En el segundo piso de un taller de enderezado y pintura se derrocha nada más y nada menos que gloria, una que muy pocos pueden entender, una que se compone de luces incandescentes, sudor, torceduras y el anonimato que otorga una máscara de tela.
Este es el el salón de la CWE (Costa Rica Wrestling Embassy), donde dos veces al mes hombres y mujeres asumen otra identidad. Se convierten en enmascarados para partirse el cuerpo y el rostro sobre la lona. Todo esto para rendirle tributo a sus héroes y emocionar a una creciente fanaticada.
Quizá usted nunca ha escuchado de la CWE y es normal. De por sí, llegar al salón ya es toda una experiencia.
El bastión de los luchadores está camuflado en el segundo piso de uno de los tantos talleres de automoviles y motos que hay Desamparados. En la parte superior del edificio hay un destramado letrero que reza: Escuela Moderna de Boxeo y Kick Boxing. Todo el local da la impresión que todo tiempo pasado fue mejor.
En la parte inferior hay una pesada cortina de hierro azul con la palabra K.O pintada en aerosol amarillo. Tras la cortina hay un estrecho pasillo de gradas iluminadas con la luz blanca de un fluorescente.
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El claustrofóbico corredor desemboca en un amplio salón custodiado por los retratos de Bruce Lee y Mohamed Ali.
En medio de la sala hay un cuadrilátero de lona azul y cuerdas blancas a los lados. Este es el mayor patrimonio de la CWE, ahí es donde su gloria ocurre.
Las paredes están abarrotadas de afiches de antiguas funciones, de visitas para el recuerdo de luchadores internacionales como Blue Demon y Mr Niebla.
En los anuncios también hay espacio para las alineaciones de los peleadores locales: Escualo, Ares, Steven King, Circus Clown, Kaiser y Luis Carlos Monge– sí, el periodista de televisión, el perro de traba, también tuvo sus actuaciones sobre el cuadrilátero desamparadeño–.
Todo es un drama.
Es el sábado 8 de setiembre. La función comienza a las 6:30 p.m y los boletos cuestan ¢3000.
A medida que cae la noche, la calle se empieza a llenar de carros como si de una gran fiesta se tratase.
La gente ingresa al salón, muchos están identificados con la camisa de su luchador costarricense favorito.
Algunos de los entusiastas llevan letreros para alentar o desprestigiar a un peleador: “¡Kaiser Loca! o ¡Perro e’ traba denúncieme esta!” son algunas de las consignas. Todo es parte del vacilón, después de todo.
Es un momento de transiciones, el luchador Joe Kim se hizo con el Título Mundial, mientras que Brujo ostenta el Título Nacional. Por su parte, el resto de contendientes hacen lo posible para bajar a sus temporales monarcas.
El público se instala en sillas de plástico. Las luces se apagan y la música arranca. Hay aplausos, porra y cánticos, en fin, mucha expectativa. Un proyector muestra el video introductorio de los luchadores Kaiser y Einar.
Cada uno entra al escenario con una potencia, como si lo hubieran ensayado durante meses. .
Kaiser, es un tipo alto, corpulento y lleva años en esto. Porta una máscara que tiene los respectivos orificios para los ojos y la boca, la cual se oculta entre un tupida barba.
Minutos antes de salir al escenario, mientras Kaiser hacía pesas, le pregunté sobre lo verídico de la lucha libre, que si los golpes eran de verdad porque yo no lo creía.
“Sí, son de verdad”, contestó en seco y siguió en sus repeticiones.
Por su parte, Einar, el rival, es más pequeño e inició los entrenamientos hace unos meses.
El chico emula a un guerrero escandinavo, de esos que se vuelven berserk cuando la pelea se encuentra en los momentos más intensos.
La lucha arranca y rápidamente se decanta a favor del veterano.
Una bofetada al pecho y unos cabezazos ponen a Einar sobre la lona. Posteriormente, el gigante lo levanta sobre su hombros y lo arroja violentamente contra la superficie del cuadrilátero.
El enmascarado está en su salsa y la gente se lo hace saber con aplausos. De pronto, Kaiser vuelve a ver al público con una mirada desafiante. El luchador toma unos segundos para inspeccionar a la audiencia, como si buscara un rostro familiar.
¿DÓNDE ESTÁ EL PERIODISTA?; vocifera.
¿Esto es de verdad?
El luchador había derribado la cuarta pared de un mazazo y de repente me había convertido en parte del guion de la lucha libre. No estaba listo.
Kaiser se bajó del ring junto a su destramado contrincante y en cuestión de segundos llegaron los dos a la última hilera de sillas de plástico, donde estaba yo.
¿”Usted piensa que lo que nosotros hacemos aquí no es de verdad que no nos golpeamos de verdad?”, me cuestionó el gigante enmascarado.
Yo me mantuve en silencio. Apenado, asustado.
“¿Esto le parece de verdad?” Kaiser tomó entonces a su contrincante y lo tumbó con una bofetada en el pecho que sonó de Desamparados hasta Llorente. Hasta a mí me dolió.
El publico empezó a gritar: ¡Dele! ¡Dele! ¡Dele!
¿En verdad esto está pasando? ¿En verdad me voy a enfrentar a Kaiser? ¿En verdad me va a pegar? ¿La Nación tendrá seguro para estas cosas? ¿Cuál fue el hilo de acontecimientos que me puso al frente de este mae?
Mientras todo esto ocurría, en los vestidores los luchadores Escualo y Ares, muertos de risa veían una pantalla que mostraba todo lo que ocurría en el cuadrilátero. Ellos son los responsables de todo esto, ellos son los padres de la CWE.
Un asalto que empezó en México.
Escualo, quien no quiso revelar su identidad, es el fundador de la CWE. El enmascarado de 1.65 metros, siempre fue un fiebre de los luchadores EL Santo, Octagón y Atlantis, quienes no solo competían sobre un cuadrilátero, sino que también eran las estrellas de películas de acción y romances.
Escualo alucinaba con convertirse en luchador profesional, de ganarse la vida como un enmascarado, al igual que los gigantes que aparecían veían en una televisión de blanco y negro.
Su fiebre fue tanta que el pequeño competía en luchas que se formaban en las fiestas de su natal Veracruz. No le importaba el tamaño ni el género del contrincante. Escualo nada más quería probar sus habilidades, quería demostrarse a sí mismo que él es y será El Número Uno.
Posteriormente, el chico hizo las pruebas para obtener su licencia de luchador profesional.
“Fue algo muy demandante. Hay que tener una condición física óptima, además, uno tiene que manejar los fundamentos de distintos tipos de lucha como la grecorromana, tumbling y lucha olímpica”, explicó el enmascarado.
Su perseverancia fue recompensada cuando viajó al Distrito Federal para ganarse la vida como peleador.
“Yo en México sí me pude dedicar de vivir de la lucha libre. A eso me dedicaba. Solamente iba, luchaba y cobraba. Con eso me alcanzaba para vivir. Sin embargo, la lucha bajó bastante, me vi obligado a buscar trabajo y a terminar mis estudios de ingeniería”, enfatizó el azteca, quien vive en Costa Rica desde hace 13 años.
Un proyecto personal llevaría a Escualo a Centro América. Evidentemente, lo primero que hizo el mexicano al instalarse fue buscar por todos los rincones de San José hasta encontrar a atletas que compartieran su pasión por la lucha libre.
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“Existían algunas empresas que dizque hacían lucha libre. Yo una vez fui ahí hace años porque yo quería seguir entrenando y seguir en esto. Fui ahí pero lo que encontré fue más como lucha olímpica, no era tanto como lucha libre. Lo que encontré ahí fue un desorden de gente queriendo o intentando ser luchadores. Eso no es así. Yo vengo de la cuna de la lucha libre y veía que no había fundamentos de formación”, dijo el mexicano.
En uno de los tantos eventos de lucha libre amateur, Escualo conoció a César Zárate, mejor conocido como Ares, el dios de la guerra de la lucha libre.
César aún tiene muy presente la lucha entre Rob Van Dam y Chris Benoit por el título intercontinental en un Smack Down. Desde ese día se enganchó con la lucha .
“Durante muchos años yo intenté buscar una plataforma donde practicarla. Las condiciones nunca fueron las más óptimas”, comentó César.
Desde que se conocieron, Ares y Escualo comprendieron que buscaban lo mismo. Fue así como nació la CWE, la cual es una academia, mejor dicho, una embajada que ha atraído a luchadores internacionales y les ha permitido a nacionales viajar al extranjero para mostrar su pasión frente a miles.
Hace cinco años, Ares y Escualo juntaron un dinero ahorrado para alquilar un desvencijado gimnasio donde se entrenaba KickBoxing.
“La parte principal para iniciar este proyecto era formar talento, tener gente que tuviera la capacidad de luchar”, explicó Ares.
Así fue como empezaron a regalar clases y anunciarlas en Facebook.
Para sorpresa de los fundadores, muchos estudiantes , tan fiebres como ellos, llegaron para convertirse en los luchadores que siempre quisieron ser.
Escualo y Ares recuerdan que en la ola de primeros reclutas llegaría un espigado joven que no tenía idea de cómo pelear, solamente tenía claro una cosa: Quería llamarse Kaiser.
Ese mismo Kaiser del quien nunca más volveré a poner en duda su palabra.
Por cierto, para los que se preguntan...Kaiser nunca me pegó, nada más se dio la vuelta y continuó con la pelea. Todo fue parte de un espectáculo que es tan verídico y real hasta que uno quiera creer lo contrario.