Arquímedes de Siracusa (287 a.C. – 212 a.C.) descubrió que todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical hacia arriba, igual al peso del fluido desalojado por dicho cuerpo. En este espectáculo, el principio se convierte en una interrogante de corte moral: ¿es factible que la reputación de alguien salga a flote después de haber caído en las densas aguas de los prejuicios ajenos?
Tal es el caso de Rubén, un profesor de natación acusado –por una niña– de besar a otro menor durante la clase. El hombre niega que su gesto tuviera malas intenciones, pero no puede detener el enojo de los padres de familia y las crecientes dudas de sus colegas Héctor y Ana. Debido a que el acontecimiento inicial no se observa en escena, es imposible llegar a una verdad razonable, a partir de la valoración de los hechos.
Frente a esta limitante, la dramaturgia lleva al público –y a los demás personajes– hacia la trampa de juzgar la personalidad de Rubén como único criterio para determinar si es culpable o no. La tarea se facilita ya que él es capaz de proferir obscenidades, burlarse de sus alumnos o mentir. Sin embargo, cuando Ana se atreve a indagar su orientación sexual, entendemos que las dudas iniciales le han cedido su lugar al prejuicio.
La trama se organiza en escenas breves que saltan entre el presente y el pasado inmediato. Se establece, de ese modo, un ritmo trepidante, lleno de momentos climáticos. Además, la audiencia debe ajustar la anécdota cada cierto tiempo, pues las acciones principales se representan de manera incompleta para luego repetirse con la información faltante. La estrategia construye un universo caótico, fragmentario e irreal.
Estas características se amplifican gracias a un dispositivo escenográfico dominado por grandes superficies para proyectar videos, estructuras divisorias y paneles traslúcidos. La recurrencia de tonalidades azules en los videos y en el esquema de iluminación produce atmósferas surrealistas, como si todo estuviera sumergido en el agua o en un mal sueño.
Julio Barquero trabaja desde la intensidad corporal a fin de construir un personaje de temperamento agresivo. El problema para el espectador es que la conducta transgresora de Rubén puede leerse como un acto de violencia, pero también, como signo de brutal sinceridad. Este carácter ambiguo –muy bien sostenido por Barquero– no le permite al público sacar conclusiones definitivas sobre el personaje.
Claudia Catania (Ana) y Benjamín Naranjo (Héctor) le apuestan a la contención como rasgo dominante en lo físico y en lo psicológico. Así generan personajes equilibrados y reflexivos que hacen más evidentes y, por lo tanto, cuestionables las acciones impulsivas de Rubén. Este contrapunto es fundamental para mantener la tensión que recorre el espectáculo de inicio a fin.
El principio de Arquímedes es un montaje de alto nivel. El director Allan Fabricio Pérez acrecienta las virtudes de la brillante dramaturgia de Josep María Miró y nos depara una velada rica en su dimensión estética, pero dolorosa en su ámbito moral. Cuando el miedo y los prejuicios guían el acto de juzgar, no queda margen para una sentencia justa.
Ficha artística
Dirección: Allan Fabricio Pérez
Dramaturgia: Josep María Miró (España)
Traducción: Eva Vallinés
Actuación: Claudia Catania (Ana), Julio Barquero (Rubén), Benjamín Naranjo (Héctor), Noel Guevara (David)
Escenografía: Mariela Richmond
Vestuarios: Noelia Cruz, Daniela Valverde (LAB Indumentaria 2017)
Composición musical: Rodrigo Oviedo
Producción audiovisual y video-mapping: Gustavo Abarca
Producción, iluminación y diseño gráfico: Arte Insomne
Apoyo y confección de escenografía: Emmanuel Zúñiga y Alejandro Méndez
Asistencia de producción y técnica: Vivian Bonilla y Luis Ernesto Solís
Fotografía y video publicitario: Cukoo Koo Photography
Espacio: Teatro 1887 - CENAC
Fecha: 22 de julio de 2018
Proyecto ganador de las Producciones concertadas de la Compañía Nacional de Teatro