejo vaquero que siempre sabrá disparar un gran discurso en sus filmes. No sabemos si esta será su despedida, pero la metáfora de los errores en vida hace que La Mula sea una redención inmediata de su anterior filme, así como un testamento brillante para cuando sea la hora de despedir al maestro de nuestro mundo.