A Dennis Ávila la inspiración le llegó en forma de asfixia.
Durante más de una década –y con el aliento atragantado cada vez que se sentaba frente al papel en blanco a escribir–, el escritor hondureño radicado en Costa Rica, pensó en cómo dar testimonio a las voces agónicas que dejan su país natal para buscar una mejor condición.
Ya han pasado más de diez años desde que empezó a relatar, por medio de la poesía, el dolor ajeno. Con su libro Ropa Americana –que vio luz el año pasado con el sello de la editorial española Amargord– Ávila exploró, con un dolor irrepetible, lo que significa la bestia, el traslado de amputados, el desalojo urbano, el deseo por reencontrarse con la tierra y el exilio inevitable.
En Ropa Americana, Ávila es tanto sí mismo como los otros: el poemario, que se divide en tres partes y está escrito en primera y tercerea persona, disecciona la hebra quebrada que se extiende desde el corazón marginado e incomprendido.
Este libro ahora será reeditado por Puertaabierta Ediciones en México, logro que el autor aprovecha para que la reflexión solidaria con los migrantes toque todos los rincones posibles.
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Ávila conversó con Viva sobre la multiplicidad de voces que toma el libro un año después de su publicación, en especial con las caravanas de migrantes que sacuden polémica en territorio norteamericano. A continuación, un extracto de la entrevista sobre este libro, que puede conseguirse en Buhólica, Libros Duluoz, Librería Universitaria y Librería Lehmann.
–¿Cuándo decidiste que era el momento de comenzar a escribir Ropa Americana?
–El libro tiene muchas versiones a lo largo de 12 años. Nace en un tiempo en que viví en Estados Unidos porque allí tuve contacto con muchísimos latinoamericanos en muchas ciudades. Pude compartir con muchas familias que habían migrado. Las historias son muy difíciles de procesar y no sabía cómo escribirlas, así que el libro fue reescrito muchas veces mientras encontraba la manera de encontrar la voz de cada testimonio.
–¿Alguna de las historias que se cuenta en el libro pertenecen a tu vida en particular?
–En mi familia hay muchos migrantes, desde los 80. Bueno, mi familia migraba de pueblo en pueblo hasta la ciudad. De hecho eso provocó que surgiera el poema Cómo un país puede llamarse Honduras, que dice como nosotros los hondureños nos vamos decretando cosas. En el poema se dice que la capital era el interior del país, pero que cuando uno sale, ¿podría decir que viene del interior del mundo? Migrar es partir de un abismo hacia la búsqueda permanente de algo desconocido. Siempre nacemos con el chip de buscar el norte, incluso es un término que está en nuestra idiosincrasia.
–¿Cuál fue la pregunta esencial que te hiciste para escribir el poemario?
–Bueno, comienza relatando el porqué se migra en muchos casos. Aunque yo tuve la suerte de migrar en circunstancias diferentes, lo cierto es que la mayoría de migrantes hondureños no encuentra futuro en el lugar de su raíz. Hay un poema llamado Grandes ligas, que habla del campito donde juegan los niños y es borrado por una constructora para hacer más casas. Eso nos pasó a nosotros, a nuestra generación. Eso fue crear un muro porque por años pasábamos por ahí y nos golpeaba la nostalgia. Nos sentíamos parte de algo que se nos arrebató.
–Y ahí comienza todo...
–Eso puede alterar. No hay lugares para distraerse y ese es el comienzo. Luego vemos que no hay un acceso decente a servicios de salud, entonces ¿qué le damos a nuestros niños además de una pésima educación? ¿Qué le puede dar un niño a la vida si solo se alimenta con sopa instantánea? Eso los convierte en candidatos directos a la delincuencia. Además, tenemos otros problemas como el impuesto a la guerra, ese que se le cobra a los comerciantes para que sigan trabajando y que termina con parientes asesinados. Lamentablemente, todas las familias hondureñas tenemos una triste historia que contar, sea de un familiar o un amigo. Siempre hay un antecedente, es algo que tenemos en común y nos marca para vivir con miedo. Esas son las razones que motivan a que la migración sea una salida, una respuesta ante una situación sin solución.
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–También es interesante ver cómo todos estos testimonios terminan en un Estados Unidos que no es el del sueño americano, sino por sobrevivencia...
–Definitivamente. El sueño americano que conocieron nuestros primeros migrantes dejó de existir. Incluso, los migrantes europeos del siglo XX eran bienvenidos y lo que propusieron se volvió moda, se volvió algo bueno. Ya hemos dicho muchas veces que Estados Unidos es un país que no sería el mismo si no es por los migrantes... Hace un par de noches vimos la película de Freddie Mercury (Bohemian Rhapsody) y yo tenía la noción de que él era de familia de migrantes, pero no sabía que había migrado de adolescente a Inglaterra. ¿Qué hubiese pasado si a este gran migrante se le cortan las alas? Nos lo seguiremos preguntando mientras exista la repelencia a la pobreza, con racismo, con la lectura errónea de que solo algunos somos seres humanos.
–Se habla en muchos casos del migrante centroamericano como si fuese una sola masa. ¿Qué reflexión hacé sobre esa compresión de muchas culturas en una misma división?
–Es interesante porque se marcaron tres fronteras en la región: la del triángulo norte es la primera, la segunda es una Centroamérica convertida en Nicaragua, y la tercera es una región hecha en Costa Rica y Panamá. Nicaragua fue el país más seguro en algún momento y ahora está al margen, con decrecimiento en todos los niveles. Había muchas cosas ocultas, mucha represión. Todo es parte del mismo sistema.
–¿Qué sucede con estos migrantes una vez que llegan a otro país? Es una pregunta que también explora Ropa Americana.
–Los viajes terminan de forma muy fuerte si es que terminan. En el libro se habla de un médico forense, de amputados, de trata de órganos... Ahora, con el tema de los migrantes desaparecidos en la caravana actual se deduce que hay más cosas. Es tierra de nadie y todo puede pasar. Son cosas que me duelen y no sé explicar.
–¿Cómo te sentís después de haber exorcizado todas estas historias con este libro?
–Me siento, por una parte, bien porque creo que muchas personas se han sentido tocadas con los poemas, pero a la vez es muy difícil para mí porque el problema sigue existiendo. No dejo de pensar en ellos, incluso hay poemas que me cuesta releer. Es una mezcla extraña entre reflexión y una esperanza porque las cosas mejoren.