A estas alturas, Robert Schenkkan tiene sufrimientos diferentes. Al escritor, de 65 años, no le atemoriza señalar culpables en sus obras, tampoco deja que el acoso que le llega a su bandeja de mensajes le quiten la paz y, mucho menos, piensa en el qué dirán los demás.
Su dolor proviene de otra raíz, una que se germina desde el exterior. Sin ser creyente de que todo tiempo pasado fue mejor, Schenkkan sufre por los migrantes, los marginados, por quienes, incluso, él no puede ni imaginar.
Ese matiz incesante se ha marcado en su ya extendida y destacada carrera. Con premios como el Pulitzer y Tony en su hoja de vida, además de nominaciones en los Emmy, el guionista y dramaturgo estadounidense tiene mucho por decir y, sobre todo, reclamar.
En 1992 ganó el Pulitzer con The Kentucky Circle, doloroso relato sobre tres familias confundidas y abatidas por el control de la tierra en el oeste norteamericano; en el 2014 ganó el Tony con All the Way, libreto que retrata las elecciones de 1964, donde los derechos humanos entran en cuestionamiento. Esta, incluso, fue adaptada por el canal HBO con una producción de Steven Spielberg; y más recientemente se ha popularizado con la firma en el guion de Hacksaw Ridge, película multinominada al Óscar, y que fue dirigida por Mel Gibson.
El premiado escritor visitó Costa Rica para acompañar el estreno centroamericano de La construcción del muro, obra que escribió en las vísperas de las elecciones estadounidenses entre Donald Trump y Hillary Clinton. Esta pieza teatral ha sido una diáspora mundial, y que se ha presentado en más de 60 ciudades de los Estados Unidos, Canadá, México, Suiza, Austria y Teherán.
LEA MÁS: Estreno en Costa Rica de ‘La construcción del muro’, la obra teatral que Donald Trump no quiere ver
La construcción del muro relata el confrontamiento entre Gloria, una estadounidense con raíces centroamericanas, y Rick, un privado de libertad con ímpetu nacionalista que al parecer acaba de cometer el crimen del siglo.
Para el estreno en el país (que trae el sello de producción de Teatro Espressivo), Schenkkan permitió algunas adaptaciones en el libreto, como la inclusión de una protagonista con raíces centroamericanas en lugar de una afrodescendiente. El propósito del dramaturgo es que la obra pueda alcanzar todo los rincones posibles para criticar la xenofobia, racismo y exclusión a la población migrante.
Sobre el tono político, el temor a la autocensura y las oportunidades que brinda el teatro para combatir la marginalización, Schenkkan conversó con Viva. A continuación, un extracto de la conversación:
–¿Cuándo decidió que era el momento para empezar a escribir La construcción del muro?
–Comencé a escribir esta pieza dos semanas antes de la elección presidencial. Pensé que la elección terminaría diferente de como resultó, pero, incluso, en ese momento pensé que la línea ya estaba cruzada y el país ya había sufrido un daño muy grave. Yo estaba consternado, así que tuve que escribir la obra. Quisiera aclarar que la obra no es algo incendiario, sino que tenía que exponer cómo otras personas, líderes y periodistas estaban creando excusas para usar un lenguaje excluyente. Se dispersó una retórica política que creíamos que no iba a pasar de ahí, de ser solo palabras… Pero las palabras son importantes: son dinamita. Estas palabras eran muy peligrosas, y el hecho de que tantas personas asintieran ante estos discursos, asustaba, porque es así como la democracia muere. Trump es un fenómeno particular de Estados Unidos, pero pertenece a este movimiento populista neofacista que tiene ecos en todo el mundo. Todas las democracias se están enfrentando a esto, incluso, Costa Rica tiene su propio desafío al respecto. Creo que Costa Rica supo evadir esto brillantemente, algo que Estados Unidos no lo hizo.
–¿Desde qué sentimientos se escribe una obra con tal punto de criticismo? ¿Desde la ira o la tristeza?
–La alienación fue uno de los aspectos más sentidos. Ese sentimiento de sentirse solo, sin comunidad. El teatro es tan importante porque, al hacerlo, das origen a una comunidad. Tomas a un grupo de desconocidos y se crea una comunidad que reflexiona sobre algo en particular y comparte una historia. Les da algo en común. Así comenzamos a entender a los demás y no nos sentimos tan solos. Así recordamos que nosotros somos algo que va más allá de nosotros mismos. Esta experiencia compartida es muy importante en un momento así.
–En la obra hay una crítica explícita a Donald Trump, algo que puede alejar a ciertos espectadores. ¿Le preocupa que se pierda una parte del público que podría concientizar con estos temas?
–He tratado de escribir una obra que ayude a entender cómo alguien puede encontrar refugio en una figura como Trump, y de las cosas que apela su discurso. Creo que lo hice de la manera más justa, aunque no dudo que la gente lo rechaza y se enoja. Estoy bien con que eso sucede, porque no es mi trabajo hacer sentir cómoda a la audiencia, sino que el público sienta y se enganche, que cuando salgan del teatro tengan conversaciones sobre lo que sintieron al respecto. Lo que distingue al buen teatro es cuando lo que viste ocupa un lugar en tu consciencia, una vez que las cortinas descendieron. Que lo que se habló sea una conversación que surja después del trabajo, que aparezca en tus sueños. Todo está intencionado para que provoque. Yo no busco denigrar a nadie, pero sí provocar algo: reflexión.
–Durante este proceso de escritura, ¿sintió miedo de autocensurarse?
–Oh no, no. La escritura fue catártica. Escribir fue un alivio. Este es mi trabajo, esto es lo que hago y tengo permitido escribir lo que siento de manera que tenga impacto. Fue muy sanador, más bien. La tristeza, la terrible presión, la alienación… Todo eso se drenó y se fue. Me sentí mejor. La idea es escribir y hacerlo de la mejor manera. La escritura fue tremendamente sanadora y positiva para mí. Fue un reto necesario.
–¿Le ha valido esta obra amenazas o críticas que lo hayan afectado?
–Por supuesto. Estoy acostumbrado a esos desniveles. Hay personas que acosan en la web y yo no me dejo llevar. Leo estos mensajes y los borro. No me dejo llevar porque en esos casos hay otras intenciones. Por dicha nunca se ha llegado a la agresión física. Yo sabía en lo que me metía cuando decidí dedicarme a esto, nunca ha sido un problema. Soy una figura pública y asumo mi lugar.
–¿Qué reflexión realiza sobre la amplia difusión que ha tenido la obra alrededor del mundo?
–Estoy muy feliz de eso. Yo no visualizo el problema como una crisis que solo sufre Estados Unidos. Trump es tan solo una expresión del mismo problema que aqueja a todas las democracias. Vemos el auge que tiene este tipo de figuras en muchos paisajes de todo el mundo, y es algo que ha ocurrido en la historia: en Hungría, Italia, Francia, Costa Rica. Si ves esto históricamente, cada cierto tiempo, renace la crisis en momentos de desorientación económica, donde las fundamentales estructuras traspasan cambios y transformaciones importantes. La gente pierde trabajos, no sabe cómo funcionar, cómo vivir, cómo tener cosas. Eso crea una ansiedad enorme. Estamos en un momento en que nunca habíamos tenido tantos refugiados en todo el mundo. ¡Ni en la Guerra Mundial pasó esto! Eso pone presión en todas partes del mundo.
–Me da la impresión de que usted cree en el eterno retorno de los problemas...
–Lo creo. Absolutamente. Quisiera creer que vamos siempre hacia adelante en la historia, pero nunca se podrá asegurar. El problema siempre será un problema. La moral del universo se rige mediante la justicia. Esto es algo cierto, pero no se realiza por sí mismo. Ese es nuestro trabajo.
–En este momento, ¿cuáles son sus sentimientos sobre la atmósfera política y la recepción de su obra?
–Estoy muy feliz del aliento que ha tenido la obra. Normalmente cuando escribo una obra me siento con mi agente y digo: “¿Esto está escrito para Nueva York? ¿Cuál es el viaje que pretendo llevar? ¿A quién está dirigido? ¿Quiénes serán los actores?”. Esta vez, le dije que para esta obra no me importaba quién produciría ni dónde se produciría, si es en una iglesia o en una casita. Ahora solo quiero que la obra se haga donde sea. Ese fue el trato y hemos llegado a cincuenta montajes en un año. Cada audiencia es diferente. Fue emocionante ver cómo una obra puede servir como un catalizador para amalgamar a la comunidad.
Sobre la obra
La construcción del muro se presenta en Teatro Escalante hasta el 2 de diciembre, con funciones los viernes y sábados a las 8 p. m.; y domingos a las 6 p. m. las entradas cuestan ¢10.000. Los tiquetes se pueden conseguir en boleteria.espressivo.cr, en la boletería ubicado en el segundo piso de Momentum Pinares o llamando al 2267-1818.