A todos nos llega la adultez, a unos más tarde que a otros, y este jueves la madurez le tocó la puerta al conejo Palmarín, en su cumpleaños número 32.
Las fiestas populares del cantón alajuelense arrancaron con un tope que se desarrolló en un ambiente tranquilo, ordenado e incluso hasta familiar. Esto es parte de la estrategia de la Asociación Cívica Palmareña liderada por Manuel Rojas.
"Sí nos gustaría tener mayor afluencia de público con este formato, pero de ese público bonito, que viene a disfrutar verdaderamente de este hermoso pueblo”, enfatizó Rojas, un par de días antes de que todo comenzara.
El trajín del festejo dio la impresión que atrás quedaron aquellos años en los que Palmares era sinónimo de excesos, de pleitos callejeros, llenazos apocalípticos y hombres orinando en la vía pública. Claro, hubo algunos que festejaron como si el calendario marcara el 41 de diciembre, solo que esta vez ellos fueron los menos.
Los oficiales de la Fuerza Pública tuvieron una jornada tranquila. Los 400 efectivos se encargaron de mantener el orden en las aceras y de decomisar cualquier botella de vidrio. El ambiente estuvo tan familiar que nadie cantó “sucia” durante el coro de la canción Cómo te voy a olvidar, de los Ángeles Azules.
El parque ferial estaba repleto de ofertas gastronómicas que expendían olores que podían poner en jaque a cualquier voluntad para mantener la dieta en el 2019. Tortillas de queso, manzanas acarameladas, ollas llenas de arroz cantonés le hacían la competencia al catálogo, más exclusivo, de los food trucks.
La parte de atracciones mecánicas fue el punto más popular entre el público joven que decidió pasar el día en los carritos chocones o en los carruseles.
El sol se presentó sin la intensidad de años anteriores. A lo largo de la calle estrecha de Palmares los vecinos se las ingeniaron para hacer un negocio, algunos con pinchos de carne, otros rentaron los baños por ¢500.
“Siento que esta vez es menos la gente . Por lo menos se puede caminar tranquilo en la acera”, bromeó Christan Blanco, guarda de seguridad del hotel Casa Marta.
El lujo de los caballos
Hugo González se instaló en un potrero reservado para los jinetes, amarró a sus equinos a un árbol y empezó a esperar. El finquero oriundo del sur San Ramón salió de su casa en la madrugada con ocho de sus caballos, pero esta tarde no montó a ningún animal, sino que los puso en alquiler para los josefinos que quieran apantallar lo que no son en el Tope.
A dos horas para que la cabalgata arrancara, Hugo no había rentado ni un solo caballo. De pronto se presentaron cuatro josefinos que se las ingeniaron para ausentarse de la oficina. Los citadinos llevaban camisas de cuadros, zapatos de cuero, lentes oscuros y jeans azules que se sostenían por un cinturón adornado por una extravagante hebilla que remitía a las películas de indios y vaqueros.
El más viejo de los citadinos se dirigió a Hugo:
– ¿Cuanto cuesta alquilar un caballo?
– ¢50 .0000 colones.
– Le doy ¢160.000 por los cuatro (¢40.000 por cada uno)
– Muy poco, al menos deme una libra (¢5.000) más por cada uno.
– Mire, acepte el precio que le estoy ofreciendo, igual le vamos a dar un par de vueltas al animal y luego se lo devolvemos. Vea, le doy los ¢160.000 y mi amistad, eso es lo que realmente vale, la amistad.
A Hugo no le quedó más remedio que aceptar el dinero y la amistad del hombre josefino, igual era eso o devolverse a San Ramón con las manos vacías.
“Ya esto no es como antes, yo hace unos años llegaba y los caballos se me iban en cuestión de horas. Yo llegaba a alquilar un animal por más ¢100.000”, lamentó el finquero de moncho.
Los jinetes más veteranos concuerdan que ahora en los topes hay menos personas que llegan a aparentar y se ha convertido en una actividad casi exclusiva para los verdaderos caballistas, de esos que no les importa pagar ¢150.000 al mes para mantener un equino.
“Mantener un caballo es un lujo, hay que cuidarlos bastante e inyectarlos con sueros para que se mantengan fuertes. Esto más que un negocio, esto es un lujo”, explicó Vinicio Espeleta, el jinete oriundo de San Ramón de Tres Ríos que trajo a dos de sus animales que responden a los nombres de Ojo de Vidrio y Rocky.
Un Tope tranquilo
La cabalgata arrancó al medio día, con al menos unos 2.000 caballistas registrados. Los jinetes tenían prohibido ingerir licor durante el recorrido.
Los entusiastas de lo ecuestre se acomodaron en la vía pública desde las 10 a. m. con banquitos y hieleritas repletas con frescos y cervezas para hacerle frente al calor.
Los más chicos se colocaron cerca de la calle para ser los primeros en apreciar a los caballos y los más suertudos pudieron acariciar el crin del animal.
Algunos jinetes llegaron con camisetas apretadas que delataban las horas invertidas en el gimnasio o, en algunos casos, un abdomen que evidenciaba todo lo que se comieron en diciembre. También hubo modelos que lanzaron besos y guiños a los hombres acomodados en la acera.
Mientras la tarde empezaba a caer, las calles se fueron poblando un poco más, pero aún así el nivel de asistencia se mantuvo menor al de ediciones anteriores. También hubo basureros colocados estratégicamente y personeros encargados de recoger las latas para que los desperdicios no se acumularan en la cuneta.
El recorrido equino culminó con una puesta de sol preciosa y unas cuentas gotas que vaticinaban lluvia. Esta es la nueva imagen de un reformado Palmarín, ahora el dicho “Un pueblo para hacer amigos” recobró el sentido.