Dolores Fernández Caballero está muy orgullosa de su jardín. Desde que reside en su casa de barrio Amón –historia que comenzó a cronometrar desde hace cuarenta años– se propuso ir más allá de tener un par de orquídeas y un rosal.
Toda su alta casa tiene como murallas externas a una hilera de árboles frutales que dejan pasar los suficientes rayos de sol como para despertarla cada mañana. Como si fuera un recorrido botánico, habría que caminar bastantes minutos para conocer toda la flora que ha cosechado en su hogar.
“Es lindo porque la gente no creería que en Amón pudiera haber un jardín tan grande”, dice la artista visual de 91 años (dentro de un mes cumplirá los 92) “y es bonito porque uno siempre mira hacia afuera y no se encuentra ese montón de construcciones sino algo verde”.
Es toda una ironía que doña Lola –como todos le dicen de cariño– busque mirar a la ventana empañada para encontrar algo bello, cuando sería todo un reto proponerse mirar a un rincón de su hogar y no encontrar alguna obra de arte.
“Pues por dicha me dediqué a esto por gusto”, dice doña Lola mientras señala una pila de pinturas que realizó entre los años setenta y noventa, “porque siempre he podido pintar lo que he querido sin preocupación de que se vaya a vender o no”.
Su sentencia, tan cierta como su permanente sonrisa, se ha celebrado durante ya bastantes décadas. Lola Fernández se las ha ingeniado durante toda una larga vida para hacer lo que quisiera según el momento: nunca intenta repetirse, nunca deja espacio a concesiones y nunca se postra frente al caballete si no hay un empujón emocional que la respalde.
Hace menos de un mes, Fernández inauguró una nueva exposición llamada Variaciones Lineales donde, una vez más, se propuso explorar temáticas y estilos diferentes. Su nueva muestra permite repasar y estudiar sus manos inquietas e incomparables dentro de la historia del arte costarricense.
Estética cambiante
En un estante de su estudio, al lado de una pintura en la que simplemente se lee “amo la vida”, reposan tres reconocimientos que ha recibido Lola Fernández: el Premio Nacional de Cultura Magón que recibió en 1995, el Premio Teodorico Quirós Alvarado que se le entregó en el 2007 y el homenaje que se le realizó como mariscal del Festival de la Luz del 2011 (en esa ocasión junto a otros artistas nacionales).
Ese es el único sitio de su taller que no está colmado de obras de arte de la artista. Sus pinturas asaltan la vista desde cualquier sitio de la habitación, e incluso alcanzan la sala de su casa y hasta el baño.
Eso, por supuesto, no significa que sus creaciones siempre permanecen con ella. Son altamente cotizadas, se han vendido en todo el mundo y se han expuesto en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos.
Aún así, en un momento de su vida, doña Lola se dijo a sí misma que si de vivir del arte se trataba, su estilo se hubiese dificultado.
“Yo me dediqué a la docencia desde muy joven porque no pretendía vivir de vender cuadros. Apenas hubo una vacante como docente me la dieron. Trabajando, apliqué por una beca en Italia y ahí comenzó lo grande”, dice la veterana artista entre risas.
Fernández emprendió un viaje hacia la Academia de Bellas Artes de Florencia, en Italia, donde permaneció tres años. Su formación previa la había realizado en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica y en la Academia de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, Colombia, su país natal del que migró a los 4 años.
Por supuesto que su visita a Italia, que le desataría viajes de estudio a toda la zona mediterránea, significó un descubrimiento de cualidades e intereses. Una de sus indagaciones más profundas fue el descubrimiento del arte abstracto.
“Allá fue donde conocí lo que me gustó. Si yo iba a atravesar el Atlántico era para conocer a profundidad el arte. Por supuesto que allá también había profesores rígidos. Recuerdo uno que me descubrió pintando abstracto y se puso furioso al punto de querer destruir lo que estaba haciendo. Yo no me quedaba con las ganas y seguía pintando en la casa, porque igual se hablaba y se estudiaba lo abstracto”, recuerda Fernández.
Cuando la artista se fue de Costa Rica hacia su expedición europea, no había escuchado palabra alguna sobre el arte abstracto. La eclosión del movimiento ocurría muchísimo más allá de las fronteras centroamericanas y ella misma confiesa que le hubiese dificultado encontrarse cómoda con los movimientos pictóricos que se realizaban en el país.
“Se estaban haciendo otras cosas que también son muy interesantes. Cuando yo regresé del viaje, vi que lo que se hacía acá era muy bueno y muy difícil: era nada menos que pintar el país. Yo me dije ‘qué bien lo hacen, ¿para qué voy a hacer esto?’” , dice la artista al recordar la obra de Margarita Bertheau, Teodorico Quirós y Francisco Amighetti, quienes fueron también sus maestros. “Yo sentía que quería hacer algo diferente y definitivamente el abstracto me daba esa oportunidad”, asegura Fernández.
“El abstracto como tal no existe”, explica la artista “porque el arte abstracto siempre es figurado, solo que menos evidente. Siempre se representa algo, siempre está ahí. Queda clarísimo hacer la comparación con los microscopios. Uno ve un microscopio y ve cosas abstractas, pero ahí hay un montón de cosas, hay una gran vida ahí. Hay un mundo oculto debajo de todo ”.
Al poco tiempo de regresar al país, para finales de los cincuenta, la artista se quitó de encima las ganas de realizar una muestra de arte abstracto en el Museo Nacional, exposición que se considera un hito al datar los inicios de esta expresión artística en nuestro país, junto con otras dos exhibiciones individuales que realizaron Rafael Ángel “Felo” García y Manuel de la Cruz González para esos años.
La reacción que tuvo al país ante una expresión tan poco conocida resultó agresiva para los tres artistas. Costa Rica estaba mucho más enfocada en el paisajismo así que las manifestaciones abstractas no calaron con éxito en un gran sector del público.
“Un salón lleno de estas cosas chocaba. A la gente no le gustaba. A mí eso nunca me molestó, fuera que aceptaran o no aceptaran la muestra. Casi nunca me entero de las críticas que me hacen, así que eso no me afecta. En ese momento, además, yo estaba muy convencida de que me gustaba eso. Era lo que yo quería hacer”, dice la artista.
Después de la polémica exposición, Fernández emprendió nuevas muestras con un lema tatuado en su mente: la experimentación.
Para la siguiente década, comenzaría a probar con técnicas como el collage, el relieve, el estarcido y el arte textil, exploración que de nuevo se evidencia en muchas de las piezas que rodean las habitaciones de su casa.
La misma diversificación que se consolidó en sus técnicas se trasladó a los temas de fondo de sus obras, pues las relaciones del ser humano, la época precolombina, el interés por la naturaleza –como su mismo jardín lo hace notar–, el espíritu popular costarricense y la violencia se asomaron a sus pinceles.
De allí la famosa frase: “Lola Fernández no es la misma a sus 20, a sus 40 ni a sus 60”. La artista tiene una mente inquieta que no la deja pensar igual en cada década, incluso en la actualidad.
Vigencia absoluta
El pasado 20 de setiembre, Lola Fernández regresó una vez más al nutritivo ambiente que le genera una exposición.
En el Museo de Arte Costarricense (MAC), la veterana pintora exhibe la muestra Variaciones Lineales. Su nombre por sí solo indica bastante: la artista se deja llevar por trazos que parecieran amalgamarse con facilidad para crear formas sugestivas.
A diferencia de sus representaciones naturales –como sus clásicos y amados volcanes-, Fernández presenta un tono más onírico con esta exposición de treinta y cuatro piezas realizadas en óleo, madera, yeso y dibujo.
Además, la muestra es menos colorida de lo usual y se basa en el blanco y el negro.
“Esta exposición no la inventé yo, fue la curadora del museo”, confiesa la artista al referirse a María José Chavarría, curadora del MAC. “Hace un año vino un grupo de personas a escribir un libro sobre mis dibujos. Ella vio algunas obras y me llamó para preguntarme si estaría dispuesta a exponer los cuadros acrílicos que tenía acá. La sorpresa se la llevó ella cuando le dije que sí”, cuenta entre risas.
“Estas obras nunca han sido expuestas, solo una que se exhibió en una retrospectiva. Es una gran oportunidad para presentarlos. Una vez que le dije que sí, me preguntó que por qué no poníamos también los relieves. Casi todos son en blanco y negro así que combinaron muy bien con el color de la exposición”, agrega.
Una vez más, la artista se toma con calma las expectativas que existen hacia una nueva exposición de su parte.
“En este caso son obras un poco raras. No son lo que algunos catalogarían de obras bonitas”, dice para reírse de nuevo. “Sé que habrá críticas, pero es algo de toda la vida. Cada pintor tiene gente a la que no le gusta su obra. Toda la vida ha sido así. Lo importante es que he podido hacer lo que he querido y por dicha ahora puedo volver a exponer. Uno no sabe qué pueda pasar en el futuro”, dice y señala una vez más las largas hileras de cuadros que la acompañan todos los días.
Vea la muestra
Variaciones Lineales, la nueva exposición de Lola Fernández, se exhibe en el Museo de Arte Costarricense, ubicado en La Sabana. El horario del museo es de martes a domingo de 9 a. m. a 4 p. m. La entrada es gratuita.