Lucho Barahona llevaba mucho tiempo sin estar frente a una cámara de televisión. No tarda más de unos segundos para recordar su última vez en un estudio de este tipo.
“Yo ya ni recuerdo precisamente en qué año fue, pero yo sabía y tenía muy claro que el teatro era lo mío. En la tele había un chance muy grande de hacer entrar a la gente al teatro, pero mi pasión más grande era otra”, recuerda sentado en una silla de los estudios de Teletica.
El dramaturgo, actor y director se encuentra en medio de este mundo, ahora desconocido para él, como invitado de De boca en boca, programa de espectáculos que le ha preparado un homenaje a su carrera.
“Me sorprendí muchísimo ahora que entré al canal. Yo llevaba años de años de no venir acá y ahora me encuentro todo muy moderno”, dice entre risas Lucho. “Imagínese que, cuando yo estaba trabajando para televisión, trabajar con color ya era todo un asombro. Los tiempos cambian”, sentencia.
Justamente, el homenaje que ha planeado De boca en boca es, en buena parte, por su antiguo programa televisivo llamado La Lucha de Lucho. Esa producción catapultó al dramaturgo como figura pública y le dio la posibilidad de convertirse en un escultor de las formas teatrales costarricenses.
Con el pantalón a la altura del ombligo, zapatillas deportivas, pantalones formales y el clásico suéter de abuelito, el octogenario dramaturgo se acerca al set del programa con las luces del estudio parpadeando sobre su rostro.
De nuevo estará en televisión, aunque sea por unos minutos. Otra vez, muchos podrán verlo hablar con su pasivo tono de voz pero con su ímpetu intacta.
Lucho, sentado frente a la cámara, da la apariencia de un muchacho vigoroso. Sus días están completamente alejados del retiro y se lo hace saber a su audiencia.
Una vida de teatro, una vida de trabajo, es lo que atestiguan sus venas, y todos se lo agradecen.
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Entusiasmo eterno
Si uno no se percata de su acento suramericano, podría pensar que Lucho Barahona nació en Costa Rica por la cantidad de personas que conoce.
Apenas da unos pasos y la gente se le acerca como si se tratara de un imán humano.
Incluso, en De boca en boca, está siendo entrevistado por un actor que conoció hace más de una década: Víctor Carvajal.
“Don Lucho siempre fue un pan de Dios. Me ayudó en los momentos más difíciles y siempre estuvo ahí”, dice Carvajal al aire. El dramaturgo no hace más que responder con sonrisas.
Así hablan todos los que conocen a Lucho desde hace años. Justo en el programa, las actrices Jackeline Steller y María Torres aparecieron sorpresivamente para saludarlo con júbilo.
Parece difícil creer que, cuando Lucho llegó a Costa Rica en 1974, expulsado del golpe militar a Salvador Allende en su natal Chile, apenas y se atrevía a pisar la vía pública.
En Santiago, Lucho había fundado, junto a otros cuatro artistas, el Teatro del Ángel. Con funciones todos los días –exceptuando los lunes–, el director era feliz, hasta que tiempos políticamente difíciles comenzaron a asomarse.
“Con el golpe militar vino el toque de queda, y uno no podía salir a la calle después de las ocho de la noche porque lo mataban”, recuerda. “Lo que hicimos en el teatro era hacer función a las seis de la tarde y la gente llegaba”.
“El problema fue cuando comenzaron a sospechar de nosotros. Creyeron que éramos comunistas y lo que hacía el ejército era llevarse a la gente al Estadio Nacional para torturarlos. Una vez casi me llevaron, ahí fue cuando me quise ir del país”, dice Barahona.
Una vez colocado en la ciudad josefina, Lucho planeaba hacer lo que tanto le encantaba en Chile: actuar.
En honor al teatro independiente que fundó en Chile, decidió instaurar un recinto con el mismo nombre: Teatro del Ángel. La sorpresa fue que ofrecían funciones todos los días con teatro vacío.
En Costa Rica, la identidad teatral escaseaba pues, según los recuerdos de Lucho, solo la Compañía Nacional de Teatro y el Teatro Nacional tenían una oferta seria en su cartelera.
“Uno llegaba a preguntarle a las personas qué preferían: si el cine o el teatro. Todos decían que el cine. Yo pensé en aprovechar los programas de tele para que la gente se enterara de qué trataba el teatro y dio efecto. Aquí, cuando yo llegué al país, había muy poco interés en el teatro. Ahora a la familia le gusta, le encanta. Es una gran satisfacción”, confiesa.
En vez de realizar un conflicto entre la televisión y el teatro, Lucho decidió amar ambos. Encontró su debut en la pantalla pequeña con Hay que casar a Marcela, una novela que le abrió paso a otras producciones donde fungía como guionista, productor, director y, en algunas ocasiones, actor.
Más a sus anchas, el chileno decidió tomar la ciudad de San José como su botón explosivo para las ideas que ya no se contenían en su mente. El cuerpo histriónico que aparecía en sus programas podía ser visto en persona, con obras más largas y en cartelera continua.
Así Lucho consolidó el Teatro del Ángel (ya extinto) y el Teatro Lucho Barahona, fundado a mediados de los 80. Ambos recintos fueron albergues para un nicho que, unas décadas antes, no existía.
“Claro, era cansadísimo”, rememora con risas Lucho. “Yo tenía los dos teatros más el programa de La Lucha de Lucho. Eran equipos de trabajo muy grandes y por dicha estaba joven porque era un cansancio brutal”.
Una celebridad
Lucho Barahona construyó su luz propia desde las tablas. Pareciera una imagen increíble ver cómo decenas de personas, tanto niños como adultos, se acercan al dramaturgo con el celular en la mano. El propósito es lógico: tomarse una fotografía junto al chileno.
A sus 82 años, Lucho es toda una estrella de rock. Aunque él le aqueja su popularidad a La lucha de Lucho, muchos recuerdan su cara por visitas a los teatros.
En los pasillos de su propio recinto–el Lucho Barahona–, el dramaturgo vive un viernes de teatro lleno. Su más reciente montaje, llamado El Chispero, ha reunido a unas 150 personas de toda clase de edad
“¿Verdad que usted estaba en el Teatro del Ángel?”, le pregunta un visitante que está en la butaca trasera de Lucho. “Sí”, le responde entre risas. “Ese era de nosotros, pero se expropió. Ahora todo es aquí”, le contesta.
Ligeramente encorvado en su asiento, pero con la sangre acelerada, Lucho se propone ver de nuevo su propio montaje. Cada diez días le gusta revisitar la puesta para comprobar que cumple sus deseos artísticos.
Desde la luneta del teatro –Lucho se niega a mirar su obra desde las butacas del segundo piso–, las luces del recinto iluminan su rostro. De nuevo, un parpadeo de colores atraviesa su mirada.
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Lucho disfruta y critica su propia obra. Por momentos, comparte criterios con Luis Alvarado, encargado del diseño de la obra y compañero inseparable del dramaturgo, sobre lo que sucede en el escenario.
Un capítulo más de la vida de Lucho se completa. Con 82 años en sus bolsillos, anécdotas brotan con tremenda facilidad.
Tantas historias se acumulan en sus recuerdos que desde hace unos meses el chileno ha comenzado a escribir su autobiografía.
“Me han pasado muchas cosas, tan divertidas como trágicas. Me di cuenta que hay una posibilidad de contar esto y me emociona mucho a mi edad”, confiesa.
Con una lucidez excepcional, el dramaturgo se rehúsa a abandonar su pasión.
“Me retiré como actor porque el cansancio es diferente pero yo quiero seguir con el teatro”, relata con ímpetu. “Fue muy difícil ver que antes no se disfrutaba el teatro de esta manera así que es algo que no me quiero perder… Es un momento muy lindo en mi vida”.
Sobre el espectáculo
El Teatro Lucho Barahona actualmente presenta la obra El Chispero, escrita especialmente para el chileno por su amigo Alejandro Sieveking. Se trata de una comedia con tintes costumbristas ubicada en los 50, cuando una familia del campo visita la ciudad por primera vez. El espectáculo se presenta de viernes a domingo, a las 8 p. m.
El elenco de la obra está integrado por Lorena Varela, Yesenia Artavia, José Luis Rojas, José Pablo Arguello, Randall Ramírez, Andy Gamboa, Francisco Gutiérrez, Alexa Soto, Esteban Mejías, Lucía Vásquez y Elena Arredondo.
Para reservaciones puede llamar al 2223-8645. Los tiquetes se pueden conseguir en el sitio web teatroeltriciclo.com. La entrada general tiene un costo de ¢7.000.
El Teatro Lucho Barahona se ubica en San José, frente al restaurante Tin Jo.