Hablemos de conciertos y tratemos de decidir, de manera consensuada, cuál ha sido el mejo respectáculo que ha aterrizado en Costa Rica.

Mejor no. Ese ejercicio es inútil; basándose en gustos personales y apreciaciones inevitablemente subjetivas sería imposible llegar a un criterio unificado.

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Sin embargo, si hablamos de utilización de recursos sonoros, visuales y de montaje, cuesta poner a otro espectáculo que hayamos visto en el país al nivel del que presentó Roger Waters con su gira Us + Them, en el Estadio Nacional.

A nivel personal, siendo así, me cuesta inclusive ubicarlo en la lista donde tenía en la cima los shows que protagonizaron acá Metallica (2010) y Paul McCartney (2014). El de Waters es más un espectáculo multisensorial, casi cinemático en 4DX. Esto hace ver a cualquier otra presentación como un llano y sencillo recital… La comparación quizá hasta sea injusta.

De aquellos shows uno podría repasar los setlists y recordar los temas en los que se levantaron los coros más bulliciosos y emotivos. En el caso de esta otra presentación entran a jugar otras calificaciones y atributos.

El sonido cuadrafónico, o surround, se encarga de ofrecer una vivencia envolvente con sorpresas sonoras irrepetibles. Se suman artilugios como el cerdo inflable gigante, el prisma iluminado con láser sobre el público y las cuatro chimeneas humeantes que se levantan imponentes al inicio de la segunda parte, en un momento cumbre del show.

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Presenciar esto, convierte al espectador en un dichoso testigo que también disfruta de la ejecución en “carne y hueso” de obras históricas como piezas de los icónicos discos The Dark Side of The Moon (1973) y The Wall (1979).

La claridad de la definición sónica contribuyó a que no se perdiera el detalle musical. Así se pudo disfrutar con facilidad del penetrante bajo de Waters, el soberbio teclado o las hermosas armonizaciones vocales de Jess Wolfe y Holly Laessig (integrantes del grupo indie Lucius).

Curiosamente en la gira Us + Them es imposible dejar de recordar a David Gilmour en su ausencia, cada vez que se aprecia la suavidad de los solos que compuso estando en Pink Floyd y que integran el legado dentro del repertorio elegido por Waters, ahora con la interpretación guitarrística de Dave Kilminster y Jonathan Wilson, que le hacen honores al autor de líneas clásicas.

En la pantalla gigante los músicos en escena aparecieron de manera esporádica. Me hizo falta verlos más seguido, tal y como nos tienen acostumbrados los otros shows. Resentí también la presencia de dos columnas de parlantes delante de la pantalla, que impedían leer los textos en su totalidad, tomando en cuenta que había mucho que leer.

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Por su naturaleza crítica y contestataria la presentación musical de Roger Waters es, a la vez, una proclama de protesta. Esto queda en evidencia en momentos como el brindis que protagonizan los músicos en tarima, mientras atrás se lee la leyenda (en inglés): Los cerdos comandan el mundo, a la mierda los cerdos.

Por su capacidad de convocar masas atentas a sus canciones, el inglés, sin pretenderlo, en cierta forma se convierte en un actor político, incómodo por su lírica punzante.

Su canal de comunicación es efectivo, especialmente por los videos y gráficas que destazan a líderes políticos, acompañados con letras incriminatorias y el llamado permanente a que, como ciudadanos del mundo, seamos conscientes de las injusticias que se viven a nivel internacional.

La invitación es a ser críticos y solidarios, pero principalmente a luchar y resistir. Estas letras están tan vigentes hoy a como estaban vivas en los setentas.

Waters le da una cachetada a la clase política mientras le ofrece un manjar a la audiencia. Experiencias y discursos como estos difícilmente entran por un oído y salen por otro.

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El concierto

Artista: Roger Waters

Lugar: Estadio Nacional

Fecha: 25 de noviembre.

Producción: Move Concerts