Dos adultos mayores –Jules y Paul– convalecen en un hospital. Ambos sufren de cáncer y reciben la amarga noticia de un deceso inminente. Lejos de caer en la depresión, pactan un escape para gozar a plenitud los pocos días de vida que les restan. Durante su fuga, conocen a una chica que está a punto de dar a luz. Ella les pide encontrar al padre de su hijo, pues el fulano decidió esquivar la responsabilidad.
Al final de sus existencia, Jules y Paul inician un breve, pero profundo, viaje introspectivo. En la búsqueda del engendrador ausente, repasan sus propias paternidades, sus formas de ejercer la masculinidad y revelan secretos que, hasta ese momento, parecían destinados a la tumba. La muerte –como experiencia límite y paradójica– intensifica en ellos la voluntad de vivir y el deseo de atender algunos pendientes afectivos.
Esta comedia de ribetes melancólicos es una pieza bien pulida por el director Andrés Montero. Los espacios de la trama se arman con pocos elementos. El uso de la metonimia (la parte por el todo) –como eje conceptual de la plástica escénica– nos deja entender que un par de camas constituyen el salón de un hospital; un farol, el mundo exterior o una banca y una barandilla, el oscuro rincón de un muelle.
La apuesta por lo mínimo es eficaz, gracias a un diseño de iluminación que genera atmósferas precisas. Lo anterior significa que la noche del muelle posee texturas y matices muy diferentes a la noche de la carretera donde los hombres esperan un aventón o a la del antro bailable en el cual ejercitan su oxidada galantería. En su conjunto, la plástica construye un universo, a la vez, sobrio y expresivo.
Lo más sustancioso del espectáculo está en la actuación de la dupla Durán (Paul) — Vázquez (Jules). Los experimentados actores materializan personajes capaces de moverse entre la ternura y el humor más ácido. El empleo fluido de los códigos interpretativos del drama y la comedia les permite resolver, con propiedad, los diálogos jocosos o los densos monólogos que revelan las fracturas de sus mundos internos.
Las tablas recorridas por ambos intérpretes pesan. El soliloquio de Jules sobre sus limitaciones reproductivas es memorable. Lo mismo sucede cuando Paul narra la historia de su paternidad malograda. Estos pasajes destacan por el manejo técnico del texto y el dominio del escenario. Por otra parte, Winston Washington y Laura Montero cumplen al darle vida a varios personajes secundarios, sin caer en la repetición de rasgos.
Los protagonistas finalizan su aventura en un teatro donde se presenta la obra Tío Vania. De forma inteligente, el montaje se apropia del desenlace de Chéjov para que el famoso “¡Descansaremos!” –pronunciado por Sonia– también se asuma como el testamento vital de Jules y Paul. La operación anuncia que su odisea ha concluido y que la muerte será una oportunidad para recuperar la paz.
La última fuga es un espectáculo valioso por el evidente esmero con el que se han trabajado todas sus capas. De paso, se vuelve pertinente al mostrarnos hombres capaces de hablar de sus sentimientos y de quitarse las máscaras impuestas por una masculinidad rígida y dolorosa.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Andrés Montero
Dramaturgia: Samuel Benchetrit (Francia)
Traducción: Gerardo Bolaños
Elenco: Pepe Vázquez (Jules), Rodrigo Durán Bunster (Paul), Laura Montero (La mujer encinta, La bailarina, La actriz), Winston Washington (El médico, El bailarín, El hombre, El actor)
Asistencia de dirección: Claudia Catania
Producción: Karla Barquero
Jefe de escena: Manuel Martín
Iluminación: Antonio Cordero
Composición musical: Carlos Escalante
Intérpretes musicales: Marianela Cordero (violoncelo), Fernando Zúñiga (fagot), Luis Daniel Rojas (acordeón)
Asesor coreográfico: Edgardo Castillo
Vestuario: Rolando Trejos
Peluqería: Miguel Saborío
Escenografía y utilería: Eric Víquez
Constructores: Víctor Cambronero, Eduardo Hidalgo, Andrey Cambronero
Tramoyas: Manuel Martín, Karina Díaz
Espacio: Teatro Espressivo
Fecha: 1 de julio de 2018