Durante muchos años ir a Puntarenas fue el paseo por excelencia: se podía ir en bus o en carro particular, se podía llevar almuerzo o comer en los diferentes quioscos o restaurantes que están a lo largo de la orilla de la playa. En un viaje de un día, se podía disfrutar de aventura, sol, mar, arena, buena comida y, por supuesto, descanso del trajín de la semana.
Eso no ha cambiado mucho, la Perla del Pacífico sigue ahí, con su mar quieto, con sus vigorones en la playa, con su delicioso Churchill que se derrite rápido con el calorcito que hace. Lo que sí ha cambiado es la afluencia de visitantes, ya no llegan tantos como antes, pero los puntarenenses se levantan todos los días con una gran sonrisa para recibir a cualquier turista que se acerque a disfrutar de un buen momento.
Así lo comprobamos. Un equipo de Viva esta semana se fue a visitar Puntarenas para ver qué nos encontrábamos. Lo primero que hay que destacar es el don de gente de los porteños, ahí no hay malas caras, por el contrario el calor humano se siente desde que se llega.
Salimos en carro a eso de las 8 a. m. desde Tibás, en el trayecto nos topamos muchas presas causadas por la huelga por la cual atraviesa el país, así que el camino hacia Puntarenas duró casi cuatro horas. Sin embargo, en un día sin huelgas o presas, el trayecto se puede hacer en aproximadamente hora y media.
También está la opción de viajar en bus. El precio del boleto es de ¢2.705 (niños y adultos) y ¢2.030 (ciudadano de oro). La terminal en San José está ubicada en Avenida 10 y 12, calle 16, barrio Los Ángeles.
Ya en el Puerto hay mucho por hacer. Les recomendamos comenzar con una caminata por el famoso Paseo de los Turistas, que se extiende por cerca de tres kilómetros. Podemos poner de punto de partida el muelle de los ferrys; ahí se puede ver a las espectaculares naves partir hacia la Península de Nicoya.
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Cerca de ese muelle se encuentra el faro, una hermosa construcción que está rodeada por un pequeño parque con árboles para taparse del sol y poyos de cemento para admirar la belleza del mar.
Por esos rumbos no pueden faltar los vendedores de helados o de pipas frías para aplacar un poco el calor.
Cerca del faro está el balneario, pero está cerrado desde hace buen tiempo. Esta era una gran opción para el paseo, pero lamentablemente no se sabe cuándo volverá a estar en funcionamiento.
Después de ver lanchas, palomas revolotear por el parque o grandes pelícanos volar majestuosamente sobre el agua, puede seguir con el recorrido. Tenga por seguro que de camino la belleza escénica será su acompañante.
Lo recomendable es ir por el lado de la playa. En el recorrido se encontrará diferentes espacios de diversión como juegos para niños, canchas o un par de rampas para patinetas. También hay espacios llenos de palmeras y mesas con poyos de cemento para hacer pic-nic o simplemente para descansar con la vista hacia el mar.
No se extrañe si algún porteño se le acerca para contarle alguna anécdota o historia del lugar. Así nos pasó con el señor Pedro Gamboa, un cuidacarros de 64 años, con la tez teñida por el sol y un saludo cariñoso. “Esas boyas que ven ahí a lo largo son de dos barcos de la Segunda Guerra Mundial que fueron hundidos por Costa Rica”, nos contó muy emocionado.
Pedro se refería a los buques Fella y Eisenach (el primero de Italia y el segundo de Alemania) que anclaron en Puntarenas a pedido de sus países cuando comenzó la guerra. Si tiene buena suerte y la marea está baja, puede ver parte de la estructura de estos barcos.
Si lo suyo es estar en el agua, puede hacerlo con tranquilidad. El mar de Puntarenas suele ser relativamente calmo, no hay muchas olas y el movimiento es poco. Eso sí, tiene que tomar en consideración estar cerca de algún baño público para poder bañarse. En el camino nos encontramos unas instalaciones en buen estado, ahí por entrar al baño le cobran ¢500 (sea para usar los sanitarios o para bañarse), también venden champú, jabón y algunos artículos para el aseo.
En ese comercio, que está ubicado frente al hotel Las Hamacas, se pueden alquilar dos camas de playa y una sombrilla por ¢7.000. También alquilan toldos con cuatro sillas, dos camas de playa y una mesa en ¢10.000. Este servicio está disponible todos los días hasta las 5 p. m.
La comida.
Si va al Puerto y no se come un Churchill es como si no hubiera ido, ese es el refrán más conocido por los lugareños y vaya que es muy cierto.
Si lleva su propia comida, en la playa hay varias mesas para disfrutar del almuerzo.
Si por el contrario va con la idea de que su paladar sea sorprendido por la gastronomía puntarenense les recomendamos primero que empiece con un sabroso vigorón.
En la playa hay varias señoras que tienen sus puestos. Así encontramos a doña Marta Delgado frente al casino Corona de Oro. Esta nicaragüense con muchos años de vivir en Puntarenas aprendió muy bien la receta: en una bolsita plástica ponen un par de hojas de almendro, las llena con repollo recién picado, yuca sancochada, agrega chicharrón tostado o bien carne de cerdo y por último lo sazona con un chimichurri fresco. Por ¢3.000 queda uno bien lleno, de eso podemos dar fe.
Para los más comelones en los quioscos hay una gran variedad de comidas que van desde los típicos casados o comidas rápidas como hamburguesas y papas fritas, hasta platillos especiales de pescado entero (pargo o corvina, según el gusto).
Es infaltable la propuesta de ceviche: hay de marlín, camarones, corvina o bolillo. Es nada más de buscar cuál es la mejor opción en los seis quioscos que están ubicados en el Paseo de los Turistas.
En el quiosco El Sesteo, nos comentaron que los precios todos los establecimientos los manejan muy parecido, así que no hay problema en sentarse en uno u otro lugar, el tema es comer rico y apoyar al comerciante puntarenense.
Ya bien comidos llegó el turno del postre. Aquí es donde la fiesta comienza porque el Churchill es el rey de todo. En una copa alta se sirve el hielo raspado con sirope de kola (tradicional), leche en polvo, leche condensada y una buena bola de helados encima. El precio ronda los ¢3.000.
Hay diferentes presentaciones que van desde el pequeño para niños hasta el coloso que es servido en una jarra gigante. También hay ensaladas de frutas o Banana Split.
Por la tarde, para la hora del café, no puede faltar el emparedado de carne a la plancha elaborado en un sabroso pan tipo baguette, arreglado con lechuga, tomate, queso y salsas. A esta sabrosura se le puede acompañar con un refrescante mate que es a base de leche, canela, vainilla y un toque de ron.
Para cerrar.
Otra caminadita después del almuerzo no cae nada mal. Siguiendo el trayecto, al final del Paseo se encuentra el muelle de cruceros.
En temporada alta se puede ver a esos impresionantes barcos elegantes que llegan cargados de turistas.
Pero en temporada baja el muelle está abierto al público las 24 horas del día. Allí se puede pasear por lo largo del muelle, además se puede ver a pescadores aficionados intentar pescar su almuerzo o su cena. Para pescar se necesita un permiso especial de Incopesca. Los aficionados logran capturar diferentes especies como corvina, robalo, pargo, langosta, pez gallo y roncadores.
La entrada al muelle es gratis, los niños pueden estar acompañados por un adulto hasta las 6 p. m.
Cerca de ahí está ubicado el Parque Marino que es una buena opción para terminar el día.
Está abierto de martes a domingo (en vacaciones abre todos los días), en horario de 9 a. m. a 5 p. m.
Allí hay en exposición diferentes animales marítimos que han sido rescatados. En las instalaciones se pueden apreciar tortugas, tiburones, cocodrilos, rayas y una amplia variedad de peces que se encuentran en un acuario en excelente estado.
Hay una piscina para niños, área de picnic y un espacio con chorros de agua para la diversión de la familia. Las entradas valen ¢1.600 (niños de 4 a 11 años), ¢2.900 (adultos y mayores de 12) y ¢700 (adulto mayor y personas con capacidades especiales).
Para terminar el recorrido se puede ir al muelle turístico, que es administrado por el Instituto Costarricense de Turismo. De allí las lanchas con destinos a islas como Tortuga o San Lucas salen a toda hora. Además los lugareños ofrecen también diferentes tours como el de avistamiento de ballenas o delfines. Hay varios operadores en el lugar, es cosa de ir y preguntar por precios y horarios.