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En cuestión de cinco meses, Costa Rica perdió a uno de sus destacados escritores y dramaturgos, a una gran dama del teatro, a un notable crítico de música y teatro, así como a un querido titiretero.


Cuando un pariente cercano o un amigo, o sea, un ser querido, se va para siempre, deja un vacío muy difícil de llenar. La muerte de Andrés Sáenz me golpeó muy hondo.


“…era un príncipe. Tenía la soltura de un lord inglés y la impertinencia de un periodista libre” escribió hace un mes la revista francesa <em>Le Nouvel Observateur</em> sobre un colega recién fallecido. Las palabras le calzan a la perfección a Andrés Sáenz, a quien traté como compañero de trabajo durante dos décadas, admiré como crítico desde siempre y querré como amigo, hasta donde me alcance el querer.