La primera imagen que dejó el concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional de este viernes en la noche, no fue el sonido de una nota arrasante o el aplauso de un público en éxtasis.
Un silencio de vértigo acompañó la develación de los músicos en el Teatro Nacional, y una pantalla que descendió desde lo alto dio el tono inmediato de la noche artística que el país viviría.
No fue sorpresa mirar la imagen del maestro Gerald Brown siendo proyectada en la pantalla. Quien fue nombrado director de la Orquesta Sinfónica Nacional en 1971 era el homenajeado de la noche, tras su fallecimiento el domingo 12 de agosto.
Algunas imágenes proyectadas evidenciaban lo que tanto se dice: Brown fue un maestro revolucionario, aliado de la juventud e inspirado en el futuro. El recuerdo de su grata expresión, tanto humana como artística, fue sentido por todo el ensamble, que se preparaba para interpretar tres obras en su memoria.
Con este concierto de temporada especial, la Orquesta vivió uno de sus momentos más especiales del año: el recuerdo de una de sus figuras imprescindibles y el regreso de uno de los personajes más apreciados del mundo sinfónico, el director costarricense Giancarlo Guerrero.
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Beber de los recuerdos
Una vez que las imágenes de Gerald Brown se sucedían sobre el escenario, Sylvie Durán, ministra de Cultura y Gabriel Goñi, director del Centro Nacional de la Música, caminaron hacia los músicos para recordar el legado que dejó el estadounidense.
La aparición de ambas figuras significó el anuncio de un minuto de silencio en memoria del maestro. Todo el teatro se puso en pie y permaneció reflexivo.
“Nos llena de profundo dolor la pérdida de una de las figuras más importantes que ha tenido la música costarricense. Nos sumamos a un sentido homenaje para la persona que supo reinventar a la orquesta en los años que el mundo cambiaba”, dijo Goñi después del minuto de silencio. El ambiente solemne se sentía con fuerza.
“Gerald Brown representó otra manera de sentir el arte para Costa Rica. Su recuerdo permanece con especial apego en todos nosotros. Nos queda el poder de la música”, manifestó la ministra Sylvie Durán con la voz entrecortada.
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Tras la retirada de Durán y Goñi, aparecieron los aplausos de manera incesante. El director costarricense, Giancarlo Guerrero, volvió a pararse frente a la Sinfónica Nacional diez años después de su última aparición.
El conductor, que trabaja como el director titular de la Orquesta Sinfónica de Nashville, entró al escenario sin tapujos. No es un hombre de poses, como él mismo dice, y con su aspecto cálido, sonriente y de gratitud, saludó al emocionado teatro.
Guerrero fue uno de los discípulos del maestro Gerald Brown. Tan solo a los 10 años, conoció al maestro estadounidense en una de sus clases.
“Tenemos la oportunidad de rendirle tanto al maestro Gerald Brown. Crecimos con él, aprendimos con él. Esta orquesta, estos músicos son mis colegas. Todos sabemos lo que significó porque no estaríamos aquí sin él”, dijo Guerrero con la mano en su pecho, en un discurso sentido.
Tras más aplausos, el director se volvió hacia sus músicos y esperó el silencio absoluto. Con su dócil tacto, giró la batuta y las cuerdas comenzaron a sonar.
El concierto de este viernes empezó con un cambio en la programación que el propio Guerrero solicitó. A cambio de tocar el poema sinfónico Finlandia, el conductor dirigió Enigma Variations: IX (Nimrod), de Edward Elgar, posiblemente la variación más melancólica de esa obra.
“Elgar le dedicó estas variaciones a sus amigos, a la gente cercana. Él fue nuestro amigo, nuestro maestro. Esto es para él”, dijo Guerrero antes de comenzar.
La química entre el maestro Guerrero y la Sinfónica se delató en pocos segundos. El conductor, raudo y sentimental, detonó una sentida interpretación que sonó a flores frente al ataúd, a un abrazo que el ensamble construía más allá del tiempo.
Los casi 4 minutos de la interpretación fueron embriagantes, con los sonidos percutivos alzando el vuelo de una orquesta afligida. Al final de la obra, Guerrero dejó sus manos en el aire; ya no había más notas por tocar, pero aún quedaban sentimientos en el escenario. Parecía que Guerrero no quería acabar la pieza, de la misma manera que todos anhelaban contar con el maestro Brown en el teatro.
Un aplauso descomunal sirvió como abrigo para todos los presentes, quienes en sus caras reflejaban miradas fogosas, cargadas de consuelo. Las notas fueron una cobija de sentimientos para todos.
Antes del intermedio, la orquesta interpretó Concierto en La bemol mayor para trompeta y orquesta, de Alexander Arutiunian. Con la chispa en cada rincón, apareció el trompetista José Sibaja como solista invitado y dejó una estela de gratitud que se expandió por más de cinco minutos de aplausos.
Guerrero abandonó el escenario para dejar que todo el reconocimiento se dirigiera a Sibaja y los músicos y, por más que el trompetista salía y entraba del escenario, el teatro no paraba de aplaudir.
Para el final de la velada, y con una energía muy particular dentro de los asistentes al concierto, la Sinfónica Nacional tocó Sinfonía No. 1 en Re Mayor, Titán, obra que terminó de comprobar la hermosa relación que Guerrero y la orquesta construyeron.
El conductor tan siquiera acercó un atril para dirigir esta obra. Con su postura erguida, pero con los brazos holgados, Guerrero sudó y sudó en la dirección de esta última obra. Los platillos rebotaban, los violines se encendían… Todo un círculo de sonoridades se abría y se cerraba con el movimiento de la batuta de Guerrero, un hombre que demuestra su entrega incondicional al arte.
El ominoso cierre de la sinfonía fue una alegoría de lo vivido. Felicidad y recuerdos parecían ser rostros de una noche que pudo ser vivida con fuego, nostalgia y regocijo. Fue una gran noche para la música, que Guerrero despidió con un beso lanzado desde el escenario.