En su reciente visita a Costa Rica, el connotado dramaturgo Robert Schenkkan dijo que “el teatro es un sitio donde tomas a un grupo de desconocidos y se crea una comunidad; les da algo en común”.
Este año, más de una temática dio un factor común entre los asistentes a las tablas de los distintos teatros del país. Posiblemente, el recordatorio de la integración social fue el principal componente en la cartelera de este año, porque desde la comedia, el drama y el musical se exploraron clásicos y obras contemporáneas que no se pueden reducir a tan solo un enfoque temático.
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Habiendo aclarado esta particularidad del teatro del 2018 en Costa Rica, es hora de rememorar –y volver a sentir– todas las experiencias que, como bien señala Schenkkan, nos unieron para disfrutar y llorar en la misteriosa sala oscura del teatro.
Con al menos 65 espectáculos producidos en el país –según las cuentas del dramaturgo Kyle Boza en su sitio Teatro este finde CR– recuperamos historias en el momento oportuno, despedimos obras inolvidables y gozamos, adultos y niños, de las historias que el teatro cuenta a su propia manera. El momento de repasar el año es oportuno.
Diversificación
Si rápidamente realizamos un mapeo por la oferta teatral del año, aparecen dos montajes de gran formato que marcaron la pauta y que, casualmente, se estrenaron en fechas muy cercanas (agosto-setiembre).
Ambas recuperaron literatura costarricense, ambas fueron escritas por autores imprescindibles, ambas integraron música y baile y ambas presentaron una contundente crítica a la exclusión social… Se trata de Mamita Yunai, obra de Carlos Luis Fallas traída a escena por la dupla de Mariano González y Denise Duncan, y El sitio de las abras, texto de Fabián Dobles concebido en teatro por Tatiana de la Ossa.
Por su parte, Mamita Yunai tuvo una buena recepción por parte de la crítica y del público. “La dirección propone la idea de personajes capaces de accionar al unísono, del mismo modo que los coros en la tragedia de la Grecia clásica. La estrategia, aplicada al grupo de obreros, produce imágenes notables”, escribió el crítico Tobías Ovares en su momento. Además, el montaje atrajo a 4.267 espectadores al Teatro Espressivo, productor de la obra.
Conviene destacar que Mamita Yunai fue la punta del iceberg de un gran año para Espressivo. En total, atrajeron a 46.293 espectadores también por la buena recepción de Contigo Pan y Cebolla (que significó el regreso al teatro de María Torres y Marcia Saborío con personajes fuera de los conocidos), La construcción del muro (que criticó sin ataduras a la ideología contra migrantes de Donald Trump) y el ya tradicional Un cuento de navidad.
“Este año nos fue muy bien”, señala Natalia Rodríguez, directora artística de Teatro Espressivo, “porque ha sido el año con mayor asistencia en la historia del teatro. Hemos creado nuevos públicos y también hemos hecho programas sociales que han acercado a las artes a muchas personas. Con las giras, terminamos de crecer hacia nuevas audiencias”.
Por otra parte, en el Teatro Nacional, su director Fred Herrera no teme en elegir a El sitio de las abras como el montaje del Teatro Nacional que marcó la temporada. A pesar de que no fue la obra con mayor cantidad de asistentes (Una Niña Llamada Ana se lleva ese mérito con 15.430 butacas llenas) El sitio de las abras conquistó a 4.984 personas.
“Si vinculáramos El sitio de las abras con La isla de los hombres solos (2016) y Mamita Yunai (2018) podríamos asegurar que la prosa cuestionadora de las asimetrías sociales es el principal sustrato de montajes recientes con alta convocatoria y calidad”, dijo en su momento el crítico Tobías Ovares.
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“Esta producción nos trajo mucha alegría, pero mi mayor satisfacción es el proceso de consolidación del programa Érase una vez”, afirma el director del Teatro Nacional, Fred Herrera. “Este es el tercer año consecutivo del programa y va creciendo. Nadie en el país puede negar el impacto que le ha dado este proyecto a la cultura”.
El programa Érase una vez, realizado en conjunto con el Ministerio de Educación Pública, llevó 63.813 asistentes al teatro.
En total, sumando los programas Aperitivo musical, Érase una vez, Teatro al Mediodía y Ventana al Mundo, el Nacional consiguió alcanzar 72.979 personas.
El otro dato que faltaría agregar sería las 3.973 personas que atrapó el Teatro Vargas Calvo –perteneciente al Teatro Nacional– en su temporada 2018, cuya obra Del Polvo Soy de Kyle Boza fue la más apetecida.
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“Queremos abrir más el teatro y queremos acercarnos a diversos públicos. Prometo que el próximo año tendremos nuevos espacios: hasta rock tendremos en el teatro porque no queremos ver a ningún género por debajo y no queremos excluir”, dice Herrera.
Teniendo presente que la combinación teatro, música y baile dio resultados en estas dos obras, aparecieron otros montajes que se sumaron al movimiento de teatro musical.
Sin duda la segunda temporada de Chicago dio una agradable bienvenida a la oferta de este año. Posteriormente aparecieron otras producciones de teatro musical como Alameda de los sueños, City of Angels y Viva Broadway, que han motivado a rumores sobre la programación del próximo año en el país (destaca que el clásico Cabaret será producido por Espressivo).
Un poco de lo demás.
Fuera de estos dos teatros también hubo bastante movimiento.
Barrio Escalante vio el nacimiento de espacios escénicos que favorecieron al país, principalmente con Teatro Escalante, espacio que dio una oferta alternativa que incluso fue aprovechada por Espressivo para el montaje de La construcción del muro. También, Casa 210 Comunidad Artística se convirtió en hogar del programa Artista Gestor, tras el cierre del espacio físico de La Casona Iluminada.
En el ámbito del llamado “teatro popular”, Lucho Barahona regresó a la dirección escénica con la agradable comedia El Chispero, bien recibida por la crítica y el público. También William Esquivel, director del Teatro Arlequín, anunció el final definitivo de Dos arriba y una abajo, emblemática comedia de enredos que permaneció en cartelera tras catorce años y más de tres mil funciones.
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Si dejamos las risas a un lado, la actriz Cristina Bruno fue quien marcó un hito en el 2018 con la presentación de La Nica, montaje que reimaginó la obra de su fallecido esposo César Meléndez, en la que se critica la exclusión. La alta tensión dramática también se sintió con la obra Mi hijo solo camina un poco más lento, angustiante producción argentina que llegó al país dentro de la programación del Festival Internacional de las Artes. Dentro de este apartado cabe destacar Nómadas, obra que inauguró el XI Encuentro Nacional de Teatro.
En el ámbito de teatro infantil El príncipe feliz fue una de las grandes sorpresas por su componente de integración de familias diversas. Heidi también refrescó la cartelera al igual que Yo soy Pinocho. Además, el espectáculo de títeres Nana Raíz, enfocado para bebés en primera infancia, hizo giras fuera del país, así como el Moderno Teatro de Muñecos celebró 50 años de vida con la divertida producción La Jaula. Y si de títeres se trata tampoco podemos olvidar al gran Fernando Thiel, quien desempolvó su obra Shh!... El miedo se durmió.
Sin importar si fuese cosa de títeres, llanto o campesinado, el teatro del 2018 nos dijo mil cosas a su manera. La promesa es clara: seguir diciendo esto y más sin repetirse para los próximos doce meses que se asoman.
Los favoritos
Tobías Ovares, el crítico de La Nación, señala sus montajes preferidos del año, sin orden particular.
Duda, de Mabel Marín.
Caramelo, de Natalia Mariño.
El sitio de las abras, de Tatiana de la Ossa.
La ira de Narciso, de Fabián Sales.
El principio de Arquímedes, de Allan Fabricio Pérez.
Mi hijo solo camina un poco más lento, de Guillermo Cacace.
Camargo, de Johan Velandia.
Nómada, de Álvaro Morales Lifschitz y Edurne Rankin.